Mascarillas, niños y nicho ecológico: el año de la COVID-19 es el año sin gripe
Entre la tercera ola de COVID-19 y la vacunación a contrarreloj se ha colado a principios de 2021 un dato epidemiológico para celebrar: este invierno no tenemos gripe estacional, ni de tipo A ni de tipo B, los dos posibles. El Sistema de Vigilancia de la Gripe en España (SVGE), que depende del Instituto de Salud Carlos III (Ministerio de Ciencia y Ministerio de Sanidad), solo ha detectado cinco casos en nuestro país desde el inicio de la temporada, en noviembre. Han sido dos en Aragón de A, uno ese mismo mes y otro este enero; y tres en Castilla-La Mancha de B, en diciembre. Hace justo un año, a principios de 2020, ya se describía un comienzo de “onda epidémica” que se medía en incidencia: había 54,6 casos por 100.000 habitantes. Tampoco tenemos rastro de otros virus respiratorios, como el VRS, que afecta a niños: este año hay 0 casos, el pasado había 373. Esta reducción extrema, que los expertos se animan a catalogar de “desaparición”, se dio igual durante el invierno de los países del hemisferio sur como Australia y Argentina, y se está dando actualmente en otros europeos.
Habitualmente, la epidemia de la gripe comienza a escalar justo antes de Navidad, y en la mayoría de las temporadas alcanza su pico entre la segunda semana de enero y la segunda de febrero. La gripe no llega a colapsar los hospitales a los niveles que hemos visto para el coronavirus, pero sí es un problema de salud pública que los satura de manera grave, y además mata al año a entre 1.000 y 6.000 personas causando el exceso de mortalidad periódico más grande. En el SVGE explican que la desaparición de este año “podría deberse a las medidas de control y distanciamiento social que siguen en vigor para el control de la pandemia de COVID-19, si bien otros factores pueden haber contribuido”. Alertan asimismo de que la COVID-19 “generó una disrupción de la atención médica y la capacidad de la realización de pruebas en la Región Europea de la OMS que afectó negativamente en la notificación de datos epidemiológicos y virológicos al final de la temporada 2019-20”, y los sistemas todavía “se están recuperando en toda Europa”.
Gráfico: Ana Ordaz
Controlar la gripe este año era clave por varios motivos. El principal era evitar que las urgencias viviesen un doble colapso. Pero también que la gente confundiese síntomas y acudiese a los sistemas de diagnóstico COVID cuando lo que tenía era gripe, y las coinfecciones. Se ha conseguido, y todos los expertos coinciden en que es una muy buena noticia sanitaria en medio del recrudecimiento de la pandemia de coronavirus. El doctor Javier Álvarez Aldeán, miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (AEPED), enumera varios factores que, cree, han contribuido a ello: “Para empezar, la campaña de vacunación, que ha sido tan importante este año. Además, las medidas de distanciamiento social y uso de mascarillas, que también evitan el contagio de la gripe. La reducción de contactos: hay más teletrabajo y menos aforos; y que los niños, que al contrario de lo que se ha demostrado para la COVID-19, sí son grandes contagiadores de gripe, siguen medidas de protección en las aulas. Por último, que tenemos el sistema de vigilancia y de registro orientado a la COVID-19”.
Álvarez Aldeán indica sobre los sistema de vigilancia que “seguramente también estamos detectando menos gripe” de la que hay por estar centrados en el SARS-CoV-2, y realmente habrá más de los cuatro casos identificados en España. Pero está seguro de que el probable infradiagnóstico, en todo caso, no es tan enorme como para explicar por sí solo que la diferencia de un año para otro sea tan significativa. Los sistemas de diagnóstico de la gripe funcionan por la Red Centinela; esto es, los facultativos que forman parte de ella envían las muestras que registran, algo útil también para saber qué cepa está circulando mayoritariamente por Europa –y en función de ella desarrollar la vacuna de la siguiente temporada en el hemisferio sur–. Y luego establecen proyecciones poblacionales, asumiendo que no se identifican todos los contagios. Este año, abunda Álvarez, se están pudiendo escapar sobre todo casos en Atención Primaria: “Es cierto que si alguien va con síntomas leves de COVID y da negativo en PCR, no se suele hacer segunda prueba de gripe”. Pero no en hospitales: “En los hospitales, a los que ya acude gente grave, se sigue haciendo por protocolo tripe screening: COVID, gripe y VRS. Y así es como solo han salido cuatro casos de gripe”.
Los factores que enumeraba Álvarez Aldeán para explicar la disminución de la gripe no iban por orden de importancia, ya que nadie sabe decir qué peso tienen unos y otros. El Ministerio de Sanidad había dado mucho peso a la vacunación. Adelantó 15 días la campaña, que está dirigida a grupos de riesgo y sanitarios, y, a falta de datos pormenorizados, aseguran que este año alcanzó a 14 millones de ciudadanos frente a los 10 de otros años. Todos los profesionales coinciden en lo relevante que ha sido, porque es el principal factor diferencial con el SARS-CoV-2, que todavía no tiene vacuna masiva, a la hora de prevenir. Sobre por qué se han superado récords este año, especialmente entre sanitarios –en ese colectivo otros años apenas se vacunaban el 35%–, contesta José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Nacional de Enfermería y Vacunas (ANENVAC): “Por la concienciación ante lo que ha pasado con la COVID y por el temor a coinfecciones. Y aunque parezca una tontería, mucha gente, en general, se ha vacunado también pensando que iba a dar cierta protección frente a la COVID”.
Una última pieza: el nicho ecológico
Además de la diferencia de que hay menos personas susceptibles a la gripe por la vacunación, si las medidas restrictivas sirven para los dos virus, ¿por qué la gripe prácticamente se ha erradicado y los contagios de coronavirus no paran de crecer? Una razón importante es el papel de los niños, muy relevante con la primera y no tanto con la segunda, como recordaba Álvarez Aldeán. Pero para Forcada, la respuesta es que el planteamiento no es exactamente así: “Si no estuviéramos tomando medidas estaríamos mucho peor de lo que estamos. El mejor ejemplo de que las medidas funcionan para ambos virus respiratorios es que, cuando se hace un confinamiento serio, los casos bajan rápidamente. Suben las tasas y los muertos cuando se quiere hacer cosas como 'salvar la Navidad”. Él espera que “cuando de verdad tengamos controlado el coronavirus y luego llegue la campaña de gripe, la gente recuerde que las mascarillas, la distancia y la higiene salvan vidas. Obviamente no todos los años puede seguirse esto de manera tan dura como este, pero sí intentar llevar mascarilla en el transporte público, por ejemplo”.
Pero hay una última pieza del puzle, que por ahora es solo una hipótesis: el llamado “nicho ecológico”, el lugar que ocupan en este caso los virus en el ecosistema. Juan Ayllón, virólogo y director de Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, que ya confiaba hace meses en que la gripe este año sería muy suave, explica el concepto: “Ocurre con la gripe cuando es pandemia (como en 1957, 1968 y 2009): el virus que aparece desplaza a los anteriores del mismo tipo, que desaparecen. Aquí hablamos de virus distintos, pero ambos pueden compartir nicho”.
Es decir, el SARS-CoV-2 habría podido ser más fuerte y acaparar este invierno el lugar que antes ocupaba la gripe: “Pero esto no lo podemos saber por el momento, no hasta que el SARS-CoV-2 se estabilice o se quede de manera estacional. Han influido mucho las medidas anti-COVID en que se elimine la gripe, pero no es descabellado que esto también haya jugado un papel, es una cuestión de competencia. Que la gripe haya desaparecido casi por completo a mí sí me lleva a pensar que tiene mucho que ver”.
Ayllón de hecho plantea, para terminar, que esto pueda quedarse no solo en cosa del año de la pandemia: “El SARS-CoV-2 podría desplazar de manera definitiva al menos a algún tipo de gripe”. Pero no hay antecedentes; las pandemias científicamente bien estudiadas han sido todas de gripe, a partir de los años 30. Es solo una “incógnita, una teoría”. Lo iremos sabiendo conforme el SARS-CoV-2 se cronifique, “a medio-largo plazo, incluso con vacuna. O quizá se convierta en un catarro como otros coronavirus [un estudio de la revista Science de esta semana también lo teoriza así]. Tardará 15-20 años. Porque de lo que estoy absolutamente convencido es de que no lo vamos a erradicar”.
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