Dos años después de la primera huelga feminista, ¿qué ha cambiado?

El reloj de la Puerta del Sol de Madrid marcó las doce de la noche y empezaron a sonar las cazuelas. Cucharas contra platos y cazos, carracas, llaves agitándose en el aire. Y un grito sobre otros: “Aquí estamos las feministas”. Era ya 8 de marzo de 2018 y aquella madrugada la incertidumbre de qué pasaría en la primera huelga feminista convocada en España se mezclaba con la ilusión de quienes sabían que estaban ante una fecha que podía ser histórica. Desde la mañana a la tarde, el 8 despejó cualquier duda: la calle fue del feminismo, uno que agrupó generaciones, pero también demandas diversas, incluso posiciones diversas. Desde entonces, hace casi dos años, la sociedad y la política se han contagiado de un fenómeno con consecuencias dispares. Desde el Gobierno más paritario del mundo al partido de extrema derecha que irrumpe para combatir la ley de violencia de género, desde el 'yo sí te creo' hasta una reforma inminente de los delitos sexuales, desde un paro que puso sobre la mesa la crisis de los cuidados a la fiebre por un juguete sexual que ha roto el tabú de la masturbación femenina en plena ola feminista.

“El balance principal es muy positivo. El feminismo se ha configurado como una referencia de la sociedad, ya no de una minoría o de un grupo de mujeres, sino general. Cada hay más mujeres que se consideran feministas, y también más hombres. Y entre esas personas hay muchos jóvenes y eso es una inversión a futuro muy importante. Pero los poderes públicos no han dado respuesta suficiente a la movilización de la calle”, diagnostica Begoña San José, activista feminista y la primera secretaria de la Mujer que tuvo el sindicato CCOO. 

El caso Weinstein bien podría servir de hilo argumental para esta trama. O el de 'la manada'. La investigación contra el productor de Hollywood se hizo pública solo unos meses antes de ese 8M, casi al mismo tiempo que en Pamplona se celebraba el juicio a los cinco hombres que violaron a una chica en un portal. El 8M de 2018 bebió del impulso de ese #MeToo que recorrió el mundo y también del “sola, borracha, quiero llegar a casa”. El eco llegó a la segunda huelga, el 8 de marzo de 2019, cuando ya había un sentencia de por medio que calificó los hechos de Pamplona como abuso y no como agresión sexual. Dos años después, Weinstein ha sido condenado por delitos sexuales y en España el Tribunal Supremo ha certificado que Antonio Manuel Guerrero Escudero, Jesús Escudero, José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, y Ángel Boza agredieron sexualmente a una mujer el 6 de julio de 2016: fue violación.

Y es que, si algo ha centrado la revuelta feminista y su eco político, ha sido la violencia sexual. “El debate y las propuestas se han focalizado sobre todo en lo que tiene que ver con la violencia hacia las mujeres. Quizá también es el tema que tenía más apoyo o el que más transversal socialmente era. Otros temas, por ejemplo, generan más controversia, las cuotas, la paridad...”, apunta la politóloga Berta Barbet. A unos días del próximo 8M, la ley de libertad sexual que consagrará el 'solo sí es sí', pero que también introduce otros cambios de calado (la víctimas tendrán acceso a recursos y ayuda similares a las que existen para la violencia de género) llega este martes al Consejo de Ministros como una de las “prioridades” del Gobierno.

Ese foco en la violencia ha implicado que, de facto, la sociedad haya ampliado su concepto de la violencia machista, algo que la política trata de aplicar en la práctica aunque a trompicones. En este periodo, el Gobierno socialista que salió de la moción de censura puso en marcha varios puntos del Pacto de Estado para, por ejemplo, acreditar a las víctimas no solo mediante una sentencia, sino también con informes médicos o de los servicios sociales, algo que varias comunidades también están impulsando. 

La socióloga Amparo Lasen cree que esta ampliación de la noción de violencia es algo que se ha apelado especialmente a las mujeres jóvenes. “Es algo que las chicas sienten que les afecta muy de cerca”, explica. Y esa es otra de las claves de los últimos dos años: un feminismo “rejuvenecido”, en palabras de San José, aunque con un toque intergeneracional que lo ha hecho más sólido. “Tantas mujeres socializadas desde la normalización de la lucha feminista es algo muy importante de cara al futuro”, concluye Berta Barbet sobre la llegada de las jóvenes.

La otra cara de la moneda es la reacción que, aunque puede describirse de un modo más amplio, tiene también un nombre concreto: Vox. La irrupción de la extrema derecha en el Congreso -primero con 24 escaños y después con 52- y en la administración local y autonómica ha roto el consenso institucional y político alrededor de la violencia machista. “El feminismo se ha politizado, hay un discurso a favor muy fuerte pero también tiene a Vox en el papel opuesto”, dice Barbet. Para San José, la ruptura “desafiante” de Vox es una reacción política violenta a lo conseguido. Para Barbet, tiene un punto a favor: “Mantiene la tensión y al final hace que el tema no salga de la agenda”. Polémicas como el veto parental para los contenidos escolares hacen del partido de Santiago Abascal un disruptor que busca confrontar constantemente demandas feministas, como la educación afectivo sexual y LGTBI. 

Consejo de Ministras

Meses después del 8M de 2018, una moción de censura llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno: un Ejecutivo con más mujeres que hombres que convirtió a España en el país del mundo con un gobierno más paritario. El “consejo de ministras” que pronunciaron muchos de sus miembros al jurar el cargo quedó como símbolo del cambio. La expresión se volvió a repetir este enero, cuando el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos -paritario pero menos que el anterior-, tomó posesión. En esta ocasión, la formación del Ejecutivo trajo otra noticia: la recuperación del Ministerio de Igualdad como organismo propio. 

Pero más allá de las violencias, el avance legislativo ha sido escaso. “Quizá ha habido temas menos visibles para la mayoría de la gente o que son más complicados de legislar”, apunta Berta Barbet. “La parálisis en el parlamento y después un Gobierno en funciones no ha ayudado”, prosigue por su parte Begoña San José. Hace justo un año, también antes del 8M, el Ejecutivo de Pedro Sánchez sí aprobó una batería de medidas para actuar contra la discriminación laboral y el reparto desigual de los cuidados. La equiparación de los permisos de paternidad y maternidad era la medida estrella y la que aspiraba a conseguir un cambio profundo a largo plazo.

Las otras dos -la ampliación de los planes de igualdad y la creación de registros salariales para evitar la brecha de sueldos- han quedado, sin embargo, a medias por falta de reglamentación en un contexto político marcado por dos elecciones generales en menos de ocho meses. El nuevo Ejecutivo se ha comprometido, sin embargo, a reactivarlas y a ampliar el paquete legislativo, incluida la ratificación del convenio 189 de la OIT para dar más derechos a las empleadas del hogar. La dos caras de la misma moneda -cuidados y precariedad en el mercado laboral- eran precisamente dos ejes potentes de las dos huelgas feministas convocadas. 

Lo cotidiano

Tras las cifras, las políticas, los discursos o los grandes diagnósticos están los cambios cotidianos. Difíciles de medir a veces, pero en los que el feminismo ha entrado con más o menos impacto. “He visto una transformación en mis clases sobre sociología del género. Si antes había algún grupo de gente motivada pero mucha otra que sentía que eso no iba con ellos y otros que incluso se sentían incómodos, ahora me encuentro un interés general muy alto y mucho conocimiento”, cuenta Amparo Lasen, profesora en la Universidad Complutense de Madrid. 

Las relaciones personales son otra cosa. Si bien el #MeToo impugna las formas tradicionales de entender el sexo y la violencia sexual, otros patrones perduran. “En las relaciones sexo afectivas no estamos viendo muchos cambios en los sentidos íntimos de lo masculino y lo femenino ni en las relaciones de poder que se dan en las parejas”, señala Lasen. Las mujeres, dice, siguen cargando con la inmensa mayoría de trabajo emocional, mientras que los hombres “siguen siendo medidos por el poder, la autonomía y el control y siguen descuidando los cuidados”. 

También cambios dentro del feminismo

En tiempo de auge, el feminismo también ha experimentado sus propios cambios y tensiones internas. La prostitución, un tema de debate clásico dentro del feminismo, ha vuelto fuerte a la agenda, con una división muy polarizada. Más recientemente, la el proyecto de ley sobre protección de las personas trans y la identidad sexual, se ha sumado a la brecha. Tanto San José como Lasen creen que la virulencia del debate puede tener que ver precisamente con el éxito del movimiento, con su foco mediático y con un pulso entre discursos por ocupar el espacio principal y también, por qué no, el institucional. Las dos muestran su preocupación por el tono alcanzado en ocasiones.

“La violencia que se está dando no es propia del feminismo. El debate tiene que darse pero sin romper el feminismo, el feminismo es plural y diverso y eso hay que entenderlo”, subraya Begoña San José. Para Amparo Lasen, el feminismo tiene que seguir entendiéndose como un movimiento social heterogéneo del que forma parte el disenso y el conflicto, sin caer en ataques. 

Este 2020 no habrá huelga feminista estatal. Las asambleas han decidido que este año toca potenciar otras acciones que vayan más allá de un día concreto y visibilicen reivindicaciones diversas. Pero cuando el reloj marque las doce de la noche del día 8, las cacerolas volverán a sonar en muchas ciudades y pueblos. Las expectativas de un movimiento que ha marcado un punto de inflexión siguen altas. Lo demás, está por escribir.

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