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Mónica Zas Marcos / Pau Rodríguez

30 de octubre de 2020 22:13 h

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¿Qué hacen las personas que viven en la calle cuando el principal consejo para protegerse del virus es quedarse en casa? ¿Cuál es su “casa”? La llegada del frío ha traído consigo una escalada de contagios de COVID-19 y mayores restricciones orientadas a permanecer todo el tiempo posible en el domicilio, como el toque de queda. Otra vez, como ya ocurrió en la primera ola, las entidades sociales se han visto obligadas a improvisar soluciones para que esta normativa que obvia a la gente sin hogar no les complique aún más la vida. Ya son más de 40.000 en toda España.

“Lo cojo por si acaso, que con la policía nunca se sabe”. Emerico, de 35 años, guarda el documento debajo de la manta que le arropará del frío, como cada noche, en un portal de la calle Roger de Flor de Barcelona. El certificado que le acaban de entregar acredita que él “no dispone de vivienda ni de recurso residencial o alojamiento y que por esta razón se encuentra viviendo de forma permanente en la calle”.

Desde el lunes, nadie puede andar por la vía pública a partir de las diez de la noche en Barcelona porque está decretado el toque de queda. Voluntarios de la entidad Arrels, que ofrece asistencia a personas sin hogar, peinaron este jueves la ciudad para repartir documentos a todas aquellas personas que duermen a diario en la calle, un total de 1.239 según su último recuento de mayo. Desde la Conselleria de Interior y el consistorio se han dado órdenes de no multar a este colectivo, pero en Arrels no se fían: en marzo se enteraron de un total de 16 sanciones. 

“A mí no me han multado, pero a veces me dicen que no puedo estar aquí. Entonces les respondo, ¿adónde voy a ir? ¿Al otro lado de la acera?”, se resigna Emerico, que vive en la calle desde hace cuatro años. El miedo a los encontronazos con la Policía también se cierne sobre las personas sin hogar en Madrid, donde la restricción se ha fijado desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana. “Ahora están agobiados con el toque de queda, se esconden entre sus cartones antes de que llegue la hora y no se quieren ni mover”, cuenta Esperanza, voluntaria del proyecto Bokatas.

A ella también le corresponde la ruta de los jueves y esta semana, como en cualquier otro rincón de la capital, el tema de conversación con sus “amigos en la calle” ha versado sobre el toque nocturno y el estado de alarma. “Lo que ocurrió en el anterior fue que les paraban y les tomaban los datos, aunque las multas nunca se llegaron a tramitar”, cuenta la joven. En su opinión, “el simple hecho de que les hostiguen y les asusten” debería ser suficiente para emitir directrices de no sanción desde la administración como ocurre en Catalunya.

Es allí donde, durante su ruta nocturna, Francesca y Gisele, las dos voluntarias de Arrels, reparten los certificados a una quincena de personas, charlan con ellas, les toman los datos por si la entidad no los tiene en su radar y les explican la vigencia del toque de queda. “Todos lo saben ya”, comentan. 

“¿El toque de queda? Me enteré porque me lo dijo un vecino, porque si no no se nota mucho, hay gente por la calle igual”, asegura Juan, de 54 años, los últimos 15 sin un techo bajo el que refugiarse. Tampoco lo ha percibido en la actitud de la policía, dice, con quien asegura que no ha tenido nunca problemas. “Eso sí, la gente es más reacia a acercarse y a darnos algo de propina o de comida, pero ya desde que empezó lo del virus este”, asegura.

“Lo que ocurrió en el anterior estado de alarma fue que les paraban y les tomaban los datos, aunque las multas nunca se llegaron a tramitar”. En su opinión, “el simple hecho de que les hostiguen y les asusten” es suficiente.

Desde el área de Bienestar social del Ayuntamiento de Madrid, por su parte, confían en que la Policía municipal sea consciente de la situación de estas personas y que, al igual que no interpusieron multas en el anterior estado de alarma, ahora tampoco. Mucho suponer para Esperanza, la voluntaria de Bokatas, quien recuerda que “el sinhogarismo es una realidad con muchas caras y no siempre se corresponde con el estereotipo de hombre de 50 años, barba larga y carrito”, por lo que identificarles no resulta tan sencillo. Si la cosa “se pone fea”, no descarta exigir que les redacten un salvoconducto.

“En lugar de hacerles una ficha, deberían usar sus patrullas de control para informar a esta gente de sus opciones”, propone la portavoz de Bokatas. Este cometido, sin embargo, le corresponde al Samur Social de Madrid, quienes recorren las calles para “reubicar a quien lo necesite en las plazas adicionales de la red de personas sin hogar”. El objetivo es claro: que la menor gente posible permanezca en la calle durante el toque de queda, pero eso no siempre resulta tan sencillo.

Calle y frío: ¿qué preparan las grandes ciudades? 

La vida en la calle es hoy más complicada, si cabe, que antes de la COVID-19, pero si una cosa tiene clara Emerico es que no quiere acudir a ningún dispositivo de emergencia del Ayuntamiento de Barcelona. Prefiere otro invierno al raso. ¿La razón? Levanta la manta y señala la perra que duerme acurrucada a su lado. Ningún albergue de la ciudad admite animales y por nada en el mundo se separaría de ella.  

Con cada vez menos coches, las persianas bajadas y los vecinos ya recluidos en casa, Barcelona es una ciudad más tranquila y silenciosa. Pero las entidades advierten que esto puede generar a su vez sensación de inseguridad. En abril, en pleno confinamiento, un hombre asesinó a golpes a tres personas sin techo en el Eixample. “Es evidente que la impunidad de los agresores crece. No es lo mismo agredir a alguien a plena luz del día que cuando no hay nadie por la calle. Muchos dicen que duermen mejor porque no hay ruido, pero otros se sienten más inseguros”, asegura Ferran Busquets, director de Arrels. 

A pesar de esto, en Madrid, muchos de los “amigos” de Esperanza se niegan a volver a los centros después de haber experimentado el grado de hacinamiento al que les someten. “Es un recurso de alojamiento masivo y la gente no quiere ir, prefiere quedarse en sus rincones”, explica la voluntaria. “El problema viene ahora con la llegada del frío, porque todos los sitios donde podían guarecerse están cerrados, como bibliotecas o baños públicos, y eso es un problema gordo”, se lamenta.

El Ayuntamiento de Madrid asegura que ha ampliado su capacidad de alojamiento con 820 plazas más respecto al año pasado y que, durante la Campaña del Frío que empieza el 25 de noviembre, aumentarán su capacidad en un 18% con camas que aún no están listas. La situación de emergencia obligó en la anterior ola a dedicarles un pabellón en el recinto ferial de Ifema. Después de su cierre, el consistorio habilitó 384 camas en centros como el de La Latina o Puerta Abierta, de las que muchas se encuentran disponibles hoy en día.

En Barcelona ocurrió algo parecido con dispositivo de la Fira, el más masivo –con capacidad para 450 personas– y, precisamente por eso, el más criticado por algunas entidades como Arrels. “En los espacios masivos se generan conflictos y hacen que las personas tiendan a sentirse más seguras en la calle”, argumenta Busquets.

De cara a la segunda ola, el Ayuntamiento se ha comprometido a mantener las plazas extraordinarias abiertas, unas 500 que incluyen dispositivos pioneros para toxicómanos y para mujeres. Esto le ha supuesto al consistorio un incremento del 30% del presupuesto para sinhogarismo, que alcanzará los 45 millones.

Al igual que en Madrid y Barcelona, estas personas recalan en las grandes urbes por múltiples motivos, entre ellos las facilidades para acceder a ayudas y padrón. Por eso, las entidades sociales exigen que estas ciudades se preparen para un invierno duro epidemiológica y socialmente y que ofrezcan garantías ante unas normas sanitarias que se olvidan de la gente de la calle.

En Zaragoza, por ejemplo, han llegado a un acuerdo para habilitar 21 plazas más en El Refugio en previsión a las 120 personas, según Cruz Roja, que podrían precisar ese servicio en invierno. Durante los meses de confinamiento se usó el pabellón de Tenerías, opción que ha quedado descartada para la Campaña de Invierno porque no está preparado ni climatizado. Según explica el concejal de Acción Social, Ángel Lorén, “el toque de queda ha modificado las dinámicas y aumentará la demanda”, así que están buscando equipamientos en los que puedan ofrecer un mínimo de comodidades: “No solo se trata de dormir o comer, hay que proporcionarles algo más”. 

Sevilla ha llevado ahora al máximo posible los recursos existentes del dispositivo y aparte está habilitando las plazas de hostal necesarias. “A todas las personas sin hogar se les está ofreciendo un alojamiento para que cumplan la restricción de movilidad y, si lo rechazan queda constancia de que es una decisión voluntaria”, dicen fuentes municipales.

En cambio, en Valencia no se ha habilitado ningún dispositivo especial por el toque de queda “porque hay un 10% de plazas disponibles en los albergues y porque los sin techo no se consideran un colectivo de riesgo, pues el objeto de la restricción es evitar botellones y reuniones sociales”, dicen desde el consistorio. Algo parecido explica el Ayuntamiento de Bilbao. “El estado de alarma actual no exige confinamiento domiciliario como ocurrió en marzo”, razón por la que no han desplegado tantos recursos como la última vez.

Pero no todo es la guerra contra el frío. Los casos de coronavirus están disparados y las posibilidades de contagio de estas personas crecen exponencialmente. “Son los más vulnerables al virus y a sus consecuencias respiratorias y pulmonares”, advierte Enrique Domínguez, técnico del Equipo de Inclusión y responsable de Personas sin Hogar en Cáritas, que esta semana ha presentado un informe desolador

Miedo al contagio en los 'macrocentros'

Los rebrotes y las nuevas medidas de confinamiento afectan especialmente a los más vulnerables y, según Domínguez, “ya vamos tarde”. “Ahora que han pasado ocho meses, no podemos permitirnos llegar a esta segunda ola sin recursos ni ir por detrás de las emergencias, sino adelantarse a ellas”, dice en relación a las medidas de los centros para evitar la transmisión del virus.

“No se garantizan las pruebas PCR ni que tengan sitio para aislarse. Habría que habilitar espacios y recursos para las personas sin hogar, no solo macrocentros y un bocadillo”, critica. De hecho, la paradoja es que muchos de ellos, para no exponerse a la enfermedad, terminan rechazando las opciones que les da la administración. “Se agobian con tanta gente y tienen miedo a contagiarse”, confirma Esperanza, de Bokatas. “Esta crisis ha sacado a la luz a quienes viven en la exclusión más severa, pero ¿qué clase de intervenciones hemos hecho si siguen sin disponer de una vivienda digna?”, se pregunta la voluntaria. 

En los dispositivos barceloneses, por los que pasaron más de 1.000 personas durante la primera ola, el consistorio entre marzo y mayo un total de 1.100 pruebas PCR, de las que un 133 resultaron positivas. Un centenar fueron trasladados a los hoteles medicalizados, y 15, hospitalizados.

No se garantizan las pruebas PCR ni que tengan sitio para aislarse. Habría que habilitar espacios y recursos para las personas sin hogar, no solo macrocentros y un bocadillo

El confinamiento congela el acceso a la vivienda y las posibilidades laborales, claves para garantizar la salud, la vida, la dignidad y la “prevención del sinhogarismo”. Que, de hecho, ha empeorado al menos en un 25% según datos de Cáritas. “Si la ciudad se para, sus oportunidades también”, resume Ferran Busquets, director de Arrels. Es lo que teme otro Juan, este de 42 años, que se dedica desde hace años a la recolecta y venta de chatarra en Barcelona. De noche duerme en un cajero. “Ahora gano unos tres euros al día, cinco o diez como máximo. Pero está claro que vamos a un confinamiento total y ya no me va a dar ni para comer”, augura.

También el cierre total de bares y restaurantes, vigente en Catalunya durante al menos quince días, es para ellos un enorme revés. “Yo iba a uno que conozco a tomarme un cortado, lavarme la cara, leer el periódico… Ahora, nada”, detalla Juan. “El otro día una mujer me gritó porque estaba meando en un árbol, ¿pero dónde voy a mear? Pero es que no solo yo, ¿eh? ¿Dónde te crees que mean los barrenderos o los jardineros?”, exclama.

Con información de Carlos Navarro, Candela Canales, Javier Ramajo y Maialen Ferreira.

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