Cambio de fronteras, caos desde el Ártico o pistas de esquí marrones: 'mil' formas en las que nos afecta que la Tierra se derrita

Raúl Rejón

2 de octubre de 2024 21:39 h

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Este fin de semana, el Gobierno de Suiza informaba de que ha cambiado su frontera con Italia porque los glaciares alpinos que separan ambos países se derriten. Al modificarse las masas de hielo, se desplazan los viejos límites que deben rediseñarse y lo que ayer era Suiza hoy es Italia. Casi al mismo tiempo se supo que la capa de hielo marino sobre el Ártico ya ha tocado su mínima extensión del año tras fundirse a ritmo acelerado desde el 14 de marzo. Ha perdido el 70% de la superficie: 10,7 millones de km2 en seis meses.

Europa y el círculo Ártico son dos de las zonas del planeta que más se están recalentando por el cambio climático. El caos meteorológico que baja del Ártico por la fundición del hielo polar o los ajustes geopolíticos en las fronteras, por más llamativo que sea tener que abrigarse un junio o cambiar los mapas oficiales, son solo dos de las múltiples maneras en las que el derretimiento de la criosfera –el hielo marino, de los lagos, glaciares y terreno congelado– nos golpea a medida que sube la temperatura de la Tierra.

¿Más ejemplos cercanos? la desaparición paulatina del esquí que acecha en las cumbres españolas y las avalanchas de rocas o de hielo al desmenuzarse las laderas de las montañas

Modificación de mapas obligada por el cambio climático

Suiza e Italia se tocan en los Alpes. 40 kilómetros de la frontera entre ambos países están marcados por el agua helada, según explica el Gobierno suizo: glaciares y neveros que se mueven naturalmente, pero ahora se desplazan notable y rápidamente con el calor excesivo derivado del efecto invernadero. Y con ese movimiento se trasladan las crestas que marcan los límites entre los estados. La frontera está alineada con los glaciares que se están retirando debido al cambio climático.

En este caso, ambos países se han visto obligados a redefinir sus mapas nacionales en el área del pico Matternhorn (también conocido como el Cervino). Los glaciares de los Alpes están en regresión acusada desde hace décadas: perdieron 24 metros de grosor entre 1997 y 2017, según los datos de Copernicus, en lo que los científicos han llamado “fundición glaciar extrema”.

Si la humanidad fuera capaz de cortar de golpe todas las emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento global seguiría durante uno o dos siglos por la inercia de la criosfera y la hidrosfera

Solo en el territorio suizo, estos ríos de hielo han decrecido un 10% en los dos últimos años, ha revelado la Red de Vigilancia Glaciar de Suiza. De hecho, en julio pasado se hallaron los restos de un montañero alemán que había desaparecido en 1986 al fundirse, precisamente, una buena parte de uno de los glaciares de la zona del Matternhorn. España no se libra de este proceso y los glaciares de los Pirineos perdieron entre 2011 y 2020 un quinto de su superficie y seis metros de espesor.

“Quizá en España se le da menos importancia porque hay menos nieve, pero la criosfera en un elemento esencial en el clima”, cuenta el meteorólogo de la AEMET Benito Fuentes López. Para atestiguar esa importancia, Fuentes explica que esta criosfera “actúa en una escala más larga: si la humanidad fuera capaz de cortar de golpe todas las emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento global seguiría aún durante uno o dos siglos, y esto es por la inercia de la criosfera y la hidrosfera”.

El Ártico y los fríos en verano

El 11 de septiembre la extensión del hielo marino en el Ártico llegó a su mínimo anual, según informó hace unos días el Centro de la Nieve y el Hielo de Estados Unidos (NSIDC). Los 4,6 millones de km2 cuadrados medidos por satélite son el séptimo peor registro desde que hay datos.

Esto consolida que un Ártico cada vez menos congelado y más libre de hielo es ya lo habitual, porque los 18 récords de extensión mínima del hielo en el polo norte corresponden a los últimos 18 años del calendario –el peor curso se marcó en 2012–.

Y no solo el océano helado es más pequeño sino también más delgado. El volumen de hielo sobre las aguas en octubre de 2024 está en su registro más exiguo de, por lo menos, los últimos cinco años: roza los 5.000 km3 cuando el promedio para esta época del año entre 2004 y 2013 se situaba en unos 9.000 km3, según las mediciones del servicio de vigilancia del hielo ártico de Dinamarca, Polar Portal.

El hielo del Ártico se está adelgazando con cada vez más zonas con solo uno o dos metros de espesor cuando lo normal es que estuvieran entre los dos y tres metros, aclara el NSIDC. Entre las razones de este adelgazamiento está que, al fundirse más extensión (por eso los máximos están siendo más pequeños) el nuevo hielo tiene que formarse desde cero en lugar de crecer sobre capas heladas anteriores. A su vez, ese hielo más fino es más fácil que se derrita durante la primavera y el verano que el acumulado en varias temporadas, lo que retroalimenta la pérdida de mar congelado.

El hielo del Ártico –y su pérdida– quizá es menos llamativo o colorido que un cambio forzado de fronteras, pero se trata de algo crucial, como avisan todo tipo de científicos. El meteorólogo Fuentes López no lo duda: “Perderlo es muy importante”, resume para elDiario.es. “No solo porque refleja la radiación solar, sino también por su capacidad aislante”.

De hecho, lo que ocurre en el Ártico no se queda allí, sino que tiene una influencia global en el clima del planeta. Por ejemplo, el recalentamiento acelerado del Ártico debilita los vientos de la corriente de chorro polar que retienen en el Gran Norte el aire frío, lo que provoca que masas más gélidas desciendan al sur y otras más cálidas asciendan.

Es lo que estuvo ocurriendo en junio pasado cuando las temperaturas en España fueron inusualmente bajas, según describieron los científicos el CSIC Santiago Giralt y Sergi Pla. Los investigadores contaban a elDiario.es que un mes veraniego más frío no solo no desmiente el cambio climático “sino todo lo contrario: es consecuencia de ese cambio”. El clima se vuelve cada vez “más extremo”, resumían ambos, que mencionaban sus experiencias durante las campañas científicas en Groenlandia: “Es una barbaridad el hielo que se está fundiendo”.

Sin nieve en las estaciones (ni con cañones)

Aunque la crisis del frío que experimenta el planeta pueda pasar más desapercibida, hay una época de cada año en la que sí se hace patente y capta la atención: el momento en el que miles de personas miran sus esquíes y equipo aguardando en el armario para salir a deslizarse por una pista blanca. Pero esas pistas ya son –y van a serlo más– cada vez más marrones e inutilizables.

“Cada vez hay menos nieve y va a haber menos”, sintetiza el meteorólogo. “Y eso se hace más patente en las estaciones a menos altura”, abunda. Todas las que se han montado en los sistemas Central e Ibérico o en la cordillera cantábrica, por ejemplo. “El declive es evidente y continuado hasta final de siglo”, ha modelado Flores, que hizo una revisión de indicadores meteorológicos en las estaciones de esquí españolas para concluir con los datos en la mano que “están amenazadas por el calentamiento global. Las cifras y tendencias reveladas por el programa Copernicus pintan un panorama desafiante para el futuro invernal”.

Y al problema evidente de que nieva menos desde el cielo se le añade otro parámetro: hay menos días con temperaturas inferiores a -2ºC, el umbral para fabricar y mantener nieve artificial mediante cañones. “El número de horas con ese nivel de frío es más corto, por lo que el lapso para tener la estación operativa también se acorta”, explica Fuentes. Por ejemplo, en la estación de Alto Campoo esas horas van camino de caer casi a la mitad (de más de 500 a unas 300), según los modelos climáticos. Igual le ocurre a Navacerada y Valdelinares, todas por debajo de los 2.000 metros de altitud, según el trabajo de Fuentes, quien resume para elDiario.es: “Los cañones sin temperatura adecuada pueden acabar siendo un brindis al sol”.

Las dificultades ya se están constatando en estos inviernos, pero este estudio que miraba hacia dónde nos dirigimos muestra la reducción de días de temporada de entre el 9% al 74%, pasando por caídas del 50%, 23%, 19%, en esas instalaciones más bajas. 

Avalanchas en unas montañas que se resquebrajan

Y por si fuera poco, las mismas montañas en las que nieva menos, se están descongelando y resquebrajando. Al calentarse el propio terreno de las laderas de los picos, se están produciendo avalanchas: la subida de las temperaturas incrementa los desprendimientos de rocas al fundir la capa de terreno que, hasta ahora, permanecía congelada, ha revelado un estudio sobre los Alpes suizos “extrapolable a otras zonas”

En este caso, la subida de temperaturas está descongelando el permafrost, el terreno congelado, que al perder cohesión se precipita. Los resultados han llegado, otra vez, desde los Alpes suizos, pero los investigadores están replicando el experimento en los Pirineos y todo les hace pensar que está ocurriendo lo mismo en la cordillera española: las montañas ya son más inestables.

“Podemos cerrar los ojos, pero la realidad es tozuda. No es una cosa del futuro, es algo que está ocurriendo en el presente”, remata Benito Fuentes López. “Habrá algún año bueno, que desde el punto de vista del frío significa con mucha nieve, pero en la serie histórica comprobaré que hay más años malos que buenos. Y en la siguiente comprobación ocurrirá lo mismo. Y así paulatinamente”.