Las muertes durante los dos años de pandemia de COVID-19 multiplican por tres los fallecimientos oficialmente atribuidos a la enfermedad: si los registros de los países suman 5,9 millones de vidas perdidas, el exceso de mortalidad a nivel mundial se va a los 18,2 millones, según una revisión del Instituto de métricas de la salud de la Universidad de Washington publicada en The Lancet.
“El verdadero coste en vidas ha sido mucho mayor”, concluye esta investigación que se ha fijado en 191 países y territorios. “El impacto total de la pandemia ha sido mucho más profundo de lo que indican los informes de fallecimientos”, abunda el documento.
Los autores advierten de que han debido usar modelos estadísticos para los países que no pueden actualizar mensual o semanalmente sus registros de fallecimientos por todas las causas.
El exceso de mortalidad es la diferencia entre el número de muertes por cualquier causa registradas y el número de fallecimientos esperables en virtud de las tendencias acumuladas a lo largo de los años. En España, esta variable (el MoMo que se hizo célebre durante los meses más trágicos de la COVID-19) ya sumaba 90.000 fallecimientos por encima de los esperado al acabar octubre de 2021. Nunca se había experimentado un exceso de muertes de ese calibre: entre el 25 de marzo y el 5 de abril de 2020 fallecían 20.000 personas a la semana.
La zona del planeta con más exceso de mortalidad ha sido el sureste de Asia con 5,3 millones de fallecimientos por encima de la tendencia histórica. Le sigue África del Norte y Oriente Próximo (1,7 millones) y Europa del Este (1,4 millones)
Aunque este fenómeno ha sido muy conocido en España, el estudio de la Universidad de Washington ofrece una visión global. El exceso de muertes varía de manera “dramática” entre países y regiones, reflejando cómo la COVID-19 ha dañado de forma muy diferente a las poblaciones según donde vivieran.
En términos absolutos, la zona del planeta con más exceso de mortalidad ha sido el sureste de Asia con 5,3 millones de fallecimientos por encima de la tendencia histórica. Le sigue América del Norte con 1,7 millones y Oriente Próximo. Europa del Este tuvo un exceso de 1,4 millones.
En cuanto a países, el mayor número de muertes no esperables se dio en India (cuatro millones); después, Estados Unidos (1,1 millones); Rusia (1,1 millones); México, con 798.000; Brasil (792.000) e Indonesia, con 736.000. En la otra punta, países como Australia, Nueva Zelanda, Islandia o Singapur han presentado menos muertes de las esperables.
En cuanto a la tasa de exceso de mortalidad (es decir, el número de muertes no esperadas por cada 100.000 habitantes) las más altas se han registrado en los países andinos, Europa del Este, Centroeuropa –los estados balcánicos, Hungría, Polonia...–, África subsahariana y América central. Llama la atención que algunos estados del sur de Estados Unidos presentan también tasas parecidas a las de estos otros países.
El estudio atribuye a España 160.000 fallecimientos de exceso de mortalidad y una tasa de 186 por cada 100.000, menos que Italia, pero más que Alemania, Francia O Reino Unido.
“Comprender el coste real en muertes de la pandemia es vital para tomar decisiones efectivas sobre la salud pública”, comenta el autor principal del estudio, Haidong Wang. Algunos estudios llevados a cabo en Suecia y Países Bajos sugieren que la COVID-19 está detrás de la mayor parte del exceso de muertes, pero Wang insiste en que deben proseguir las investigaciones: “Actualmente no tenemos evidencias suficientes en la mayoría de países, así que más investigación ayudará a establecer cuáles fueron provocadas directamente por la enfermedad y cuáles fueron un resultado indirecto de la pandemia”.
Infradiagnóstico y malos datos
Las causas de una diferencia tan grande entre los números oficiales de decesos COVID y los datos (en muchos estados también oficiales) de exceso de mortalidad hay que buscarlas en “un infradiagnóstico de la enfermedad debido a la falta de tests y a problemas a la hora de reportar los datos”, analizan los autores.
Comprender el coste real en muertes de la pandemia es vital para tomar decisiones efectivas sobre la salud pública
Los desfases llegan, pues, “porque, generalmente, los sistemas de salud pública no incluían como muerte por COVID-19 los casos que no contaban con una prueba positiva para el virus SARS-CoV-2”, detalla el estudio. Y no se trataba de un problema, como pudiera intuirse, exclusivo de países empobrecidos: “Es improbable que muchas de las muertes producidas entre las personas más mayores de países de renta alta, especialmente en residencias, se hayan atribuido a la COVID-19. Hay evidencias de que se infraestimó en muchos lugares”, afirma la investigación.
Desde luego, en España, el impacto de la pandemia en los centros de personas mayores fue brutal. Más de 32.000 fallecimientos que dejaron al descubierto las carencias del sistema de cuidados. Y, en la primera ola, el Gobierno de Madrid elaboró un protocoló que, de facto, impidió el traslado de pacientes sospechosos de COVID-19 a los hospitales. El Ejecutivo autonómico en Castilla y León también ordenó no llevar a los residentes a hospitales en el pico del primer golpe de la pandemia
Otros problemas detectados por el Instituto de métrica de la universidad estadounidense son la falta de un “consenso universal” en la comunidad médica para considerar que un persona con COVID fallece por COVID o las “consideraciones políticas” que impidieron un reporte “preciso”.
Con todo, esta especie de MoMo mundial también aclara que no se conoce la causa exacta de todas las muertes: “Es crucial poder distinguir entre los fallecimientos causados directamente por la COVID-19 y aquellos indirectos, pero consecuencia también de la pandemia”.