Declárame tu conflicto de interés: por qué los periodistas debemos preguntar por los compromisos de nuestras fuentes
Toneladas de plásticos vertidas en playas gallegas justo antes de unas elecciones. Periodistas que deben informar sobre otra catástrofe ambiental más, tratando de hablar con personas expertas que sepan explicar los riesgos. En un contexto como este no pueden faltar algunas voces —pocas, marginales, pero ruidosas— que mientras tanto niegan, incluso en nombre de la ciencia, que tales riesgos existan. No es nada nuevo. Ya hemos hablado largo y tendido sobre los mercaderes de la duda, que suelen tener conflictos de interés políticos o económicos.
Tener conflictos de interés tampoco es nada nuevo, no es malo en sí mismo ni evitable por completo. Todos nos levantamos cada mañana y nos acostamos cada noche con nuestra ideología, nuestros compromisos y nuestros intereses —no se fíen de quienes nieguen alguna de estas cosas que nos diferencian de un robot—. La clave está en la honestidad.
Ser honesto cuando se opina consiste en hacerlo dejando claro que uno tiene unos posibles conflictos de interés, para que el público que reciba esas opiniones tenga suficientes elementos que le permitan ponerlas en contexto. No declararlos es engañar. Es comerse una parte esencial del discurso y tratar a la gente como si fuese idiota, incapaz de entender que detrás de cada aseveración hay una persona que está influida por sus propias circunstancias, y que informarse bien para construir nuestras propias opiniones es un proceso complejo en el que debemos tener en cuenta estos factores humanos.
Malas prácticas y dimisiones
En ciencia, los conflictos de interés se declaran. Reconocerlos forma parte del propio proceso de generación de conocimiento. Tener conflictos de interés —por ejemplo, haber recibido dinero de la industria— no invalida en absoluto una investigación ni la hace necesariamente menos fiable. De hecho, es bastante común en ciertos sectores en los que hay grandes inversiones de empresas privadas, como el alimentario, el farmacéutico, el energético o muchas ingenierías. Por el contrario, tener conflictos de interés y no declararlos sí está considerado como una mala práctica que pone en entredicho la credibilidad. Ha habido dimisiones sonadas por haber olvidado hacer esta declaración, como la del ya fallecido Josep Baselga, que renunció a la dirección del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York al conocerse, a través de The New York Times, que no había sido transparente sobre el dinero que recibía de la industria farmacéutica.
Quizá los conflictos más difíciles de reconocer sean los pertenecientes al ámbito ideológico o identitario: etnia, origen geográfico, orientación sexual, género, condición de discapacidad, nivel profesional...
Los compromisos que un científico puede tener no se limitan a las fuentes de financiación, sino que también están relacionados con colaboraciones actuales o pasadas, empleos, pertenencia a organizaciones, puestos de decisión, implicaciones políticas, relaciones personales o profesionales… En definitiva, una persona debería declararlos cuando, a ojos de terceros, su papel de experta independiente pueda chocar con alguna actividad actual o pasada. Es importante entender que esto no significa que esa persona sea menos objetiva o independiente, sino que podría percibirse razonablemente de ese modo, como explicamos en el Science Media Centre.
Quizá los conflictos más difíciles de reconocer —ante una misma y ante los demás— sean los pertenecientes al ámbito ideológico o identitario: en un trabajo puede influir la identidad de la persona que lo lleva a cabo, es decir, su etnia, origen geográfico, orientación sexual, género, condición de discapacidad, nivel profesional, etc.
Recientemente, la periodista científica estadounidense Rachel Zamzow reflexionaba en Science: “¿Deben los científicos incluir su etnia, sexo u otros datos personales en los artículos?”. Este tipo de declaración en la literatura científica “ya era una práctica establecida en ciencias sociales, como la sociología y la antropología” y “ahora se va introduciendo poco a poco en campos como la biología, la salud pública y la medicina, así como en la educación STEM, y cada vez son más las revistas que las fomentan o incluso las exigen”, explica Zamzow. Como no podía ser de otra manera, la práctica está recibiendo críticas porque choca con la idea tradicionalmente aceptada de que la ciencia es objetiva e independiente de quién la haga.
Si informamos sobre resultados que se han expuesto en un congreso científico al que asistimos gracias a que fuimos invitados por una empresa —a veces, es la única manera porque los medios ya no pagan esos viajes—, ¿por qué no decirlo en la propia pieza?
Hay otra crítica que me parece más interesante: ¿esto es útil, sirve para algo? Según sus partidarios, las declaraciones de posición animan a los investigadores a reflexionar sobre cómo su visión del mundo afecta a la ciencia que hacen, desde el planteamiento de las preguntas hasta la interpretación de los datos. Otros recelan, temiendo que se convierta en un ‘check’ más en el proceso de enviar un artículo.
Preguntar, informar
¿Cómo se manejan estos conflictos en el periodismo? Por un lado, deberíamos declarar los propios. Por ejemplo, si informamos sobre resultados que se han expuesto en un congreso científico al que asistimos gracias a que fuimos invitados por una empresa —a veces, es la única manera de estar en los sitios porque los medios ya no pagan esos viajes que solían pagar hace 20 años—, ¿por qué no decirlo en la propia pieza? Ya se hace en algunos medios y es una buena práctica que debería extenderse.
Por otro lado, deberíamos ser más conscientes de los conflictos de interés de las fuentes. Creo que la gran mayoría de los periodistas de ciencia se esfuerzan por encontrar fuentes expertas en cada tema y, además, prefieren que sean lo más independientes posibles. No siempre es fácil cuando hablamos de noticias controvertidas, por eso, solemos recoger opiniones diversas que reflejen las diferentes perspectivas sobre una controversia; de ahí que una frase clásica sea que “un buen reportaje debería tener por lo menos tres fuentes”. Pero, además de contar con el abanico más amplio de puntos de vista, los periodistas de ciencia nos debemos acostumbrar a preguntar a nuestras fuentes por sus conflictos de interés y a hacerlos explícitos cuando citamos en nuestras piezas lo que nos han contado los científicos. “Declárame el conflicto de interés en la primera cita” podría ser un buen lema. Ojo, cuidado: no consiste en poner en duda lo que dice esa persona, sino en darle al público la posibilidad de tener una información más completa.
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