Contagios de clase alta: la quinta ola comienza en los barrios 'ricos' vinculada al ocio
“El coronavirus no entiende de razas, países ni de clases sociales”, se decía al principio de la pandemia, cuando una nueva enfermedad había azotado bruscamente a varias partes del mundo por igual. Un año y medio después, los datos y los estudios epidemiológicos desmienten esa tesis. Las naciones sin acceso a los avances médicos o a las vacunas se enfrentan a un importante agravio frente a Europa y Estados Unidos, e incluso en estos últimos los niveles de renta dibujan un panorama muy distinto dentro de las mismas ciudades.
Barcelona y Madrid, las dos capitales más grandes de España, han experimentado ahora el fenómeno contrario al de los otros momentos de la pandemia. Si en otras olas los primeros casos se acumulaban en barrios pobres, en los que influía el imperativo del trabajo presencial y el uso del transporte público, ahora son los barrios ricos, con mayor actividad económica, turística y con rentas más altas los que han concentrado una incidencia vinculada a otras actividades de riesgo. Sin embargo, la velocidad de la transmisión es tan alta que el impacto empieza a sentirse en las zonas más humildes. Estas dos capitales autonómicas son las únicas que desgranan sus contagios por zonas básicas de salud, pero los expertos asumen que es una tendencia que se ha dado en otras ciudades del país.
En Barcelona, los contagios se dispararon en los barrios más ricos de la ciudad tras los viajes de final de curso, a finales de junio. La situación está tan descontrolada en la ciudad condal que ahora se han extendido también a los de clase trabajadora, como Horta-Guinardó y Sants-Montjüic. Los distritos de Ciutat Vella, Eixample y Sarrià-Sant Gervasi alcanzan incidencias a 14 días de hasta 2.083 casos por cada 100.000 habitantes. El primero, aunque no destaca por renta, es de los más turísticos y en los últimos días ha desbancado a Les Corts entre los más afectados por la quinta ola.
“En Barcelona partíamos de una base peor que los demás”, explica Quique Bassat, epidemiólogo en ISGlobal y residente en la ciudad. “Aquí se celebra Sant Joan como en ningún otro sitio y sigue habiendo botellones y eventos multitudinarios cada noche”, explica. La mayor parte de los contagios de Catalunya, que es la región más afectada del país, corresponden a jóvenes de entre 20 y 29 años. El último dato de incidencia en este grupo ofrecido por Sanidad es de 3.375 casos. Le siguen de cerca los de 12 a 19 años, con 2.487 casos por cada 100.000 habitantes. “Es una barbaridad”, reconoce Bassat.
Catalunya ha querido atajarlo imponiendo el cierre absoluto del ocio nocturno, adelantando el horario de la hostelería y solicitando al Tribunal Superior de Justicia un toque de queda a la 1:00 de la mañana que, desde el sábado pasado, afecta a 161 municipios. “La vacunación ha provocado que el impacto se dispare entre quienes tienen acceso al ocio”, explica Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) y autor del artículo científico La COVID sí entiende de clases sociales. No solo a los jóvenes en general, sino a aquellos que se permitieron “ir de viaje de fin de curso a Mallorca o a Salou, pagar entradas de 20 euros en una discoteca o ir a festivales con un precio poco asequible para todo el mundo”.
La gerente de la Agencia de Salut Pública de Barcelona (ASPB) relacionó los primeros brotes en los barrios más acomodados, como Sarrià o Les Corts, con los viajes de fin de curso. Hubo más de una quincena de colegios afectados en la ciudad y la mayoría eran centros privados y concertados de la zona alta de la ciudad. “Los botellones y las vacaciones son factores de riesgo en toda la ciudad, pero los primeros casos dependieron de los desplazamientos, la movilidad, el ocio nocturno pagado –que se da en interiores más que en exteriores– y de quién se lo pudo permitir”, admite Bassat.
Aunque la situación epidemiológica de Madrid es mejor que la de Catalunya, la tendencia “barrio rico y barrio pobre” se repite. Los distritos Centro, Chamberí y Salamanca superan con mucho a los de Villa y Puente de Vallecas, Villaverde o Carabanchel. Mientras que los primeros rondan incidencias de 450, los últimos puntúan tres veces por debajo, con 150 casos por 100.000 habitantes, según los últimos datos disponibles publicados por la Comunidad de Madrid el pasado martes. De nuevo, las cohortes de edad más afectadas son las de 12 a 19 años, y de 20 a 29. “La quinta ola se ha desplazado hacia la gente joven y tiene mucho más que ver con el ocio y con los lugares cerrados que las anteriores”, opina Manuel Franco, profesor de Salud Pública en la Universidad de Alcalá y la Johns Hopkins, y residente en Chamberí.
“Son chavales que normalmente vienen de familias más acomodadas y que se ven involucrados en brotes como el de Mallorca o los relacionados con el ocio de pago”, percibe el experto. También defiende que esta población estuvo más protegida en anteriores fases de la pandemia, cuando el impacto se concentró en las zonas humildes de Madrid. “En una primera etapa, cuando estábamos todos muy sensibilizados, la mayor exposición se daba por los trabajos esenciales y la movilidad desde zonas alejadas del centro de la ciudad. En cambio, las personas más privilegiadas pudieron teletrabajar o atender a las clases online, y ahora están vírgenes”, interpreta Franco.
Aunque Madrid está en riesgo alto por transmisión, con una incidencia total de 340, rechaza pedir el toque de queda que ha entrado en vigor en la Comunitat Valenciana o en la misma Catalunya. También es una de las pocas regiones que mantiene la apertura del ocio nocturno hasta las 3:00 y cierra la hostelería a la 1:00. “Aunque las discotecas han puesto medidas de seguridad, control de aforos, de mascarillas o separación entre mesas, es un espacio complicado que tiene unas condiciones predispuestas a la transmisión”, reconoce Gullón. En el caso de Madrid, la mayoría de estos locales están en las zonas del centro que presentan mayor incidencia.
El problema de reunir en discotecas a los colectivos que aún están sin vacunar es que se genera un efecto de “carencia de inmunidad”. No es algo que ocurra específicamente en Madrid y no solo tiene que ver con el ocio nocturno, sino con las propias vacaciones. “El patrón se parece al de todas las ciudades: los primeros brotes de Cantabria estaban muy relacionados con la gente de clase alta que veranea desde Euskadi, o los de Navarra con quienes se pudieron ir de viaje de fin de curso a otras regiones”, recuerda el epidemiólogo.
Los expertos coinciden en que al principio de la pandemia la transmisión dependía de la clase social, del trabajo, de la vivienda y de las condiciones de salubridad. Ahora se ha desplazado para abajo en la pirámide de edad y son el ocio y el poder adquisitivo los factores de mayor exposición. “La movilidad por vacaciones es de clase alta, hay mucha gente que no tiene vacaciones o la tiene una semana al año”, dice Franco.
Cambio de tornas: los barrios humildes, los más seguros
Hace casi un año, a comienzos de la segunda ola, España experimentó el caso contrario. En Madrid, Aragón o Baleares los contagios empezaron a multiplicarse a finales de agosto en los barrios obreros. En ese momento, los confinamientos perimetrales solo afectaban a algunas zonas de estas ciudades y los vecinos exigieron una compensación por la falta de recursos. En el caso de concreto de Madrid, se manifestaron en contra de una medida “discriminatoria” e “indigna” hacia los barrios del sur, los más superpoblados y empobrecidos de la región. Ahora, Usera, Vallecas, Carabanchel o Villaverde son los que mejor están.
“El verano pasado teníamos a la vez los brotes de temporeros y de las empresas que estaban volviendo al trabajo presencial. Estaban muy relacionados con lo laboral y lo intrafamiliar. El ocio nocturno incluso afectaba más a los trabajadores que a la gente que acudía. Además, estuvo muy poco tiempo abierto y tenía muchas restricciones”, compara Pedro Gullón. Sobre el ocio que también se disfruta en los barrios más humildes, los expertos prefieren no teorizar, pero entienden que quizá sea más tendente a realizarse en espacios abiertos.
¿Cambiará de nuevo la tendencia en septiembre con la vuelta al trabajo? ¿Volverán a ser los distritos pobres los más afectados? “Al final de verano tendremos una vacunación más avanzada y la transmisión general será más baja. Fuera del ocio, se equilibrarán las incidencias y estarán más relacionadas con los lugares de trabajo”, confía Gullón. A Bassat le preocupa la vuelta al cole, cuyo diseño dependía de dos factores: una incidencia baja entre los jóvenes y una alta tasa de vacunación en adolescentes. “No ocurre nada de eso. Se podrá volver al colegio, pero creo que con las mismas medidas que este año en lugar de a medio gas”, cree.
Respecto a esto, Manuel Franco hace dos lecturas positivas: “Hemos parado el virus entre los vulnerables y eso ha hecho que los contagios y la incidencia se muevan hacia la gente joven; y la comunidad educativa lo ha hecho muy bien manteniendo virgen a esa población durante un año escolar entero”. No obstante, pide “no fastidiarla en verano” y que se lleve un control exhaustivo de la noche, de los lugares cerrados y de los botellones. Es decir, “que les cuidemos vacunándoles, pero también estudiándoles y trazando sus brotes”.
“Lo que hemos aprendido de la COVID-19 es que sigue los mismos patrones sociales que otras enfermedades”, argumenta Pedro Gullón. “Depende de la clase social que estés expuesto o no a la diabetes, a las enfermedades víricas o a las respiratorias. Nos tendría que hacer entender que se deben poner apoyos donde más se necesitan”, concluye.
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