El ministro más atípico del Gobierno, el que desde el primer día criticó la creación de la cartera de Universidades que él mismo iba a ocupar desgajada de Ciencia, se va. Manuel Castells, sociólogo de prestigio internacional, de 79 años, deja el ministerio. Persona de energía sin fin, se marcha por motivos personales, con la salud delicada y el trabajo a medias: deja la reforma de la ley de Universidades enfilada, pero sin aprobar. Su gran reto, acabar con la precariedad de buena parte del profesorado universitario, castigado estos años de crisis, tendrá que concluirlo su sucesor, que será Joan Subirats.
Castells aterrizó en el Ministerio de Universidades como parte de la cuota de Unidas Podemos en el Gobierno, en concreto a propuesta de los Comuns de Ada Colau. Su perfil, un independiente con gran bagaje académico pero alejado de la universidad española en los últimos años –era profesor en la norteamericana Berkeley–, no fue bien acogido por todos. Pero durante los dos años largos que ha estado en el ministerio se ha ganado a estudiantes y rectores, al menos en sus formas. No tanto a los profesores, especialmente a los asociados, esos a los que quería sacar de su precariedad, que nunca se convencieron de las propuestas del Gobierno. El último proyecto que tramitó, la reforma de la ley de Convivencia Universitaria, le alejó sin embargo de profesores y estudiantes, que sintieron traicionado el acuerdo que habían alcanzado cuando se modificó en el Congreso antes de su aprobación definitiva.
La Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) ha publicado una nota en la que califica su relación con Castells de “sumamente intensa” y, “aunque las visiones han sido en ocasiones discrepantes, hoy, desde Crue se quiere agradecer a Manuel Castells su sincera y honesta labor”.
El ya exministro fue acusado durante la pandemia de estar desaparecido, aunque la CRUE sostiene que “especialmente positiva ha sido la colaboración mantenida con todo su equipo durante la difícil situación vivida”. Poco amigo inicialmente de las comparecencias, cambió de parecer por las críticas recibidas –o le hicieron cambiar de parecer–, pareció asumir que de nada sirve el trabajo en política si no se comunica y empezó a dejarse ver, dar ruedas de prensa y entrevistas más a menudo. Porque Castells estaba trabajando. En media legislatura consiguió pactar con las comunidades una rebaja de las tasas universitarias, tanto de grado como de máster, que se habían disparado tras la anterior crisis, realizó junto al Ministerio de Educación una reforma de las becas, que se ensancharon, aprobó un normativa redefiniendo –y endureciendo– los requisitos para que un centro se considere universidad, reordenó los estudios universitarios, está en proceso de agilizar las homologaciones de títulos extranjeros y, sobre todo, deja aprobada la reforma del sistema universitaria en el Congreso de Ministros, aunque la tramitación se le ha torcido en los últimos meses. El Ministerio ha informado de que ha sacado adelante 23 leyes o Reales Decretos en estos dos años.
El ministro, que presumía hace unas semanas de que tiene los apoyos suficientes como para aprobar ya mismo la ley, estaba tratando de cuadrar un texto que satisfaga a todas las partes. Por ello tuvo que realizar varias cesiones, como la iniciativa que había propuesto de que los rectores pudieran ser elegidos mediante un comité y no por sufragio universal, entre otras cuestiones que rechazó la comunidad universitaria.
El currículum de una eminencia
El currículum de Castells es el de una eminencia. Hasta 75 páginas que resumen una carrera académica de medio siglo, que incluye docencia en la Universidad de Berkeley (California) –donde es catedrático emérito de Sociología– o en la Universidad de París, etapas como visitante en centros como el Massachussets Institute of Technology (MIT) o la Universidad de Oxford y, en la actualidad, la cátedra de Sociología en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), a la que se incorporó en 2001. En el ámbito de la investigación, y más allá de sus publicaciones, ha sido fundador del consejo científico del European Research Council de la UE.
Pero su larga trayectoria, como la de tantos intelectuales españoles de su generación, arranca en su etapa como estudiante. Militante antifranquista, tuvo que exiliarse en la década de los 60 en Francia, donde estudió con el sociólogo Alain Touraine, fue joven profesor de la Universidad de París y vivió desde dentro el Mayo del 68, con el líder estudiantil –ahora político de los Verdes– Daniel Cohn-Bendit como alumno.
De la capital francesa saltó a Berkeley, donde se estableció durante años y desarrolló sus estudios sobre movimientos sociales urbanos y, ya en los 90, sobre la sociedad de la información y el poder de las redes y la tecnología. De sus 26 libros publicados, el más reconocido es la trilogía La era de la información: economía, sociedad y cultura (1996-1998).
En paralelo a una carrera repleta además de 'honoris causa', cátedras eméritas y premios por todo el mundo –entre ellos, la Creu de Sant Jordi (2006) y el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política (2008)–, Castells adquirió popularidad en España con la eclosión del 15-M, que le acercaría con el tiempo a la órbita de los 'Comuns'. Fue entusiasta y también estudioso de esa enmienda ciudadana al poder político y económico, bien a través de sus artículos en La Vanguardia o de posteriores publicaciones, algunas de ellas como director del instituto IN3 de la UOC en el que participó el equipo de 'Datanalysis 15M'. Siempre interesado en el papel de las redes y de internet dentro del movimiento, llegó a asesorar al efímero Partido X.
Moderando el discurso
Castells fue moderando su discurso según pasó los meses en el ministerio. Empezó su etapa como ministro acaparando titulares desde que el primer día criticó a su empleador, el presidente Sánchez, por separar los ministerios, o cuando no tuvo reparos en admitir en su primera comparecencia en el Congreso que es “un escándalo” la precariedad de algunos profesores en la Universidad. En la última entrevista que realizó con este diario se le notaba más comedido, dándose incluso un poco de tiempo antes de contestar a alguna pregunta y midiendo más sus palabras.
Desde el Ministerio han recordado que “su prioridad desde el minuto uno” ha sido “la democratización en el acceso a la universidad”, sentido en el que iban todas las medidas que han aprobado. Fuentes de la cartera que dirigía hasta este jueves han explicado que su renuncia ha sido “una decisión reposada que ha tomado por motivos de salud y prescripción médica”. En una entrevista con este diario hace tres meses ya anunció que no repetiría en el cargo. No le ha dado tiempo siquiera a completar la legislatura.