La campaña de vacunación de la gripe definirá la situación epidemiológica de un invierno en plena segunda ola de COVID-19
El otoño se acerca en Europa y con él está cada vez más cera una de las grandes preocupaciones de las autoridades sanitarias: la temporada de gripe. Esta enfermedad desborda cada año el sistema sanitario y, en medio de la pandemia de COVID-19, eso es un problema difícilmente asumible. La semana pasada, el mismo día que aprobaron el plan para la vuelta al cole, el Ministerio de Sanidad aprobó con las comunidades un acuerdo de prevención. Uno de los puntos más relevantes es que la campaña de vacunación se va a adelantar este curso un mes para estar preparados antes de tiempo: habitualmente comenzaba entre finales de octubre y principios de noviembre, y este año lo hará a principios de octubre. El otro es que se pretende llegar a vacunar al 75% de los mayores de 65 años y sanitarios y al 60% de personas con patologías y embarazadas. Empezando por los usuarios de residencias, los trabajadores de las mismas y el personal médico y de enfermería.
Esas decisiones acompañan a la compra de 5,2 millones de dosis que hizo el Ministerio este verano, una operación centralizada, adicional y excepcional debido a la situación de emergencia sanitaria. Otros años son las comunidades las que consiguen sus dosis y Sanidad simplemente coordina y adquiere muy pocas, algo más de las que corresponden para Ceuta y Melilla. Este año también los gobiernos regionales comprarán las suyas: por ejemplo, el de Madrid anunció la semana pasada que ha destinado 7,8 millones de euros para 1,3 millones de dosis, pero podrán contar con ese refuerzo. Según explican desde el Ministerio, serán las comunidades las que administren primero sus vacunas y el Gobierno mientras almacenará las 5,2 millones que ha comprado; el reparto será posterior según se vayan acabando en cada región y las necesidades que haya.
Que la campaña de vacunación de la gripe vaya este año bien es especialmente importante por muchos motivos. En invierno conviven con nosotros muchos virus además del de la gripe, como los rinovirus y otros coronavirus más flojos que el SARS-CoV-2 que también causan catarros, pero el de la gripe provoca siempre una epidemia estacional y, sobre todo, tiene vacuna, y por tanto un margen de protección para la población. En circunstancias normales, la gripe es “un importante problema” en mortalidad, complicaciones para la salud y costes económicos y sociales, resume el Ministerio en su documento. Cada año, los sindicatos denuncian la falta de recursos para hacerle frente. Y en el contexto de la pandemia y de la saturación del sistema asistencial que ha provocado la COVID-19 se vuelve aún más peligroso porque “el modo de transmisión y los síntomas del nuevo coronavirus y del virus de la gripe son muy similares”.
Es decir, la “coexistencia” de los dos virus mal gestionada puede ser fatal porque se sumarían las consecuencias de ambos y porque la gente, al confundir sus señales, colapsará los sistemas de diagnóstico. Están en pruebas algunos test que distinguen entre virus y son capaces de determinar si se tiene gripe o COVID, aunque aún no están implantados en España y supondrán igual una labor extra de los laboratorios. Algunas investigaciones de los últimos meses han estado dirigidas a enseñar a la población a poder distinguir una de otra. Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), una cosa reconocible del COVID-19 es la pérdida del gusto y olfato, que no está aparejado a la gripe. Pero tienen en común la fiebre, la tos, la dificultad para respirar y el cansancio.
Tres factores: distanciamiento, cobertura y eficacia
Normalmente, los problemas de la gripe, es decir, que empiecen a llegar pacientes a los centros de salud con problemas respiratorios, comienzan pocas semanas antes de Navidad y tienen su pico entre finales de enero y principios de febrero, como se ve en la curva de los informes anuales de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica. De aquí a entonces, que las cosas vayan bien depende de varios factores que resume Juan Ayllón, virólogo y director de Salud Pública de la Universidad de Burgos. El primero, “que las medidas que hemos adoptado, la distancia social y la mascarilla, funcionen. Una buena cosa es que vamos a poder comprobar esa eficacia”. El segundo, “que la vacunación se expanda y todo el mundo se la tome más en serio”. Combinados esos dos, “lo esperable es que la gripe venga menos fuerte. Lo sorprendente y preocupante sería que la gripe venga como cualquier otro año”. Pero hay un tercer factor, “el más difícil de prever”: “Que la vacuna funcione. La gripe depende cada año de las gripes circulantes. Si tenemos suerte, la de este año funcionará bien; si tenemos mala suerte como hemos tenido otros años, no”.
Respecto al primero, –el efecto de las medidas anti-COVID sobre el virus de la gripe– llega alguna buena noticia desde el hemisferio sur, donde está terminando el invierno. Según un estudio que publicaba este agosto la revista Science, la incidencia de la gripe en Argentina en 2020 se ha reducido respecto a 2018 en 28 veces; en Chile, en 203; en Australia, en 33; y en Sudáfrica, en 118. Es cierto que algunos de esos países, como Argentina y Chile, han vivido confinamientos muy largos y las escuelas todavía no han abierto, por tanto el virus ha tenido menos oportunidades de diseminarse; además, como abunda el responsable del artículo, Cheryl Cohen, del Instituto Nacional Africano de Enfermedades Infecciosas, probablemente muchos casos se pasaron por alto porque las personas evitaron estos meses de pandemia ir al ambulatorio. “Pero no creo que sea posible que nos hayamos perdido por completo la temporada de gripe con todos nuestros programas de vigilancia”, matiza, y remarca en las conclusiones que buena parte de la reducción de la gripe se achaca a las restricciones de viajes, al distanciamiento físico y al uso de mascarillas.
El segundo, conseguir ese objetivo de cobertura de vacunación del 75% para mayores de 65 y sanitarios y del 60% para personas de riesgo y embarazadas, es todo un reto. Otros cursos nuestro país se ha quedado muy lejos de esas cifras. Para la temporada 2019-2020 los datos de las comunidades todavía no están cerrados, pero en 2018-2019 se alcanzó al 54,3% de las personas mayores de 65; al 40,6% de las embarazadas; y solo al 35% de los sanitarios. En su informe de 2018, el Ministerio reconocía que las coberturas habían resultado “muy bajas para todos los grupos representados”, y en el acuerdo con las comunidades de este 2020 se pide expresamente “reforzar el compromiso de las organizaciones de personal sanitario” y colectivos del sector.
Ninguno de los últimos 10 años se ha alcanzado a vacunar a más del 57% de los mayores de 65 menos en 2009, cuando se llegó al 65,7%. ¿Por qué? Porque en 2009 hubo otra pandemia, la de gripe A. Entonces el Ministerio, dirigido por la socialista Trinidad Jiménez, hizo como ahora una compra centralizada de vacunas de la gripe con un crédito extraordinario del Gobierno. No hubo una campaña especial pero sí “había muchas expectativas ese año para ponérsela”, recuerdan responsables de Salud Pública de aquella época. La pandemia había empezado en la primavera. Finalmente, no fue tan grave como se anunciaba y la precaución se rebajó. Cuando terminó aquel invierno, cuentan, hubo que destruir parte de aquel stock porque se quedó inutilizable el invierno siguiente.
Que la vacuna no valga de un año para otro es justo el tercer quid de la cuestión que mencionaba Juan Ayllón. Cada nueva temporada “es un poco ensayo-error”, señala el virólogo, porque hay cuatro cepas de gripe constantemente circulando, y cada año la predominante cambia. La que venga en 2020-2021 puede ser más o menos virulenta (“el peor escenario es un tipo h3n2”) y la efectividad de la vacuna depende de que se acierte en la composición. La OMS hace cada año su recomendación; la del hemisferio norte está hecha desde febrero, en base a los virus que han circulado ese año en ambos lados del planeta, y a partir de ella se empieza a preparar la vacuna. En los mejores años llega a proteger a algo más del 50% de la población, pero la vacuna de 2018 solo alcanzó al 25%.
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