“Hace ya más de tres meses de la convocatoria a las urnas y los ciudadanos estamos sumidos en la incertidumbre. Nos preocupa no solo el tiempo largo transcurrido, sino también las exclusiones en la comunicación”. El presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, hace un llamamiento, durante su discurso de apertura de la Asamblea Plenaria, a “los responsables de la gestión de los resultados electorales” para que “prevalezca claramente el bien común sobre los intereses particulares”.
En un discurso ante el centenar de obispos que se reúnen esta semana en Madrid, el presidente de la CEE reclama “un ejercicio de diálogo y generosidad entre los partidos políticos”, que por el momento no se ha dado. Así, denuncia el cardenal de Valladolid, “abundan las descalificaciones personales que nunca son razones. La desacreditación mutua hace imposible una reflexión serena sobre los problemas básicos y las tareas pendientes”. “Esta situación tan difícil y prolongada puede dejar unas heridas en la convivencia social que entorpezcan la comunicación y el trabajo que a todos afecta”, subraya.
Para Blázquez, en estos meses “se han removido hasta los cimientos de nuestra convivencia como pueblo; cuando esto acontece y tememos que acontezca, vacilamos y nos sentimos desconcertados, mirando al futuro con particular aprensión”. En este punto, el presidente del Episcopado defiende la vigencia del actual marco constitucional. “La Constitución fue ratificada libremente en referéndum por la sociedad. Aunque haya aspectos en los que el paso del tiempo nos indique la conveniencia de ser actualizados, no es razonable ni legítimo poner en cuestión las líneas fundamentales de la misma; sin esta casa común quedaríamos a la intemperie”, sostiene.
En cuanto a la situación de la Iglesia en España, Blázquez sostiene que “la Iglesia no aspira en España a ser privilegiada. Se siente en el derecho de reclamar la libertad religiosa y este mismo derecho quiere compartirlo con las demás confesiones cristianas, con otras religiones y con quienes no se reconocen en ninguna religión”, advirtiendo de que “el Estado es aconfesional, y los ciudadanos seremos lo que creamos conveniente”, y recordando que “el Estado debe proteger el derecho a la libertad religiosa”.
En su discurso, el cardenal de Valladolid, defiende la vigencia de la educación religiosa en las aulas que “no es un privilegio de la Iglesia católica que la habilitara para imponerla a los demás ciudadanos; es un derecho que asiste a los padres para elegirla para sus hijos; este derecho es un servicio a los alumnos, a las familias y a la misma sociedad”, reclamando al Estado “lealtad” en este punto para afianzar la “laicidad positiva”.
Por primera vez, y refiriéndose a los Acuerdos Iglesia-Estado, el presidente del Episcopado defiende su revisión. “En la presente encrucijada -subraya Blázquez- me ha parecido conveniente recordar el marco fundamental de nuestra convivencia como pueblo y sociedad. Si estos cimientos se conmovieran, nuestra convivencia se volvería insegura. Obviamente, ruptura es distinta de actualización, que en algunos aspectos pudiera ser oportuna”.
Crisis migratoria
El cardenal de Valladolid también dedica un espacio a denunciar la crisis migratoria y la actitud de los gobiernos europeos. Para Blázquez, “cerrar ahora nuestras fronteras para defender nuestro nivel económico es signo de miedo y de debilidad vital. Como lo son también los muros levantados frente a la llamada apremiante y dramática de los refugiados, ante la que no podemos hacer oídos sordos en una actitud egoísta, aunque esta se revista en las instituciones europeas de un falso aparejo jurídico, que elimine de facto el inalienable derecho de asilo de los refugiados y contradice nuestra tradición humanitaria europea”.
En este punto, la visita del Papa a Lesbos “es un llamamiento a una mayor solidaridad europea, signo de nuestra verdadera tradición y raíces humanistas y cristianas”, y “a denunciar que Dios sea utilizado para justificar la violencia contra las personas. Ni promover la exclusión de Dios ni la profanación de su nombre, ni fundamentalismo intolerante ni laicismo disolvente”.