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Análisis

¿Qué probabilidad tiene tu hijo o hija de ser un futuro premio Nobel?

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Ya pasó la semana de los Nobel y quienes nos hemos dedicado a cubrirlos aún estamos de resaca. Nos decimos “ya pasó” como quien consuela a alguien que acaba de vivir un momento incómodo y estresante. No vamos a quejarnos aquí del estrés, porque tampoco es que hayamos cubierto una guerra; hablemos de la incomodidad. Muchos de los que nos dedicamos al periodismo de ciencia tenemos la sensación de que cada vez los Nobel nos suscitan preguntas más incómodas. ¿Qué están valorando estos premios? ¿Por qué se conceden a logros científicos protagonizados por grandes corporaciones tecnológicas, como la IA, sin hacer alusión a los riesgos que nos plantea? ¿Por qué no hay apenas mujeres? ¿Por qué son estos galardones suecos los más prestigiosos, visibles y socialmente valorados? ¿Cuántos nobel vienen de familias pobres y cuántos de familias ricas?

Muchas preguntas. Hay un paper que da respuestas (parciales, porque así es la ciencia) a algunas de ellas. En su estudio Acceso a las oportunidades en las ciencias: la evidencia de los Premios Nobel, Paul Novosad, profesor asociado de Economía en Dartmouth College (Estados Unidos) y sus colegas analizan qué recursos tuvieron de niños los científicos premiados con el Nobel. Su intención es arrojar luz sobre esta cuestión: ¿basta con poseer todas las cualidades personales (brillantez, coraje, perseverancia) que esperamos de una persona que aporta algo nuevo y esencial al conocimiento humano, o también es necesario haber nacido en la familia adecuada?

Los propios autores resumen el problema con esta frase del biólogo evolutivo y divulgador Stephen Jay-Gould que precede al estudio: “De alguna manera, estoy menos interesado en el peso y las circunvoluciones del cerebro de Einstein que en la certeza de que personas con el mismo talento han vivido y muerto en campos de algodón y fábricas de explotación”.

Novosad ha explicado en X por qué para él es importante indagar en la niñez de los adultos considerados como los genios más brillantes del planeta: “La ciencia es, sin duda, la fuerza más importante para el progreso humano (…). Si hay un niño que podría hacer un descubrimiento fundamental, querremos asegurarnos de que no pase el resto de su vida en una mina”. ¿Son capaces nuestras sociedades de encontrar ese talento y apoyarlo, esté donde esté? ¿En qué medida las barreras externas impiden a las personas con un gran potencial latente triunfar en las ciencias? “Nuestra idea era estudiar la infancia de los ganadores del Premio Nobel. ¿De dónde venían?”, se han preguntado. Ya intuyen la respuesta antes de leerla, seguro.

La profesión más habitual de los padres de un nobel es la de empresario, tanto de empresas grandes como de pequeñas

La hipótesis central es que, en un mundo ideal con igualdad de oportunidades, los premios Nobel aparecerían en familias y lugares al azar. Si, por el contrario, nos encontramos con que las personas galardonadas suelen nacer ricas, en países occidentales o con un capital social y educativo elevado, se nos está perdiendo gente por el camino: “Si el talento está distribuido por igual, pero los científicos proceden de forma desproporcionada de un subconjunto de la población (por ejemplo, en función de los ingresos, el sexo o la nacionalidad), esto significa que no se está descubriendo a un gran número de personas con grandes capacidades”, explican en el paper

De 1901 a 2023

Lo que hicieron fue investigar la infancia de todos los nobeles de ciencias desde 1901 hasta 2023, incluidos los de Economía. “Excluimos los de la Paz y Literatura, ya que esos comités a veces seleccionan intencionadamente a personas que nacieron pobres, algo que no ocurre en las ciencias”, explica Novosad. El dato en el que se fijaron fue la ocupación del padre —que permite inferir su nivel de educación y de ingresos—, porque es un buen predictor del nivel socioeconómico de un niño —hay pocos registros de las ocupaciones de las madres y muchas son amas de casa, lo cual no aporta datos sobre el estatus familiar—. 

Solo 28 de los 735 galardonados son mujeres y provienen de entornos más elitistas, lo que indica que sus privilegios familiares les sirvieron para compensar las numerosas barreras que afronta las mujeres en las ciencias

Analizando los datos sobre 715 de los 739 galardonados, se desvaneció el sueño de la distribución uniforme por nivel de riqueza: la mitad se sitúa en el percentil 95, es decir, fueron niños criados por padres que estaban entre el 5% de los más ricos. Y también nos podemos ir olvidando de la fantasía de la igualdad de oportunidades educativas, puesto que más del 60% de los premiados pertenece al 5% con padres mejor educados. Hay excepciones, como el Nobel de Física chino Daniel Tsui, hijo de agricultores analfabetos. 

De la muestra, solo 28 de los 735 galardonados son mujeres y provienen de entornos más elitistas, lo que indica que sus privilegios familiares les sirvieron para compensar las numerosas barreras que afronta las mujeres en las ciencias. 

La profesión más habitual de los padres de un nobel es la de empresario, tanto de empresas grandes como de pequeñas. También hay muchos médicos, profesores e ingenieros. Un escaso 3% son hijos de granjeros, como Alexander Fleming y como el nobel de Medicina de este año, el estadounidense Victor Ambros.

El acceso a las oportunidades se ha duplicado entre 1901 y 2023, pero sigue siendo muy desigual y, a este ritmo, pasarán otros 688 años antes de que alcancemos el ideal

Los investigadores han analizado la evolución en el tiempo de esta distribución para saber si cada vez es más fácil el acceso a la ciencia de élite a personas de todos los orígenes. Sí se aprecia una mejora: el nivel educativo promedio de un padre de premio Nobel en 1901 era 95 sobre 100, y en la actualidad es 88. Eso significa que el acceso a las oportunidades se ha duplicado entre 1901 y 2023, pero sigue siendo muy desigual y, a este ritmo, pasarán otros 688 años antes de que alcancemos el ideal del 50, explica Novosad. 

También han extraído datos llamativos sobre dónde se dan las mayores oportunidades: es en las regiones con mayor movilidad intergeneracional, es decir, sociedades en las que los hijos cambian de profesión respecto a sus padres dentro del mismo estatus socioeconómico. Y, curiosamente, el país que parece ‘ganar’ en este sentido es Estados Unidos, cuyos nobeles proceden de entornos menos elitistas que los nacidos en Europa y el resto del mundo, al menos antes de 1960, cuando crecieron la mayoría.

Finalmente, los investigadores han tratado de comparar el acceso a la elite científica incorporando las diferencias entre países—porque no vive igual un sastre británico que un sastre indio—. Al reproducir su estudio uniendo la ocupación del padre a los datos históricos del PIB de cada país, el resultado es descorazonador y revela aún más inequidades, que apenas han cambiado a lo largo de los años.

Otro estudio reciente, publicado el pasado mes de abril en en Humanities and Social Sciences Communications, del grupo Nature, afirmaba que la ciencia de los grandes descubrimientos es cada vez más elitista. Aquel trabajo, realizado por investigadores del Instituto de Análisis Económico (IAE-CSIC), no se detenía en el origen familiar de los nobeles, sino en otros parámetros, como edad, género, formación y procedencia. Revelaba una tendencia hacia una ciencia interdisciplinar, hecha por científicos que poseen cada vez mayor formación, que realizan los descubrimientos a una edad más avanzada y que trabajan en las universidades mejor clasificadas. En su mayor parte son hombres —en el estudio, las mujeres representan solo el 5% de los descubrimientos innovadores—.

Nuestra etnia, sexualidad, estatus social, situación económica o género no debería condicionar nuestra carrera ni nuestra vida

Jone Lopez de Gamiz Zearra Premio de Investigación Matemática Vicent Caselles

Con todo esto, lo normal es que la semana de los Nobel, más allá de la celebración de los grandes descubrimientos, nos deje un regusto amargo y nos haga pensar en todas las preguntas del inicio. Pero, en la misma semana, tuve la suerte de escuchar un discurso que nos puso los pelos de punta a mí y a muchas personas que asistimos a la entrega de otros premios, los de la Real Sociedad Matemática Española y la Fundación BBVA.

Estas fueron las palabras de una de las galardonadas, la joven matemática vasca Jone Lopez de Gamiz Zearra: “Este premio es en parte de mi aita y de mi ama (…) por haberme dado el privilegio de haber nacido en una familia con una buena situación económica, que ha podido permitirse un máster costoso que me ha abierto tantas puertas como para poder estar ahora aquí. Y esto no debería ser un privilegio, debería ser un derecho. El ascensor social es una utopía. Nuestra etnia, sexualidad, estatus social, situación económica o género no debería condicionar nuestra carrera ni nuestra vida. Por ello, este premio es también un halago a la educación pública, la que hizo que pudiera entrar en ese máster”.

Enhorabuena, Jone, y gracias por decirlo tan claro. 

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