Una de las mayores incógnitas que han rodeado a las vacunas contra la COVID-19 desde su comercialización ha sido su capacidad para evitar que las personas vacunadas e infectadas por el SARS-CoV-2 contagiasen a otros individuos. La mayoría de ensayos clínicos realizados no indagaba en esta cuestión porque ello dificultaba la realización de los estudios y porque no era un objetivo en absoluto prioritario. Lo que buscan principalmente los ensayos clínicos es conocer la seguridad y la eficacia de estos medicamentos a la hora de prevenir la COVID-19 grave y las muertes por la infección por el nuevo coronavirus.
A pesar de esta notable ignorancia inicial sobre la capacidad de las vacunas para frenar contagios, esta cuestión ha sido siempre importante por su implicación en el control de la pandemia. Cuanto mayor sea el efecto de las vacunas para evitar la transmisión del coronavirus a partir de las personas vacunadas, más fácil será el control del virus, al limitar las olas epidémicas. Sin embargo, conocer este detalle clave no es nada sencillo por diferentes razones.
¿Por qué no es fácil saber si una persona vacunada puede contagiar?
En primer lugar porque detectar la infección por coronavirus en personas vacunadas resulta más complicado, ya que en estas suele presentarse de forma asintomática o con síntomas muy leves. Así que, desde un punto de vista epidemiológico, identificar a estas personas contagiosas tiene dificultades añadidas y es más probable que se escapen de los “radares” durante el rastreo de contagios. Para identificar a todas las personas infectadas (aunque no tengan síntomas) de un colectivo es necesario realizar pruebas PCR a todas ellas, lo que implica el uso de bastantes recursos y personal.
Otro factor que complica este asunto es que no resulta en absoluto sencillo saber cómo de contagiosa es una persona infectada (vacunada o no) a partir de pruebas de laboratorio. La cantidad de partículas virales que se detecta a partir de una muestra obtenida de fluidos del paciente, también conocido como carga viral, no es un buen indicador de la contagiosidad de una persona. Existen también otros muchos factores que influyen en la transmisión del coronavirus: la capacidad de la persona para liberar gotitas/aerosoles con partículas virales al exterior, la variante implicada, la capacidad infectiva de los virus en fluidos respiratorios, la duración de la infección...
¿Qué sabemos acerca de si las vacunas limitan los contagios?
En estos momentos, más de ocho meses después de que se comercializaran las primeras vacunas contra la COVID-19, ya contamos con más información sobre la utilidad que tienen a la hora de bloquear el contagio a partir de los inoculados. Múltiples estudios epidemiológicos indican que las personas con vacunación completa tienen un riesgo menor de infección por el SARS-CoV-2, y no solo una alta protección frente a la COVID-19. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades han recopilado los resultados de diversos estudios que analizan la aparición de infecciones por SARS-CoV-2 entre vacunados y no vacunados. Las cifras oscilan entre un 77% y un 99% de reducción de infecciones entre los inmunizados.
Un artículo publicado en The New England Journal of Medicine muestra que las vacunas de ARN mensajero comercializadas fueron muy efectivas en el mundo real para prevenir la infección por SARS-CoV-2 entre trabajadores esenciales en Estados Unidos. De los 204 participantes en los que se detectó el coronavirus, solo 5 estaban completamente vacunados y 11 parcialmente vacunados. Con respecto al resto de personas infectadas, 156 estaban sin vacunar y en 32 se desconocía cuál era su estado vacunal. Además, estas vacunas disminuyeron la carga viral, el riesgo de síntomas febriles y la duración de la enfermedad entre aquellos que sí llegaron a infectarse pese a tener vacunados.
Otro estudio, realizado en Holanda, observó resultados muy similares entre contactos cercanos y del hogar: las vacunas contra la COVID-19 no solo ofrecían cierta protección frente a la infección, sino que también reducían el riesgo de contagio entre contactos estrechos tras completar la pauta vacunal. Los autores señalan que estos resultados destacan la importancia de que los contactos estrechos de personas vulnerables se vacunen, para disminuir así el riesgo de contagio. En Cataluña, un estudio realizado entre ancianos y personal de residencias y trabajadores sanitarios detectó que la vacunación se asociaba con una reducción de entre el 80% y el 91% del riesgo de infección por el SARS-CoV-2.
El ascenso de la variante delta en Inglaterra, entre mayo y principios de julio de 2021, fue una prueba de fuego para las vacunas. De nuevo, los investigadores observaron que las personas con la pauta de vacunación completa tenían un riesgo menor de infección por el coronavirus que las no vacunadas o las que tenían una vacunación parcial.
Antonio Gutiérrez, farmacéutico y epidemiólogo del Hospital Universitario Virgen de Valme, cita estudios que apuntan a que “las personas vacunadas completamente son menos contagiosas que las que no se vacunan, y además, según datos de hace unos días en preprint aún (artículos preliminares aún no revisado por pares), los vacunados eliminarían de su organismo el virus de forma mucho más rápida que los no vacunados, hecho más que relevante ante la prevalencia de la variante delta, por ser mucho más transmisible que anteriores variantes”.
¿Por qué las vacunas no impiden totalmente el contagio?
Aunque no hubiera estudios cuantificando este fenómeno al principio, ya se anticipaba que las vacunas comercializadas en la actualidad no garantizarían el bloqueo total de la infección ni impedirían la transmisión del coronavirus a partir de las personas vacunadas. No es, por tanto, ninguna sorpresa que veamos a personas vacunadas e infectadas. No es un problema de las vacunas, sino de unas expectativas irreales sobre sus beneficios que se han generado y transmitido por falta de información.
Tal y como están diseñados estos medicamentos, no pueden impedir al 100% el paso del SARS-CoV-2 al cuerpo humano (no ofrecen inmunidad esterilizante), ya que la principal protección inmunitaria que inducen tiene lugar en el interior del organismo y no en las barreras que lo defienden (mucosa bucal y respiratoria, saliva...). En otras palabras, las actuales vacunas tienen una gran eficacia a la hora de estimular a nuestro sistema inmunitario para que responda de forma contundente al coronavirus una vez ya está en el interior del cuerpo (evitando enfermedades graves y la muerte), pero no impiden en muchos casos que este agente patógeno atraviese las barreras y entre, provocando así una infección.
En todo caso, como explica a eldiario.es Antonio Gutiérrez, las actuales vacunas sí que tienen cierta capacidad para evitar que el coronavirus penetre en nuestro organismo: “Ya tenemos datos de que incluso las vacunas actuales (intramusculares) generan anticuerpos, de tipo IgA, en saliva y mucosa oral, más enfocadas a defendernos en la misma 'puerta de entrada' del virus”. Se trata de una protección incompleta en esta zona, pero suficiente como para disminuir el riesgo de infección entre los vacunados y, por tanto, reducir también la transmisión del coronavirus.