Con más de 100.000 casos confirmados y más de 3.400 muertes en el mundo, la COVID-19 ocupa gran parte de la actualidad informativa. Mientras los gobiernos de multitud de países toman medidas más a menos drásticas para contener al virus SARS-CoV-2, los bulos y las conspiraciones en torno a esta epidemia circulan libres y a gran velocidad, especialmente a través de las redes sociales. Las crisis despiertan el miedo y la incertidumbre y estas, a su vez, fomentan la generación y difusión de las más fantasiosas teorías que tratan de dar explicaciones con mayor o menor grado de delirio. Cuando aparecen nuevos virus que provocan epidemias en las poblaciones humanas es habitual que surjan ideas como que estos microorganismos son, en realidad, armas biológicas. Ocurrió con el VIH, el ébola o el zika, entre otros muchos agentes patógenos.
Una de las teorías conspirativas más repetidas en torno al nuevo coronavirus se centra en el origen mismo del virus. Según esta, el nuevo coronavirus se habría creado artificialmente en un laboratorio. En lo que difieren las múltiples e imaginativas explicaciones es en cómo salió el virus de las instalaciones científicas. Si fue una fuga accidental o una difusión controlada en la población china como un arma biológica es algo en lo que los conspiranoicos no se ponen de acuerdo. El hecho de que la epidemia de COVID-19 surgiera en la ciudad de Wuhan, donde se encuentra el laboratorio nacional de bioseguridad en el que se investigan microorganismos altamente patógenos, ha dado rienda suelta a los rumores sobre este lugar como el origen del coronavirus. Las habladurías suelen ignorar que este centro tiene el máximo nivel de bioseguridad y un escape inadvertido de un virus sería algo extremadamente improbable.
Afortunadamente, las intensas investigaciones que se están realizando sobre el coronavirus para desarrollar tratamientos y rastrear su difusión también aportan robustas evidencias científicas que descartan la idea de que este nuevo patógeno humano se hubiera creado en el laboratorio.
Qué dice la ciencia sobre el origen del SARS-CoV-2
Todos los datos que se han podido reunir sobre el nuevo coronavirus apuntan a que este surgió recientemente de una especie animal (el murciélago, con un elevado grado de certeza) y que quizás saltó a los humanos a través de otro animal intermediario que todavía no ha sido identificado (se ha descartado que fuera el pangolín). Este fenómeno es muy habitual en la aparición de nuevos microorganismos patógenos.
Diferentes especies animales son reservorios de multitud de microorganismos que son incapaces de afectar al ser humano hasta que, por mero azar, surgen cambios genéticos que sí permiten el salto de animales a humanos. Basta que animales infectados y humanos estén en contacto, para que estos nuevos microorganismos tengan la oportunidad de contagiar a las personas. Este fenómeno ha ocurrido desde que existe el ser humano, pero solo desde hace menos de un siglo somos conscientes de que sucede. A través de este mecanismo surgieron virus como el VIH, el SARS o el Nipah, por mencionar unos pocos.
Los murciélagos suelen ser una de las fuentes habituales de nuevos patógenos para el ser humano. Son portadores de múltiples tipos de virus que pueden transmitirse al ser humano si se dan las circunstancias apropiadas para ello. Por esa razón, el mercado de Wuhan, con una gran presencia de animales exóticos (entre ellos murciélagos), es uno de los posibles focos de la epidemia. Además, el propio virus SARS-CoV-2 comparte un 80% de su genoma con el virus SARS, que surgió en 2002 de una colonia de murciélagos que residían en una cueva en el sur de China.
El análisis de los genomas del nuevo coronavirus nos permite conocer su “árbol genealógico”. Es decir, su relación de “parentesco” con otros coronavirus similares, ya sean en humanos como el SARS o en otros coronavirus presentes en murciélagos. Un análisis publicado en la prestigiosa revista Nature el 3 de febrero muestra que un coronavirus propio de murciélagos comparte el 96% de su material genético con el nuevo coronavirus.
Por otro lado, con estos estudios también podemos saber en qué momento surgió el nuevo coronavirus. Conocemos, por un lado, la velocidad aproximada a la que muta al año y, por otro, las diferencias genéticas con sus parientes virales más cercanos. Si el nuevo coronavirus fuera de creación artificial, los científicos lo habrían detectado ya que tendría más mutaciones de lo esperable o contendría ciertas modificaciones genéticas artificiales cuya aparición por azar sería extremadamente improbable.
El 19 de febrero, científicos de diferentes centros de investigación del mundo realizaron una declaración pública en la revista médica The Lancet para apoyar a los investigadores, profesionales de salud pública y profesionales sanitarios que estaban combatiendo la COVID-19 en China. En dicha declaración, destacaban lo siguiente: “Nos mantenemos unidos para condenar enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que la COVID-19 no tiene un origen natural. Los científicos de múltiples países han publicado y analizado los genomas del agente causal, el SARS-CoV-2, y estos prueban abrumadoramente que este coronavirus surgió de la vida silvestre, como otros muchos patógenos emergentes”.
Lo que nos dice el sentido común
Además de las pruebas científicas, el sentido común también contradice las teorías de la conspiración del origen artificial del virus. Hay pocas armas biológicas más absurdas que un virus con gran capacidad para difundirse entre todas las poblaciones humanas en un mundo globalizado. Las fronteras no son un obstáculo para estos microorganismos. A ninguna nación le interesaría desarrollar un arma así, salvo que contara con la capacidad de inmunizar previamente a sus habitantes. Dada la extensión del virus a más de 90 naciones, incluyendo a prácticamente todos los países desarrollados, no parece que ningún país cumpla este criterio.
Por otro lado, un virus que mata principalmente a ancianos y enfermos es, como arma, una auténtica chapuza. A ninguna fuerza bélica con interés para crear armas biológicas le interesaría destinar recursos en crear un patógeno que afectase a los más débiles de una población.
En definitiva, no hay ninguna prueba que respalde las teorías de la conspiración. Tanto las evidencias científicas como el sentido común indican que el nuevo coronavirus ha surgido de la naturaleza, como muchos microorganismos han hecho antes y seguirán haciendo en el futuro.