ENTREVISTA | Elena Villanueva

“Las farmacéuticas no investigan en nuevos antibióticos, les sale más rentable invertir en males crónicos”

La resistencia antimicrobiana es uno de los grandes problemas sanitarios que afronta la humanidad. Cada vez se detectan más superbacterias capaces de vencer a los antibióticos disponibles y, si la resistencia continúa creciendo al ritmo actual, en el año 2050 morirán por infecciones bacterianas unos 10 millones de personas al año, lo que además conllevará un coste económico global que superará los 100.000 millones de dólares.

El mal uso que hacemos de los antibióticos es una parte fundamental del problema, pero también lo es la falta de innovación en ese sector. El problema es de tal magnitud que organismos e instituciones de todo el mundo han comenzado a cuestionarse la viabilidad del actual mercado farmacéutico, cuyo modelo de innovación está “agotado”, según un informe publicado hoy por el Instituto de Salud Global. Hablamos sobre la necesidad de modificar este modelo con una de las autoras de este informe, analista asociada del ISGlobal, Elena Villanueva.

¿Por qué es tan importante la resistencia antimicrobiana?

Esencialmente porque los niveles de mortalidad que se están alcanzando son muy grandes, pero lo más grave no es tanto la situación actual, que también lo es, sino el crecimiento exponencial. Hay informes que indican que de aquí a 2050 puede convertirse en la primera causa de mortalidad, por encima incluso del cáncer. Además, no contamos con tratamientos para muchas de las bacterias que se están haciendo muy resistentes.

¿A qué se debe esa carencia?

Entre los motivos del aumento de la resistencia de las bacterias está el mal uso que se está haciendo de los antibióticos disponibles en la actualidad, pero también hay que destacar un hecho que a veces pasa desapercibido y es que en los últimos años apenas han llegado al mercado nuevos antibióticos. Desde 1970 solo se han desarrollado dos nuevos tratamientos antibióticos, que además no sirven para las bacterias más resistentes.

¿Por qué no se han desarrollado nuevos antibióticos?

No se puede perder de vista la complejidad que supone desarrollar nuevos antibióticos, que es una parte importante del problema. Pero también hay que destacar que, tal y como funciona el sistema en la actualidad, no hay un incentivo económico para que las farmacéuticas investiguen en nuevos antibióticos.

Cabría esperar que el desarrollo de nuevos medicamentos para una enfermedad intratable sería un buen negocio. ¿Cuál es el problema?

En primer lugar el tratamiento con antibióticos suele ser de una duración muy corta, de en torno a una semana o 10 días dependiendo del antibiótico, y a las farmacéuticas les resulta muchísimo más rentable invertir en enfermedades crónicas. Por otro lado, como hay un problema de multirresistencia, un nuevo tratamiento antibiótico solo se utilizará cuando el anterior deje de hacer efecto.

Pero en el informe se dice que los beneficios de los antibióticos son de unos 40.000 millones de dólares. ¿No es incentivo suficiente?

A pesar de que esa cifra pueda parecer alta, es muy pequeña en comparación con los beneficios astronómicos que provienen de la venta de productos para otro tipo de enfermedades. Hay que tener en cuenta que esta cantidad es similar a la que corresponde a la venta de un único producto farmacológico contra el cáncer y piensa en la cantidad de tipos de cáncer que hay. Al final, mientras el sistema siga priorizando la investigación en base al retorno económico, el sector farmacéutico investigará solo aquello que le resulte más rentable.

¿Es eso a lo que el informe llama “fallo del mercado farmacéutico”?

Sí, y no es nuevo, ni solo pasa con los antibióticos, pasó lo mismo con la hepatitis C o con los tratamientos para el VIH pediátrico que sufren los países empobrecidos, son ejemplos que nos encontramos y nos damos cuenta de que el mercado nos falla. También el problema del precio se da cada vez más en el caso del cáncer, donde los tratamientos que son efectivos son cada vez más caros y obligan a los gobiernos a tener que elegir. Pero en este caso el problema no es que sean caros, sino que ni siquiera los tenemos.

¿Y cuál es la alternativa?

Nosotros planteamos la necesidad de liderazgo de las instituciones públicas, de forma que si el sector privado no nos provee de unos medicamentos que necesitamos, sea el sector público el busque alternativas. Por ejemplo, en Inglaterra se ha planteado la creación de un fondo para la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos al que tengan que contribuir tanto los países como las farmacéuticas.

¿Pero el sector privado también podrá recurrir a esos fondos?

Por ahora no hemos avanzado lo suficiente como para responder a esa pregunta, pero la idea sería que la investigación se mantuviera en poder público, independientemente de quién la llevase a cabo. Al final, si es el sector privado quien la hace, se le pagará por el producto conseguido, pero serán las instituciones públicas las que mantengan la capacidad regulatoria sobre ese producto y las que decidirán los precios. Si es así, puede funcionar, pero si lo que hacemos es dar subsidios a las empresas no estaremos resolviendo nada, salvo eliminar el riesgo que supone la inversión en investigación, y eso solo es un parche.

¿Ya hay alguna iniciativa en este sentido?

Sí, una de las iniciativas que ha puesto en marcha la OMS ha sido ofrecer una cantidad variable de millones de euros al laboratorio que desarrolle un nuevo antibiótico o, al menos, una innovación que nos permita avanzar en la buena dirección. Se le paga una compensación económica acorde con el riesgo, pero los que tienen finalmente el poder y la capacidad de gestionar el producto son los gobiernos.

¿Crees que una farmacéutica va a desarrollar un producto que no puede gestionar?

A lo mejor lo que tenemos que hacer es cambiar esa mentalidad de obtener unos beneficios astronómicos de las ventas. Porque se supone que su modelo de negocio está basado en la innovación y el riesgo, pero lo que estamos viendo es que la mayoría de sus ingresos vienen por las ventas y no por el descubrimiento en sí. Eso es perjudicial porque genera un sistema perverso, en el que los incentivos no son obtener un beneficio para la sociedad, sino en vender más y a mayor precio y no hay que olvidar que no estamos hablando de vender galletas, sino medicamentos.

¿Cree que será posible un cambio así?

No hablamos de cambiar el sistema de la noche a la mañana, pero somos optimistas. Parece que empieza a haber movimiento a nivel político y se empieza a hablar de desligar el coste de la investigación del precio final del medicamento y de explorar nuevos modelos que nos hagan acabar con la dependencia de los intereses económicos de las farmacéuticas. Ha habido mucha concienciación ciudadana y política sobre el hecho de que estamos ante un problema real. Hace unos años estos problemas se consideraban puntuales y se creía que el sistema de innovación funcionaba bien y ahora parece que todos coincidimos en que no funciona y esto es un gran avance.