El sufrimiento psicológico del desahucio

A Marlisa Morán el desahucio se le llevó el habla. No pudo articular palabra durante días. “Ni siquiera cuando perdí a mi padre viví nada peor”, comenta recuperada esta peruana de 43 años en la acampada frente a la sede de Bankia, en la plaza del Celenque de Madrid. “Dolor, impotencia, rabia…”, enumera su hermana María, de 45 años, buscando el término que verbalice el ultraje que ha supuesto su desahucio. Sentimientos angustiosos que embargan a cientos de personas a diario, como una plaga. Es la factura psicológica de los desahucios, depresiones, ansiedad y otras patologías en las que madura el resentimiento hacia una sociedad que despoja a sus ciudadanos de su parapeto más básico.

“Perder la casa tajante”, señala Manuel Muñoz, Jefe del departamento de Psicología Clínica de la Universidad Complutense. “La vivienda tiene una función psicológica que tiene que ver con tu identidad. Una referencia enorme, donde tienes una red social”, explica. “Incluso cuando el cambio de vivienda es voluntario siempre se produce un estrés importante. Cuando no se tiene a dónde ir, cuando es tu casa la que has perdido, es un momento clave en la vida”.

El colectivo más afectado es precisamente el que debería vivir ya en la estabilidad económica, entre los 30 y los 50 años. Educados en el concepto de vivienda como baluarte, lugar seguro e inviolable, el desahucio atenta contra un pilar básico. Con la pérdida del refugio, la mente inicia un recorrido para protegerse. “Hay una primera fase de negación en la que la persona o las familias intentan mantener la apariencia, negar la realidad, imaginarse que va a llegar un premio, una solución de algún sitio no se sabe en qué momento. Y en la mayoría de los casos eso se prolonga hasta que el desahucio ya es inevitable”, explica Guillermo Fouce, profesor de la Universidad Carlos III y coordinador de Psicólogos Sin Fronteras. Es uno de los 10 psicólogos de la asociación que tratan de mitigar los efectos delos desahucios en Madrid. En su experiencia ha encontrado quien refuerza esa negación manteniendo los hábitos y conductas previas al proceso de desahucio. “La gente sale por la mañana, en traje y con su maletín, haciendo gastos que ya no puede permitirse, como ir a restaurantes, y que en muchos casos siguen agravando su situación económica”, asegura Fouce.

El proceso es además lento y desgarrador en progresión. Haber recibido la primera notificación del juzgado, saber que no se está al corriente de pago, ir al banco y salir sin más alternativas que perder la casa… Momentos significativos del proceso que van mermando cada vez más la confianza en uno en mismo y en sus capacidades para evitar el desalojo. La tensión y el miedo aumentan. Los costes para el individuo son tremendos. “Ruptura de la pareja, que la hay y con mucha frecuencia. Padres avalistas que caen con nosotros, dependientes o con enfermedades crónicas. A veces no hay respuesta de otros familiares, se adquieren nuevas deudas que se deben ir pagando…”, señala. En la carrera contra el desahucio, los afectados se enfrentan además a una derrota tras otra, a pesar de los sacrificios. “La gente se priva de comer para poder hacer frente los pagos. Se renuncia a todo y aun así no es capaz de detener el proceso. Todo es sacrificarte y perder”.

Si la familia afectada tiene hijos, el proceso de desahucio puede llegar a comprometer su concepto de la sociedad. “Uno de los costes más evidentes es el producto de una generación antisocial, en la que los niños se ven obligados a rechazar, bien a su padre, en el que depositan su confianza, o rechazar a una sociedad que manda a una policía a sacarte a ti y a tus padres de tu casa, a la que ya no vas a volver. Los niños se alinean habitualmente con sus padres y nos encontramos ante toda una generación creciendo con un resentimiento importante ante una injusticia”, analiza Manuel Muñoz.

La clave para mitigar los efectos sobre la familia es la comunicación franca y abierta del problema. “Como al adulto, al niño hay que prepararle, en sus términos, con ejemplos, con cercanía. Pierde su casa, su colegio, va a un sitio previsiblemente peor, o con los abuelo o a una habitación de alquiler compartida. Prepararnos para esto ayuda a mitigar el efecto”, asevera Fouce. “Entre los efectos, hay un fracaso escolar directo. Asociado a un solo hecho, cuatro o cinco personas ven marcadas sus vidas para siempre”, señala Muñoz.

Sin embargo, la clave está en no patologizar a los afectados, según los expertos. Hacer al individuo consciente de que no está enfermo, no se está volviendo loco, sino que es la situación lo que es anormal. “Nunca será nada igual, tu vida cambia, tus relaciones, tus perspectivas. Y a la gente hay que ayudarla a asimilarlo como un duelo. Es imposible volver a lo anterior. Lamentablemente la situación empeora de una manera tan animal... Se entra en el consumo de sustancias y adicciones, en depresión patológica, prolongada en el tiempo, problemas de violencia, en todos los sentidos...”, enumera Fouce. “Dentro de un análisis económico real, es un fraude. El Estado asume el enorme gasto social que conllevan los desahucios mientras los bancos se quedan con el dinero”, señala Muñoz.

A pesar de los estragos psicológicos de la lacra desahuciadora, la Administración no está preparada para dar respuesta al problema. “No damos abasto. Estamos cubriendo el hueco que deja l administración pública. En Madrid somos unas diez personas. También los juristas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, hay trabajadores sociales… Se intenta conectar con los servicios públicos de asistencia, pero hay tal nivel de colapso que no hay quien recoja el testigo. Son muy rápidos en la respuesta política a las entidades bancarias pero muy lentos en dar alternativa a los ciudadanos, que se quedan casi siempre en el médico de familia. Las cifras de tiempos de espera, el sistema es incapaz de responder. Estamos siendo subsidiarios”.

En opinión de Manuel Muñoz, sí hay un aspecto asequible que contribuiría a minimizar los traumas. “Podría replantearse la manera de desahuciar. La ejecución es muy agresiva, con un dispositivo policial que se lleva por la fuerza a personas concentradas pacíficamente, que te echa de tu casa a empujones, sin poder recoger tus enseres. Deberíamos perseguir que la gente saliera de sus casas con cierta dignidad. La práctica es brutal. A veces se les ofrecen tres noches de aloja miento en un albergue, a veces nada. Debería ser más amigable, en el caso de entender que se haga”, plantea.

Desde el punto de vista individual, la alternativa es estructurar una comunidad que ha conseguido salir adelante. Contribuir al resto con la propia experiencia. Es lo que muchos encuentran en las plataformas de afectados. Es la empresa que ocupa ahora por ejemplo a las hermanas Marlisa y María, atareadas a diario frente a la sede madrileña de Bankia. “Si ver un desahucio por la televisión impacta, vivirlo es una locura”, comenta María mientras la reclaman para hacer una lista de afectados para la entidad. “Yo tengo carácter. Grité. Lloré. Pero me dije que esto no lo soluciono sentada. Aquí está la lucha”, dice señalando a la mesa de recogida de firmas para la dación en pago, a los que duermen cada noche a la intemperie persiguiendo justicia.