“El mundo de las apuestas busca convertir a nuestros hijos e hijas en personas dependientes y enfermas”
Inés Herreros, fiscala en las Palmas de Gran Canaria, había estado desligada en lo profesional y en lo personal del mundo de los juegos de azar hasta que hace dos años su perspectiva sobre el tema cambió radicalmente. Cerca de la ciudad de la Justicia en la que trabajaba cerró un supermercado que apenas tenía clientes para abrir poco después, en ese mismo lugar, un salón de apuestas.
“Pensaba que no iba a funcionar, pero al poco tiempo empecé a ver colas de gente que se jugaba el dinero. No tenía ningún sentido”. A esta jurista cacereña, miembro de la Unión Progresista de Fiscales, le preocupa que la sociedad llegue tarde a tomar conciencia del “disparate” que supone el aumento del número de locales de apuestas en nuestro país. Ha participado en varias conferencias para alertar de que si no se remedia pronto, esta adicción puede terminar incrementando la actividad delictiva en los barrios como ocurrió durante la epidemia de drogas de los años ochenta.
Usted prefiere no hablar ni de “casas de apuestas” ni de “juegos”. ¿Por qué?
Las apuestas y los locales donde se practican ni son hogares, ni son juegos. El juego es un término enfocado a la infancia y a la adolescencia y el mundo de las apuestas lo que busca es convertir a nuestros hijos e hijas en personas dependientes y enfermas. Es sorprendente el tipo de prácticas que llevan a cabo estas empresas para ganar dinero sin ningún tipo de pudor: se colocan en barrios deprimidos, donde juegan con las esperanzas de la gente, y tratan de atraer a los más jóvenes. No soy la única que se ha dado cuenta de este disparate, lo he hablado también con otros compañeros juristas y también con asociaciones de barrio. Aunque parece que la sociedad está tomando conciencia de que es un problema en aumento, si existe tanta preocupación y los poderes públicos no le ponen remedio está claro que la legislación no está sirviendo a nuestros intereses, sino a los intereses de los dueños de las empresas.
¿Cree que los jóvenes son un objetivo de estos locales?
Sí, es un hecho. Son más impulsivos y estas empresas lo saben. Por eso somos nosotros, los adultos, quienes tenemos la responsabilidad de salvar a la infancia de esta lacra antes de que se conviertan en adictos. El objetivo de los responsables de estos locales es llamar la atención de la gente más joven, adolescentes y menores en muchos casos. Por eso las casas de apuestas han mezclado algo tan sagrado y positivo para los chicos y chicas como es el deporte, con el mundo de la adicción y del azar, que no tiene nada que ver con esos valores. Esto lo hacen en nuestras calles y en nuestros barrios y eso crea una gran intranquilidad entre los padres, porque sus hijos no pueden pasear como antes.
En el pasado hubo limitación de la publicidad del tabaco y de las drogas. ¿Debería hacerse lo mismo con las apuestas?
Es un tema bastante debatido. A mí me preocupa que deportistas o presentadores de televisión participen en estas campañas, porque al final son referentes en nuestra sociedad y de alguna forma modelos a seguir. Pero en todo caso, tenemos que plantearnos si queremos que publicitar apuestas quede al albur de lo que cada personaje público decida. Y, si no es así, tenemos que desarrollar una normativa que regule y limite la publicidad como ya sucedió con otras sustancias.
Los defensores del juego de azar aseguran que las apuestas hacen una función de entretenimiento y que además recaudan impuestos.
Que se recaude dinero debería darnos exactamente igual. Además, me parece una falacia decir que producen dinero, porque, principalmente, lo que generan es sufrimiento. Un sufrimiento a todos los niveles. A nivel personal, las apuestas crean tal dependencia que destroza el presente y el futuro de las personas. A nivel familiar, genera inseguridad dentro de los propios hogares, porque cuando en casa convives con una persona con ludopatía, tienes que esconder el dinero para evitar que se lo juegue. Así que se destruye la confianza en el seno de las familias. A nivel social, como ya he dicho, se produce un aumento de la inseguridad en nuestros barrios y municipios, porque la adicción puede llevar a los adictos a cometer delitos como hurtos, robos o menudeo de drogas. Es algo que está empezando a ocurrir y a lo que tenemos que poner freno.
Hay datos que alertan de que gran parte de los locales se están abriendo en los barrios más pobres. En la ciudad de Madrid, por ejemplo, cada vez hay menos en zonas de rentas altas, como el barrio de Salamanca, y más en zonas empobrecidas.
Se produce una redistribución de la riqueza que va contra los propios principios de la Constitución española, porque el dinero pasa de las manos de los que tienen poco, a las de los que tienen mucho. Si se empobrecen los barrios, puede pasar algo parecido a lo que produjo la epidemia de drogas en los ochenta: que cambió la percepción que se tenía de los barrios humildes. Pasamos de aquello de “son pobres, pero honrados” a tenerles miedo y a relacionar la pobreza con los robos y la drogadicción. Cuando aumente la inseguridad, las autoridades dirán que es necesaria más presencia policial, pero no, lo que necesitamos es que haya una regulación que defienda nuestros intereses.
Si esto sucede, el peso de la ley caerá sobre la gente más vulnerable. ¿Debería considerarse como atenuantes la ludopatía como pasa con otras adicciones?
Seguramente tendría que incorporarse de alguna forma. En el Código Penal aparece regulado que se pueda atenuar la pena cuando se puede probar que la comisión del delito está relacionado con la adicción a sustancias tóxicas. Aún así, tenemos un Código Penal de clase, por que trata de reprimir una serie de conductas que se dan sobre todo entre gente desfavorecida, como demuestra que la mayoría de la población reclusa forme parte de los estamentos más humildes de sociedad. Por eso, creo que hay que tener presente lo que hicieron en el pasado asociaciones como las Madres Contra la Droga, quienes señalaron la parte de responsabilidad que tenían las instituciones y las administraciones durante los años ochenta y noventa. Gracias a experiencias como estas podemos ver el futuro que no queremos y hacer lo posible para que sea más digno. Creo que estamos a tiempo.
¿Qué pueden hacer los juristas?
La labor de los juristas y la de todos las que nos dedicamos al ámbito del derecho es tratar de no circunscribirnos tan solo al castigo del delito. Debemos propiciar la que se prevengan. Es una forma de ahorrar sufrimiento innecesario.