En la mitología china, la humanidad estaba al borde de la extinción tras una gran inundación, y ya no encontraban animales que cazar. La diosa Guan Yin se apiadó de los humanos y dejó que la leche de sus pechos cayera sobre unas plantas, que empezaron a dar granos de arroz. Al otro lado del mundo, los incas creían que en el principio las gentes vivían como animales hasta que Inti, el dios del sol, mandó a sus hijos, Manco Capac y Mama Ocllo (que también eran pareja), para que les enseñaran a cultivar maíz y patatas en el valle de Cuzco.
No son las únicas cosmologías agrícolas. Para la civilización de Sumer, en el actual Irak, el dios del cielo Anu, después de crear el universo, se olvidó de facilitar comida a los humanos, que se alimentaban de hierba y agua. Así que creó a los dioses de las cosechas y el ganado, pero a cambio de estos dones, la gente adquirió la obligación de producir grandes cantidades de comida, para así poder dar a los insaciables dioses una parte como ofrenda.
En el Génesis bíblico estos mitos toman un tinte mucho más sombrío. Adan y Eva vivían desnudos y en armonía con la naturaleza, que les proveía de todo lo que necesitaban. Todo cambia cuando ofenden a dios con ¿idolatría? ¿Blasfemia? ¿Maldad? Nada de eso. El pecado original es el conocimiento. La fruta prohibida les sacó de la inocencia y del jardín nudista en el que vivían, y fueron condenados a trabajar de sol a sol para ganar el pan (sí, el pan) con el sudor de su frente.
La similitud entre estos mitos y leyendas hablan de una parte convulsa de la historia de nuestra especie, un acontecimiento singular que dejó una huella muy profunda. En diferentes épocas y lugares del planeta, los seres humanos dejaron poco a poco de ser nómadas cazadores recolectores y se quedaron atados a un lugar, plantando semillas en la tierra y esperando pacientemente a que germinaran, almacenando el grano para sobrevivir en invierno y domesticando animales. El resultado final fue mayor seguridad alimentaria. A cambio, perdimos el paraíso.
Los primeros restos que dan testimonio de la recolección de trigo y cebada silvestres se han encontrado junto al mar de Galilea y datan de hace 23.000 años. Los primeros asentamientos permanentes conocidos son de la cultura Nantufiense, hace 14.000 años, en la actual Cisjordania. No muy lejos se descubrieron las primeras pruebas dispersas del cultivo de cereales hace 10.700 años. A partir de ese momento, la superficie cultivada y la población humana se multiplican rápidamente.
Pero el cambio no se reduce a los valles fértiles de Oriente Medio. La agricultura aparece en distintos lugares y épocas sin conexión entre sí, y con cereales diferentes como protagonistas. En China, el arroz comienza a cultivarse alrededor del 7.500 a.e.c., mientras que los indicios del cultivo del maíz en Sudamérica datan del 3.500 a.e.c (antes de la era común).
Los humanos son anatómicamente exactos a nosotros desde hace 150.000 años. ¿Por qué ocurrió el cambio tan recientemente y no antes? Y, sobre todo, ¿por qué ocurrió? La explicación tradicional es que la agricultura y la ganadería ofrecieron mayores rendimientos y, por tanto, mejores posibilidades de supervivencia. Pero estudios recientes han comprobado que este no fue el caso.
Un mal negocio
Aunque hubo un aumento de la población, los primeros agricultores eran más pequeños y tenían peor salud que los cazadores recolectores, así como problemas dentales que indican desnutrición. Los griegos y turcos actuales todavía no han recuperado la estatura de sus ancestros paleolíticos. Además, la maldición bíblica sobre el pan y el sudor de la frente es literal: la agricultura produce más rendimiento por hectárea, pero no por hora trabajada. Los cazadores recolectores que aún subsisten en la actualidad, como los bosquimanos Kung o los Hadza, necesitan trabajar tan solo unas diez horas a la semana. Al menos al principio, el paso a la agricultura fue un mal negocio.
Los humanos se convirtieron sin saberlo en ingenieros genéticos. En los cereales silvestres los granos son pequeños y se caen al madurar, lo cual los vuelve inservibles para el consumo, mientras que en las variedades domesticadas son mucho más grandes, se quedan unidos al tallo y es necesario separarlos mecánicamente. Estos cambios y otros fueron producidos por los humanos, que elegían estos ejemplares para facilitar la recolección y el almacenamiento, contribuyendo a que se extendieran. Como ejemplo, al lado de su antecesor silvestre, el maíz domesticado desde hace milenios es un monstruo, un mutante incapaz de reproducirse por sí solo. Lo mismo ocurre con el trigo o el arroz.
¿Fue por el cambio climático?
Según los cálculos actuales, este proceso de selección artificial necesita solo 200 años para completarse, y dar lugar a variedades con suficiente rendimiento. Sin embargo, la transición hacia la agricultura se prolongó a lo largo de milenios. La explicación más plausible es que más que un cambio tecnológico, la evolución hacia la agricultura fue social y económica.
Uno de los principales factores podría haber sido el cambio climático. El periodo glacial de Dryas reciente, que empezó hace 12.700 años y duró más de mil años, habría hecho la agricultura una opción aceptable antes de morir de inanición por el frío, pero esta explicación no da todas las claves. Otro factor es el sedentarismo. Los grupos humanos que encontraban un lugar con comida y agua abundante, como por ejemplo a orillas de un río, no tenían tanta necesidad de moverse, y la adopción del cultivo se hacía más probable.
Una teoría que toma fuerza es el descubrimiento del alcohol. Varios teóricos insisten en que la producción de cerveza fue el verdadero motivo de esta transición. Hasta hace poco no había demasiadas pruebas al respecto, pero el descubrimiento de restos de un lagar de hace 13.000 años en el actual Israel deja pocas dudas. Dos milenios antes de que llegaran los cultivos, alguien estaba fabricando cerveza fermentando trigo y cebada.
Los datos apuntan a que agricultores y ganaderos convivieron con los cazadores recolectores durante siglos, y hubo un constante flujo entre ambos modos de vida que todavía puede observarse en grupos como los khoisan, en el continente africano. Los san eran cazadores recolectores y los khoikhoi agricultores y ganaderos. Hace dos milenios se encontraron compitiendo por el mismo territorio. Su idioma lleno de chasquidos y el análisis de sus genes indican que los San no fueron desplazados y eliminados, sino que ambos grupos se mezclaron para dar lugar a la etnia khoisan actual.
En algún momento de nuestra historia, la agricultura se convirtió en una trampa. Al eliminar el nomadismo los agricultores pudieron tener más hijos, que también necesitaban como mano de obra para cultivar. Pero eso no les impidió seguir explotando los recursos naturales de caza y plantas silvestres a su alrededor, ejerciendo presión sobre las poblaciones de cazadores recolectores que no tendrían más remedio que emigrar o asimilarse a las nuevas prácticas. Poco a poco, al aumentar la dependencia de los cultivos para subsistir, las poblaciones llegaron a un punto de no retorno.
Caries y aterosclerosis
El antropólogo Jared Diamond habla del paso a la agricultura como “el peor error de la historia de la humanidad”. Los simples cazadores recolectores del paleolítico tenían tiempo para el arte, como atestiguan las pinturas rupestres, un lujo inalcanzable para un campesino. La comida rica en carbohidratos trajo la caries y la aterosclerosis.
De consumir cientos de especies diferentes de plantas y animales se pasó a unas pocas docenas, empobreciendo nuestra flora intestinal y dando lugar a carencias de proteínas, vitaminas y minerales. Una sociedad igualitaria basada en la cooperación y el reparto de los recursos fue sustituida por la propiedad privada, la opresión de la mujer, la acumulación de riqueza y la guerra.
Sin el descubrimiento del pan nunca habríamos llegado a la Luna, pero en el proceso nuestra especie pagó un precio muy alto. Hoy mueren más personas en el planeta por sobrepeso que por hambre. En nuestra memoria colectiva, el paraíso sigue perdido.
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