En los pasillos de la facultad de Bellas Artes no hay jóvenes con batas manchadas de pintura, ni portando enormes carpetas negras de las que sobresalen bocetos. Tampoco el habitual trasiego de alumnos y profesores que deberían estar preparando sus exámenes finales en estos días. Pero desde el taller de escultura emerge el sonido de 35 impresoras 3D funcionando a la vez, modelando las viseras protectoras que necesita el personal sanitario para protegerse del coronavirus.
El ruido se hace más intenso al cruzar una galería en la que se apilan esculturas de todos los tamaños. Al entrar en una enorme sala diáfana, hay hileras de mesas perfectamente alineadas. Sobre ellas, las impresoras. Son de varios tipos, pero todas hacen los mismos movimientos hipnóticos a la vez. Estas máquinas, que se usaban para hacer pequeñas figuras de Apolo o bustos clásicos, ahora esculpen piezas que nada tienen que ver con la historia del arte en un gesto de solidaridad de la comunidad universitaria con los profesionales que están en primera línea contra el virus. Los equipos de protección son esenciales para evitar el contagio del personal sanitario, pero su escasez ha obligado desde el pasado marzo a recurrir a otras soluciones.
“Todo comenzó con la llamada de un técnico de la Plataforma de Talleres, José Luis del Corral, que propuso usar las impresoras que teníamos para fabricar las diademas de las viseras”, relata a eldiario.es Arantzazu Mascarade, profesora del Departamento de Física de Materiales y directora de la Plataforma de Talleres de la Universidad Complutense de Madrid. Para llevar a cabo esta idea necesitaban el apoyo del rectorado, tanto para comprar el material, como para usar las instalaciones. Fue sencillo. La vicerrectora de Investigación, Margarita San Andrés, no dudó en subirse al carro. Y así se puso todo en marcha.
Junto al taller de escultura, en el laboratorio fotográfico, las cubetas donde antes se revelaban las fotos ahora se usan para desinfectar las viseras ya terminadas. Y en los puestos donde están instaladas las ampliadoras, se envasan en bolsas estériles para que puedan ser utilizadas en centros sanitarios con garantías. “La facultad ha puesto todo lo que tenía, sus instalaciones y su gente”, explica la decana de Bellas Artes, Elena Blanch. En total, han participado 150 voluntarios.
“Hay profesores que han estado de nueve de la mañana a nueve de la tarde para intentar cooperar. Hemos intentado rotar a los voluntarios, pero ha sido duro… las máquinas se estropeaban, te parecía que no ibas a llegar a todo”, recuerda.
Material para más de 60 centros
Al final, llegaron. Llegaron a más de 60 hospitales, residencias, centros de día y centros de salud de la Comunidad de Madrid. “Las primeras semanas enviábamos casi todo el material a hospitales”, explica Mascarade. El Hospital Clínico, el de Móstoles o el de la Paz fueron algunos de los primeros receptores. “Cuando los hospitales empezaron a recibir material por otras vías, nos centramos en residencias de ancianos y centros de salud”, añade. En total, han donado 1.573 viseras, más de 4.000 mascarillas y 1.890 batas de quirófano.
Pero hacer llegar este material con la circulación de personas y vehículos restringida fue otro problema. Aquí entró en juego el Ejército, que se puso al servicio de la universidad en el contexto de la operación 'Balmis'. “La utilidad de la Armada ha sido muy importante para nosotros cuando no se permitía la movilidad: ellos son los que han hecho los repartos semanales –dice Mascarade–, y quienes nos han contado cómo reaccionaba la gente cuando les llegaban las cajas”.
Mientras las profesoras de la Complutense explican los detalles de la iniciativa, cinco policías navales del Grupo de Infantería de Marina se afanan en cargar enormes cajas blancas que contienen el material sanitario. Coordinados por la cabo primero Laura Núñez, lo colocan meticulosamente por orden de entrega: va destinado a 13 residencias, centros de día y centros salud repartidos por la ciudad y también por pueblos tan alejados como Buitrago de Lozoya o Pelayos de la Presa, donde han tenido serias dificultades al principio de la crisis sanitaria para abastecerse de este tipo de material. Una ruta de 500 kilómetros que lleva casi todo el día.
La primera parada es en el centro de salud de Tres Cantos, y la reacción de sus trabajadores cuando les entregan las cajas termina en un aplauso espontáneo mientras resuenan los “gracias” por todo el vestíbulo. “El mérito es de la Complutense, nosotros solo lo traemos”, repite Núñez. Pero el aplauso continúa. “Protección Civil y la Comunidad nos ha traído material, pero seguimos necesitando”, reconoce una de las trabajadoras del centro de salud. “Lo hemos pasado muy mal al principio, cuando no había manera de conseguir nada”.
Es lo más repetido en los distintos centros en los que se van entregando las mascarillas y las viseras. “Las primeras semanas no había forma de conseguir nada”, insisten. “Esto lo vamos a reservar para otoño, para estar preparados en cuanto empiece la segunda oleada de contagios”, anticipa Ernesto Rivas, encargado de la Residencia para ancianos Miralrío. En este centro no han tenido ningún caso de COVID-19 entre sus residentes. “Fuimos previsores, empezamos a controlar la salud de nuestros trabajadores desde el 8 de marzo, y mandamos a casa a los tenían el más leve síntoma de catarro, por si acaso”.
El centro de drogodependencia de Alcobendas es otro de los receptores del material. Una de las empleadas reconoce que las primeras semanas trabajaron sin ninguna protección, porque no conseguían material. “Las viseras que nos traéis son para el personal, psicólogos, asistentes, y las mascarillas para nuestros pacientes, porque la mayoría no trae”, añade. El material que tienen ahora, al igual que en los otros centros por los que ha pasado la ruta esta jornada, procede de donaciones públicas y privadas. Siguen sorprendidos de la cantidad de ayuda solidaria que han recibido.
“Por ahora vamos a parar a la espera de ver qué pasa, porque hemos detectado menos necesidad, pero vamos a dejarlo todo preparado por si tuviéramos que seguir, y si alguien necesita material más adelante, al estar abierta la posibilidad de salir de casa, pueden venir a recogerlo ellos”, explica Mascarade. “Mientras haga falta una visera, seguiremos trabajando; somos artistas, pero los artistas también tenemos una gran conciencia social y sentimos que tenemos la obligación de cooperar en una situación como ésta”, añade Blanch.