Niñas y niños del barrio de Chamartín se han encontrado este viernes con que en sus felicitaciones navideñas por parte de la Junta de Distrito aparecía como Baltasar un hombre blanco pintado de negro, una práctica denominada blackface que los colectivos antirracistas llevan denunciando desde hace años.
“Hasta los niños saben que [el blackface] es racista. La del Ayuntamiento es una acción consciente y no hay justificación que valga”, sentencia Moha Gerehou, activista antirracista, ante las alegaciones por parte del consistorio de que sus actores negros no habían estado disponibles. “No es una fecha que cambie cada año, hay mucha antelación y muchas formas de hacer esto bien. La única explicación es que es una acción consciente infravalorando las vidas de las personas negras y su representación”, denuncia Gerehou, que no cree en la “dificultad” aducida por el Ayuntamiento para encontrar reemplazo para su Baltasar cuando viven unas 100.000 personas negras en la Comunidad de Madrid.
Además del Baltasar “pintado con betún”, el actor tiene “un acento de no sabemos dónde, otro intento de extranjerizar a nuestrxs peques, de dejarles muy claro: no existís”, expresa la asociación SOS Racismo Madrid en X, antes Twitter. “Basta de ser racista, no es gracioso, es una vergüenza. Los niños afrodescendientes no se merecen esto. Respetad nuestras infancias”, añaden.
Gerehou se pronuncia en la misma línea, e ironiza: “Todos los Reyes Magos vienen de Oriente, pero solo uno de ellos tiene acento; debe ser que el resto viene de Albacete”. Esto perpetúa la idea de que “todos los negros son africanos recién llegados que están aprendiendo español y no se concibe que una persona negra lo hable sin acento”, afirma este activista negro nacido en España.
Para más inri, Gerehou afirma que este caso demuestra que “el Ayuntamiento de Madrid no trata con personas negras más allá de la fecha de la Cabalgata”. Esto no habría ocurrido, según el activista, si las instituciones trabajaran más por la inclusión de la diversidad racial y que esta fuera visible todo el año, por ejemplo, en la agenda cultural que maneja la corporación municipal.
“La sociedad española no solo es laxa [con el blackface], sino que lo perpetúa desde la infancia en fiestas de colegio o de barrio”, denuncia Belinda Ntutumu, secretaria de Afromurcia en movimiento. Asegura que si el país estuviera más concienciado con el racismo habría más manifestaciones de personas blancas denunciándolo.
Ese no es el caso, afirma, sino que continúan manifestaciones contra la diversidad racial como la de la cabalgata de Alcoy, en Valencia, donde los pajes de Baltasar también se pintan de negro. Además, los estudios del historiador Antumi Toasijé demuestran que el origen de la costumbre alcoyana es la utilización de personas esclavizadas afrodescendientes para repartir los regalos.
Para la activista, esta resistencia a cambiar las formas de hacer nacidas del pasado colonial demuestra que España niega “continuamente la diversidad y visibilidad [de las personas racializadas]”, y señala la importancia que tendría una ley contra el racismo: “Se permite lanzar mensajes racistas y xenófobos sin consecuencia, y mientras esto no cambie, el racismo puede campar a sus anchas”.
El origen del blackface suele remontarse al género teatral del minstrel, popularizado en Estados Unidos a finales del siglo XIX. En estas obras dirigidas a personas blancas, el eje conductor era la ridiculización de las personas negras a través de estereotipos como la forma de hablar o la hipersexualización, explica María Bennouna, integrante de la asociación SOS Racismo. La activista cuenta que este género teatral es inseparable del blackface: la caricaturización de las personas negras, que interpretaban actores blancos pintados con betún y labios rojos exageradamente grandes.
Aunque nazca en el país norteamericano, el fenómeno se extiende también por Europa. Más allá de España, otros Estados con pasado colonial mantienen costumbres de blackface. Es el caso de Países Bajos, donde sigue siendo legal y común disfrazarse de ‘Pedro el Negro’ en Navidad, práctica contra la que movilizan colectivos antirracistas neerlandeses año tras año.
“Queremos pensar que la sociedad mejora en antirracismo, pero cuando llegan estas fechas nos damos cuenta de que no. Queda un residuo de ‘es que es la tradición’ que ignora que estas se pueden revisar y adaptar al contexto”, confiesa Bennouna. Aun así, ve una parte positiva: “Nos ha sorprendido que gente blanca se ha posicionado en medios mainstream contra el blackface”.
El optimismo que pueda tener la activista se centra, sobre todo, en las generaciones más jóvenes: “Están más concienciadas porque han visto en el colegio y universidad compañeros negros y no entienden por qué tienen que representarlos señores blancos pintados. Hay un avance en esta parte joven de la sociedad que entiende que esto no está bien”, declara.