El desborde no tuvo precedentes. Los hospitales españoles practicaron en marzo y abril de 2020 una medicina de guerra equivalente a la que fuerza un gran atentado terrorista o un accidente de avión, pero durante muchas semanas. Los profesionales buscaron respiradores a la desesperada como un escudo frente al triaje salvaje que dejaba fuera de las unidades de cuidados intensivos a personas que otras circunstancias tal vez habrían salvado la vida. El resto de enfermedades, salvo las grandes urgencias, dejaron de existir. Se cancelaron operaciones, tratamientos y consultas. Dos años después, los datos permiten cuantificar por primera vez la dimensión de aquella parálisis: diez millones de citas menos con especialistas, casi un millón menos de cirugías y menos hospitalizaciones, pero más largas.
El Instituto Nacional de Estadística ha desgranado esta semana por qué motivos se dieron los ingresos en hospitales públicos y privados. Todas las causas, salvo las infecciosas –entre las que se enmarca el coronavirus– cayeron en 2020. Sin excepción: 75.000 hospitalizaciones menos por enfermedades respiratorias, una reducción de 86.000 por dolencias del aparato circulatorio o 60.000 menos por embarazos, partos y puerperios. Sin embargo, el tiempo de estancia en el hospital aumentó hasta los 11 días, nueve en el caso de los ingresados en planta y 15 para UCI. El 12% de los ingresos, en todo caso, estuvieron relacionados con el aparato respiratorio. Durante el primer semestre del año, precisa el INE, se metieron en esta clasificación a los pacientes con COVID-19 pero después se creó un cajón propio entre las enfermedades infecciosas.
La actividad de un hospital puede medirse por las altas que se dan. En 2020 fueron un 12% menos que el año anterior, 4,2 millones frente a 4,87, según recoge el INE en su estadística de morbilidad hospitalaria. ¿Cómo se puede explicar? Por un lado, por el desplome de las cirugías: muchos de los ingresos de un hospital están relacionados con personas que se están recuperando de una operación. “Los procesos quirúrgicos pequeños y los ingresos banales fueron los que más se redujeron, se terminó admitiendo en los hospitales a pacientes con coronavirus y a pacientes muy graves. Los más sencillos se resolvían de forma domiciliaria porque no había espacio”, analiza Pedro Gullón, epidemiólogo y profesor de la Universidad de Alcalá de Henares.
Por otro, los centros sanitarios se convirtieron en espacios de peligro y los cuadros más leves se lo pensaban dos veces antes de ir al hospital. Por ejemplo, las urgencias pediátricas se desplomaron un 84% durante el confinamiento, según la Asociación Española de Pediatría. Un alta no necesariamente significa que el paciente haya mejorado, también se incluye a los fallecidos, que fueron 21.100 más que en 2019 (un 5,6% de todos los que entraron en el hospital).
Si hubiera que poner un día crítico en el calendario para los hospitales, ese sería el 24 de marzo de 2020, la jornada con más ingresos hospitalarios de todo el año, según el último informe anual del Sistema Nacional de Salud publicado esta semana por el Ministerio de Sanidad. Aquel día hubo casi 2.700 fallecidos en España a causa del coronavirus. Dos semanas después, los pacientes con COVID-19 ocupaban ya 40.000 camas en los hospitales públicos. Era 7 de abril. Los puestos de UCI se multiplicaron por tres de media, aunque en algunas comunidades se cuadruplicaron e incluso quintuplicaron.
La Sociedad Española de Oncología Médica estima que en 2020 se dejó de diagnosticar uno de cada cinco casos de cáncer
Mientras tanto, 47 millones de personas –toda la población española– estaba confinada y la actividad ordinaria de los hospitales (las operaciones programadas, las citas con especialistas...) se esfumó. El encierro desplomó los contagios, pasado el primer gran embiste, y permitió a los centros retomar una parte de la atención en verano, pero siempre a expensas de las crecidas de las olas. La segunda, en el último trimestre de 2020, fue también muy dura. En ocho comunidades provocó más muertes que la primera.
Pese a esta recuperación parcial de la actividad, las consultas con el especialista menguaron un 13% en el balance final del año. Las primeras visitas –acudir por primera vez al dermatólogo o al oftalmólogo– fueron las más perjudicadas: hubo un 27% menos que en 2019, según el informe anual del Sistema Nacional de Salud. De casi 26 millones a poco más de 20. Según se reducían las consultas, engordaban las listas de espera. Las demoras para ver al especialista alcanzaron cifras récord en el verano de 2020. 115 días. Las consecuencias de estos retrasos empezarán a verse con el tiempo. Los sanitarios ya advierten de que hay enfermedades que se han agravado por no verlas a tiempo. La Sociedad Española de Oncología Médica estima que en 2020 se dejó de diagnosticar uno de cada cinco casos de cáncer.
Lo mismo pasó con las operaciones. Las cirugías cayeron un 25%, según datos del portal estadístico del Ministerio, mientras el tiempo medio de espera de los pacientes para una intervención escaló hasta los 170 días. En verano de 2020 se alcanzó el pico y la espera ha ido remitiendo hasta situarse de nuevo en niveles prepandemia. Eso no significa que sea baja: un 18,9% de los pacientes aguardan más de seis meses. El informe anual del SNS eleva la reducción de las operaciones programadas al 33%.
¿Y cómo impactó la COVID-19 al gasto en sanidad? Aumentó un 10,8% de media, pero con notables diferentes entre comunidades. Las que más lo incrementaron fueron Catalunya (16,8%), Castilla-La Mancha (12,8%) y Madrid (12,4%), aunque esta última sigue siendo la región, junto con Andalucía y Baleares, que menos invierte por habitante (1.491 euros al año). Andalucía está en el último lugar, con 1.398 euros. Al otro extremo de la clasificación se sitúan Euskadi (1.948 euros), Asturias (1.892) y Castilla y León (1.863), según la última estadística de gasto sanitario público, también publicada esta semana.
La previsión para 2022 era buena. Con el impulso de los fondos europeos por la pandemia, muchas comunidades han previsto destinar cifras récord a su sistema sanitario aunque eso no ha impedido que los gobiernos se deshagan de parte de los refuerzos COVID. Islas Baleares por primera vez en su historia superará los 2.000 millones de euros, o Cantabria, con 1.028 millones, entre otras. En términos absolutos, la tónica general es de subida, aunque hay comunidades, como Castilla-La Mancha, que gastarán menos dinero en Sanidad que el año pasado. Habrá que esperar para saber en qué ha quedado finalmente esta planificación sobre el papel.