Coincidiendo con la masificación del turismo, intensificado en el Mediterráneo occidental en las últimas décadas, la Posidonia oceánica —la planta acuática en buena medida responsable de sus aguas cristalinas—, ha perdido en la región en torno al 30% de su población, pese a que tiene el máximo grado de protección de biodiversidad de la UE.
Los principales culpables de este declive poblacional son, por un lado, los barcos que fondean sobre praderas de posidonia y las dañan o arrancan con sus anclas. Y, por otro, los emisarios: tuberías que conectan las plantas de tratamiento de aguas residuales con el mar y que en muchos casos vierten directamente sobre las praderas, con el consecuente riesgo de que se produzca eutrofización por el exceso de nutrientes en el agua.
Una serie de medidas pioneras adoptadas el año pasado por el gobierno autonómico de las Islas Baleares, así como un proyecto de replantación de un bosque marino de posidonia en el norte de Mallorca, están favoreciendo la recolonización de esta planta en el fondo balear.
El bosque marino, iniciativa que está desarrollando Red Eléctrica Española (REE) en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es el primer proyecto de replantación de posidonia de estas dimensiones que se pone en marcha en el Mediterráneo. Su plan es restaurar hasta dos hectáreas de praderas degradadas en la bahía de Pollença, una misión que prevén concluir en octubre de este año.
De momento ya han replantado 1,5 hectáreas de praderas de posidonia, algo que han logrado llevando a la práctica una técnica innovadora: con ayuda de una cuerda, atan los esquejes (fragmentos de la planta) a una barra de hierro con forma de “u” que se clava en el fondo marino y se cubre de cera de abeja para evitar el contacto del esqueje con el hierro. De esta forma se aseguran de que el fragmento queda fijado al suelo y consigue enraizar, pues de lo contrario se lo podría llevar la corriente marina.
“Por sí sola, la posidonia tiene una capacidad muy baja de repoblar”, explica Jorge Terrados, director del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) e investigador del CSIC a cargo de este proyecto. “Se está haciendo un seguimiento de lo plantado y el 90% está vivo”, asegura. La función de la iniciativa es, por tanto, asistir al proceso de repoblación de posidonia que de forma natural se produciría mucho más lentamente. La velocidad en este caso es clave porque la posidonia, que es una planta milenaria, puede tardar siglos en recolonizar dos hectáreas.
Acelerar el proceso supone conseguir atrapar el carbono o, mejor dicho, evitar que el carbono de la materia vegetal muerta de las praderas degradadas se libere mucho antes de lo que sería deseable si se quiere frenar la crisis climática. Terrados sostiene además que la posidonia es la especie en el mundo “con más capacidad para almacenar carbono en sedimento”, por lo que la plantación de las praderas submarinas de esta planta es mucho más efectiva que la de un bosque terrestre —templado o tropical— al mantener el secuestro de carbono mucho más tiempo. “Las ramas que quedan en el bosque se descomponen más rápido que la materia vegetal muerta de la posidonia. No hay madera en un bosque que tenga más de 200 o 300 años de antigüedad. En cambio, puede haber fragmentos de posidonia que tengan más de 1.000 o 2.000 años”, precisa.
El bosque marino también tiene vocación de convertirse en una suerte de “laboratorio vivo”, abierto a que otros especialistas realicen sus investigaciones libremente o a que las escuelas de las islas visiten y aprendan con esta iniciativa.
Desde REE aclaran que el proyecto, al que han destinado algo más de un millón de euros, se planteó desde el principio como un I+D y no como una medida de compensación por la huella de carbono o por el impacto ambiental de la construcción de sus cables eléctricos. Pero es cierto que, en 2012, cuando se propuso por primera vez la idea, la construcción ese mismo año del enlace submarino entre Mallorca y la península ibérica —cuyo objetivo en última instancia es descarbonizar el archipiélago— había afectado a unos 100m2 de posidonia, amite a eldiario.es Borja Álvarez, técnico de medio ambiente en la compañía y responsable de proyecto del Bosque Marino de Red Eléctrica.
Aun así, Álvarez insiste en que esta afección estaba ya prevista en la evaluación de impacto ambiental de dicha obra, y recalca que 100 m2, aunque no es una cantidad menor, es lo que puede llegar a dañar cualquiera de las embarcaciones de cruceros que merodean las islas si fondean sobre posidonia.
El nuevo conseller de Medi Ambient i Territori del Govern, Miquel Mir, confirma esta afirmación. “Un yate muy grande, como los que tenemos en Pitiusas, sí puede llegar a dañar 100 m2 de posidonia”. Sin embargo, de haber ocurrido siete años más tarde, esta afección tendría que haber sido compensada al Fondo Posidonia, que acaba de entrar en vigor a principios de 2019 tal como lo contemplaba el Decreto 25/2018 que se aprobó en julio. A través de este fondo presupuestario finalista, todas aquellas perturbaciones a la posidonia deberán ser compensadas con aportaciones económicas destinadas en cualquier caso a garantizar la conservación de la especie. Recién inaugurado, ya está previsto que el Fondo Posidonia reciba 200.000 euros por parte de la empresa pública de puertos de las Islas Baleares, como consecuencia del impacto ambiental de la mejora de un puerto en Ciutadella (Menorca).
Hábitat prioritario
Aunque actualmente está calificada como “última preocupación” en la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la posidonia es considerada hábitat de interés prioritario en la Unión Europea, gracias al valor ambiental y económico que aporta. Además de ser un importante sumidero de carbono, la posidonia presenta múltiples beneficios. Entre otros, filtra el agua, alberga numerosas especies de fauna, atenúa el oleaje y por tanto ayuda a estabilizar las costas —al paliar la erosión—, y también contribuye a la creación del paisaje de playa, pues los fragmentos de pequeños crustáceos que se incrustan en sus hojas terminan configurando la arena.
Baleares, por sus condiciones climáticas y de calidad del agua, entre otros motivos, “es una de las regiones con mayor y mejor posidonia”, subraya Mir. La especie tapiza los fondos marinos que se encuentran entre los 0 y 40 metros de profundidad, y precisa una impoluta claridad en el agua para absorber la luz solar y hacer la fotosíntesis. Pero a lo largo de las últimas décadas “coincidiendo, como todo en Baleares, con el desarrollo sostenido del turismo y lo que va asociado a la presión humana de esta actividad”, apunta este experto, ha habido algunos signos de alerta sobre las amenazas crecientes a las que se expone la especie.
Por eso, además del fondo presupuestario, el conocido como Decreto Posidonia trata de resolver los problemas de los fondeos y los emisarios.
Respecto a los primeros, el Govern ha destinado unos dos millones de euros en medidas para corregir los fondeos, así como a sancionar a los barcos que anclan —ahora ilegalmente— sobre posidonia, multas que dependen en todo caso del tamaño de la eslora. Mir recuerda que desde hace tres años las islas cuentan con un sistema de vigilancia y asistencia, que en 2018 hizo más de 50.000 actuaciones y hoy consta de 15 embarcaciones, constantemente en movimiento durante los meses de verano, que ayudan a los patrones de los barcos a fondear sin dañar posidonia.
En cuanto a los emisarios, Mir opina que las soluciones “son complicadas”. Muchos de ellos son privados —solo unos 20 son públicos, aduce—, y algunos de los que están construidos sobre posidonia son legales, porque se hicieron cuando no había una normativa ambiental aplicable. Con todo, deberán garantizar que el vertido no afecte a la salud de la planta, para lo que deberán tomar analíticas de las aguas depuradas que cumplan además con la directiva marco de agua y, en caso de afectar a la posidonia, “el titular del emisario tendrá que tomar las medidas correctoras y, además, las compensatorias”.