Arturo Duperier (Pedro Bernardo, Ávila, 1896 - Madrid, 1959) puede considerarse el discípulo predilecto del llamado “padre de la física moderna española”, Blas Cabrera. Con él investigó el magnetismo en los años 20 del siglo pasado, al mismo tiempo que trabajaba, como auxiliar primero y funcionario después, en el Servicio Meteorológico Nacional. Exiliado durante la Guerra Civil, una exposición en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid recupera su figura.
Duperier llevó a cabo su tesis doctoral en 1924, bajo el mando de Cabrera. Este le introdujo en el estudio de la variación de la susceptibilidad de los cuerpos paramagnéticos con la temperatura. Su investigación culminó con un artículo publicado por ambos en 1925.
La colaboración entre Cabrera y Duperier continuó entre 1927 y 1928 con el estudio del paramagnetismo del paladio y el platino. También, en 1929, con el de las tierras raras. Además, se vieron en la necesidad de corregir la ley de Curie-Weiss añadiendo una constante K a la susceptibilidad χ, distinta para cada elemento, que daría origen a la Ley de Cabrera-Duperier del paramagnetismo:
(χ+Κ)(T+Δ)=C
(χ+Κ)(T+Δ)=C
Duperier continuó colaborando con su maestro durante los dos años siguientes, antes de disfrutar de una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios en el Institut de Physique du Globe de París (Francia), donde preparó la Cátedra de Geofísica que obtendría en 1933. Una segunda pensión en 1934, mientras visitaba el laboratorio de Wener Kolhörster en Postdam (Alemania), le llevó a emprender su propia línea de investigación en radiación cósmica.
Justo mientras la iniciaba, en julio de 1936, estalló la Guerra Civil. Duperier era ya Presidente de la Sociedad Española de Física y Química y empezaba a ocupar un lugar significativo en la ciencia española.
Exiliado en Inglaterra
El investigador se trasladó primero a Valencia, junto con los intelectuales de la Casa de la Cultura. Allí intentó continuar, a duras penas, las investigaciones sobre rayos cósmicos iniciadas en el Observatorio del Retiro. En 1937 se mudó a Barcelona, pero en la primavera de 1938 se sintió obligado a marchar al exilio en Inglaterra.
Una vez terminada la guerra, el Ministro de Educación de la nueva España firmaba el 25 de noviembre de 1939 su separación definitiva de la Cátedra. El 2 de noviembre de 1944 el Tribunal de Responsabilidades Políticas le sancionaba con cinco años de inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos.
En el Reino Unido, con el apoyo del nobel de Física Patrick Blackett y una beca de la Society for the Protection of Science and Learning, retomó las investigaciones sobre rayos cósmicos. En los años siguientes su trabajo resultó de lo más fructífero, con numerosas publicaciones en revistas de alto impacto como Nature.
Por ejemplo, estudió cómo varía la intensidad de la radiación con la temperatura de la atmósfera. También la influencia de la Luna en la intensidad de la radiación cósmica y el efecto negativo de la densidad del aire en las capas altas de la atmósfera sobre la radiación al nivel del mar.
Prestigio internacional con sabor a Nobel
En 1945 había alcanzado la cima de su carrera científica. The Physical Society le había invitado a dictar la “Conferencia Guthrie”. La BBC le cedía sus micrófonos para que explicase al mundo en qué consistía la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. Incluso le llegó una invitación desde EE UU para dirigir el Observatorio Geofísico norteamericano de Huancayo, en Perú.
En estas circunstancias, la España de Franco empezaba a temerse que el exilio español pudiera proporcionar el primer Premio Nobel de Física de nuestra historia. Se trata de un mito que se reiteraría, una y otra vez, en las biografías del físico abulense.
Por ello, en 1946 se le devolvieron los bienes incautados en Madrid. En 1947 se producía el sobreseimiento de sus “responsabilidades políticas”, Luca de Tena publicaba en ABC la crónica “Un sabio español en Londres” y José Mª Albareda, Secretario General del CSIC, le “invitaba” a volver.
Duperier era un investigador reconocido internacionalmente por su trabajo en la Universidad de Mánchester, en el Imperial College y en el Birkbeck College de Londres. En 1951 sufrió un infarto. En 1952, una vez recuperado, solo pensaba ya en el retorno a su país natal. En 1953, perdonadas sus responsabilidades políticas y autorizado a volver, nuevas “gestiones” de sus “enemigos” dificultaron su “depuración”.
De vuelta en Madrid
En octubre de 1953 por fin vuelve a Madrid, donde ocupó una nueva cátedra en la Facultad, aunque no recuperó la suya de Geofísica. Allí dio clases de radiación cósmica en el Doctorado, pero sus oponentes, “un general y un físico”, en expresión acuñada, consiguieron que los aparatos cedidos por el Imperial College para que pudiera continuar sus investigaciones en Madrid quedasen bloqueados en la aduana de Bilbao hasta noviembre de 1958.
Pocas semanas después, el 10 de febrero de 1959, fallecía en su casa de Madrid por un infarto cerebral. Había nacido un mártir de la ciencia española, que se convertiría en mito con la nota aparecida en The Times el 13 de febrero, el artículo publicado por Julio Palacios en ABC el 14 y la posterior necrológica de Patrick Blackett en Nature del 11 de abril. Fueron los puntos de partida de una sucesión de homenajes tardíos y el recuerdo de los aparatos que, sin haberse podido utilizar, se tenían que devolver al Imperial College de Londres.
Toda esta historia es recogida en el libro Arturo Duperier: mártir y mito de la ciencia española, escrito por Francisco González de Posada y Luis Brú en 1996. También en la exposición del mismo título que acaba de abrirse al público en la Facultad de Educación de la UCM, desarrollada a partir de dicho libro y comisariada por el autor de estas líneas. En ella podemos encontrar paneles y vitrinas con abundante documentación original que ilustran sus principales contribuciones científicas y los episodios más representativos de su vida.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.The Conversationoriginal