“El día de pentecostés, cuando el doctor Urbino volvió a casa, se encontró al loro doméstico en lo alto de un palo de mango, donde había volado cuando pretendían cortarle las alas”. El personaje de El amor en los tiempos del cólera fallece unas páginas después al precipitarse de la escalera que utilizó para alcanzar al ave. Fuera de la ficción, el relato no es tan inusual como puede parecer a simple vista. Resbalones, tropiezos y caídas son los causantes de unas 684.000 muertes al año en todo el mundo, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En España, los datos tampoco son precisamente halagüeños. En 2021, las caídas accidentales suponen la segunda causa de muerte no natural. Ese año, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, perdieron la vida por esta causa 3.655 personas. O lo que es lo mismo: una media de 10 personas al día. Una cifra que solo superan los suicidios, con 11 defunciones diarias.
Además del número de muertes por causas externas en los últimos 40 años, el gráfico sobre estas líneas muestra un hecho evidente: el esfuerzo decidido por reducir determinadas causas de mortalidad tiene una repercusión sobre los números y las vidas de la población. Desde el año 2000, las muertes por accidentes de tráfico han caído notablemente. Si aquel año fallecían más de 16 personas al día, en 2021 lo hicieron cuatro. Las campañas continúan, pero el beneficio es claro. Hoy se pierden cuatro veces menos vidas que hace dos décadas.
Si han podido evitarse muchos accidentes de tráfico, ¿es posible aplicar un plan para reducir la mortalidad por caídas accidentales? El Ministerio de Sanidad dispone de dos breves guías de prevención de caídas en la infancia y de personas mayores y un documento de consenso sobre prevención de la fragilidad, dentro de la Estrategia para la promoción de la salud del Sistema Nacional de Salud, aprobado en 2013 por el Consejo Interterritorial y que ha ido actualizándose.
La edad es un factor de riesgo para engordar la estadística. Según la OMS, las tasas más altas de mortalidad corresponden a mayores de 60 años en todas las regiones del mundo. En España, el 84% de las personas fallecidas por una caída accidental tenía 65 años o más. Como muestra la siguiente gráfica, el tramo en mayor desventaja es el que supera los 85 años, con más de seis personas fallecidas al día de media.
“Es un tema complejo, que llamamos 'síndrome geriátrico' porque los pacientes tienen unas particularidades específicas desde el abordaje, como enfermedades propias, medicación propia, trastornos del aparato locomotor, etc. y luego extrínsecos, como barreras arquitectónicas dentro y fuera del domicilio, que hacen que en los últimos años cada vez cojan mayor valor las medidas de prevención y de identificación de estos pacientes'”, explica José Manuel Cancio, del grupo de caídas y fracturas de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.
El pasado septiembre, la Universidad de Oxford publicó la 'Guía mundial para la prevención y el tratamiento de caídas en adultos mayores: una iniciativa mundial', elaborada por un grupo internacional de expertos. En ella, incidían en la necesidad de asesorar a todos los adultos mayores en esta materia e instaba a identificar a aquellos con mayor riesgo para ofrecerles una evaluación multifactorial integral.
“Se clasifica a aquellos pacientes que se caen y tienen una lesión importante, que tienen dos o más caídas al año, que no pueden levantarse cuando se caen o que tienen mareos y priorizamos un control más específico desde las consultas externas y las urgencias porque, funcionalmente, necesitamos que estén lo mejor capacitados posible. Además, hay que valorar si tienen problemas de visión o si arrastran alguna catarata, si tienen trastornos del equilibrio o ciertas alteraciones en el aparato locomotor o si necesitan alguna ayuda técnica, etc.”, explica el geriatra, que es jefe clínico del servicio de geriatría y cuidados paliativos de Badalona Servicios Asistenciales.
El aumento de la tasa de mortalidad por caídas accidentales asociada a la edad que muestra el siguiente gráfico puede explicarse por varios motivos. El primero es meramente técnico y puede estar relacionado con la forma de recabar los datos INE. El segundo es que, aunque cada vez vivimos más años, también lo hacemos con más patologías. La esperanza de vida en buena salud en España, sin limitaciones funcionales o de discapacidad, para los nacidos en 2020 era de 66,3 años. En 2019, el año previo a la pandemia, fue de 69,4 años para los hombres y 70,4 para las mujeres. En 2004 eran 62,6 años en ambos casos.
Dentro de los valor extrínsecos, el hogar se convierte en el epicentro del problema. “Los accidentes suceden principalmente en casa y a personas mayores, porque las viviendas no están adaptadas para sus necesidades funcionales”, explica Paloma Navas, de la junta directiva de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública y Gestión Sanitaria.
“Si queremos que las casas sean un lugar seguro, lo fundamental es que no sean un laberinto lleno de objetos, recuerdos y decoraciones que se van acumulando según pasan los años y que pueden convertir el hogar en una trampa mortal”, desarrolla Navas, que es especialista en medicina preventiva y gerontóloga del Hospital Universitario de El Escorial. En este sentido, la experta apuesta por adaptar los hogares a las capacidades físicas de quienes los habitan: barras a las que agarrarse en el cuarto de baño, en los pasillos o sustituir, en la medida de lo posible, las bañeras por platos de ducha con asiento.
Otro eje que atraviesa el problema tiene que ver con la medicación. En concreto con las benzodiazepinas. Autoridades sanitarias y sociedades científicas llevan años alertando sobre los efectos nocivos de una mala prescripción de este ansiolítico, lo que no ha impedido que España se sitúe a la cabeza en su consumo. Según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas, aquí se toman 110 dosis diarias de forma legal por cada 1.000 habitantes. Este dudoso podio lo completan Bélgica y Portugal, con 85 y 80, respectivamente. En Alemania, en cambio, se toman 0,04 dosis diarias.
“Está claro que el consumo de estos fármacos, que se utilizan habitualmente para dormir, es un factor que influye en la caída de los ancianos”, explica la médica de familia y portavoz de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria, Laura Carbajo, que incide también en que el calor, que favorece la dilatación, hace necesaria reducir la dosis de algunos medicamentos relacionados con la tensión arterial. Es un análisis que comparte Navas: “El consumo de ansiolíticos genera unos estado de semi-consciencia y somnolencia que aumentan el riesgo de caída, sin que veamos un beneficio con el tratamiento, porque hay gente que lleva muchos meses con él, cuando debería estar suscrito por un par de semanas”.
Las expertas consultadas son también firmes defensoras del bastón cuando las capacidades físicas de la persona lo aconsejan. “Algunas se niegan, porque es un síntoma de envejecimiento, pero da mayor seguridad. Igual que no tienen dudas cuando les mandamos un analgésico para el dolor, el bastón es el medicamento contra las caídas”, pone como ejemplo Carbajo. Ella trabaja en un hospital comarcal en Huelva y reconoce que muchas de las urgencias que atienden tienen que ver con caídas de todo tipo. Aunque no hay datos oficiales de cuántas entradas se producen por esta causa, la doctora estima que se encuentran en torno al 5% y el 10%.
“Un hecho importante que veo en nuestra zona, pero también en otras –explica Carbajo– es la soledad de muchas personas que se caen y pasan toda la noche en el suelo, hasta que llega un familiar o alguien avisa porque nadie abre a puerta. Estas personas pueden tener rabdomiólisis, la rotura de fibras musculares, como cuando tenemos agujetas, pero que estos casos puede conllevar ciertos riesgos, como que sus riñones se dañen”. Según un estudio de la Fundación Mapfre, tres de cada cuatro personas mayores de 65 años que se caen lo hacen sin testigos y dos de cada tres no pueden levantarse solas.
Por supuesto, lo más alarmante son las más de 3.655 muertes en 2021, pero el drama de las caídas va más allá de un número de decesos. Porque en muchos casos, sobre todo a según qué edades, estos accidentes pueden dejar secuelas. “Te puede marcar una trayectoria en la que tú tenías una calidad de vida muy buena y, de repente, te cambia para mal. La rehabilitación te cuesta más trabajo y tienen que diagnosticarte a tiempo”, desarrolla Navas. Además, las consecuencias de estos síndromes geriátricos pueden alterar el equilibrio de otras patologías. “Los pacientes mayores suelen tener una mochila de enfermedades. Si, por ejemplo, hay que operar una rotura de cadera, el propio acto quirúrgico y todas sus consecuencias suponen una situación de estrés tan salvaje que supone que necesitará un tiempo para recuperarse y volver, o no, a la funcionalidad previa”, añade Cancio.
Un estudio de la Fundación Mapfre sobre mayores de 65 años atendidos en servicios de urgencias, publicado en 2022 y en el que participaron el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, del Universitario General de Alicante, de Bellvitge y del Clinic de Barcelona y del Central de Asturias, concluía que mientras antes del accidente el 60,3% de las personas eran independientes, después de la caída lo eran solo 50,3% y de quienes no tenían problemas de movilidad, el 18,6% comenzó a necesitar algún tipo de ayuda para moverse.
El trabajo mostraba también que el 1,6% de los mayores de 65 años que entraban a un servicio de urgencias por una caída, fallecían “de modo directo o inmediato” y que, de quienes sobrevivían, el 11% habían muerto a los seis meses. El estudio no establece una relación causa-efecto pero sí extrapolaba sus resultados a los datos del INE: “Se puede inferir que la probabilidad de que una persona de 80 años (edad media aproximada de las personas incluidas en el estudio) fallezca en un periodo de seis meses es de alrededor del 1,7%, por lo que el citado 11% constituye una tasa entre 6 y 7 veces mayor que la normal”.