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ANÁLISIS

'Dumping amoroso', o cómo las mujeres se muestran menos de lo que son para no ahuyentar a los hombres

Ilustración de Marta Sevilla
13 de febrero de 2023 22:33 h

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Amar a un hombre que se realiza profesionalmente confiere prestigio a una mujer; amar a una mujer que se realiza plenamente se considera amenazante para un hombre. La seducción masculina se define por el exceso; la seducción femenina, por la carencia

Mona Chollet

La portada de la revista Paris Match de julio de 2019 mostraba a un Nicolas Sarkozy y una Carla Bruni felices y acaramelados. Pero la imagen no cuadraba: Bruni, diez centímetros más alta que su pareja, aparecía más baja que él, con su cabeza apoyada en el hombro del expresidente, que aparecía claramente más grande. Más o menos por aquella fecha una amiga me contó el acuerdo al que otra amiga había llegado con su pareja. Ella deseaba profundamente tener un segundo hijo, algo que él no compartía. El conflicto estaba poniendo en peligro su pareja. El 'acuerdo' que ella ofreció fue reducir su jornada de trabajo aún más y dormir con su hija y con el bebé a solas durante el primer año para que él no viera mermado su sueño y su energía para el trabajo. Así se hizo.

Son varias las autoras que en los últimos años han puesto el amor y las relaciones heterosexuales en el centro de sus investigaciones sociológicas y periodísticas. Eva Illouz, Mona Chollet o Liv Stromquist son algunas de ellas y comparten algunas premisas, por ejemplo, que el amor y las relaciones íntimas son un espacio fundamental de disputa por el poder –de género– en la actualidad. Y que la profunda y diferente socialización que arrastramos hombres y mujeres nos lleva a un escenario en el que esas relaciones reproducen desigualdad casi sin que nos demos cuenta.

En Reinventar el amor. Cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales (Paidós), la escritora Mona Chollet asegura que una mujer heterosexual que no se autocensure en nada, “que no se pliegue a esas pequeñas o grandes alteraciones de sí misma que exige la feminidad tradicional, se arriesga a poner en peligro su vida amorosa”, a menos que encuentre un hombre “que no tema que se burlen de él o lo ridiculicen”. Chollet reflexiona sobre las diferentes formas de 'empequeñecerse' que llegan a adoptar las mujeres, desde las que tienen que ver con el físico y lo estético –ocupar poco espacio, moldear el cuerpo pero para que esté delgado y no musculoso y fuerte, el control de la imagen–, a las relacionadas con lo vital, lo económico y lo profesional –la renuncia a estándares importantes para sí misma, a objetivos personales, asumir más cargas en algún sentido, etcétera–.

Valeria cuenta, por ejemplo, que cuando está con su novio en un grupo de amistades se siente mal si nota que los demás le prestan más atención a ella que a él: “A veces me callo”. Carla dice que su novio y ella eran de los que mejores notas sacaban en la universidad. “Jamás llegué a hacer mal adrede un examen, pero sí a tener miedo de sacar mejor nota que él porque eso implicaba un drama y una bronca de varios días. Una vez que fui a reclamar por una asignatura que me encantaba y en la que iba a por el diez, me sentí casi como si le traicionara porque esa vez él sí había sacado mejor nota”, relata. María confiesa que haciendo deporte con su pareja se ha dejado ganar unos puntos “para que él no se sienta mal”. “Me controlo sobre todo al mostrar mi intelectualidad, lo que leo, lo que escribo...”, relata Mariana.

La escritora Flor Freijo explica en Decididas (Planeta) cómo el amor romántico se configuró desde la antigüedad como una relación de supervivencia (económica y de derechos) e intercambio para las mujeres. “Los vínculos de supervivencia económica continúan porque incluso en la actualidad seguimos en una situación de desventaja respecto a los varones. Pero no son solo las barreras objetivas las que nos ponen en una situación de desigualdad dentro del vínculo heterosexual sino las barreras subjetivas, que tienen que ver con la dependencia de la mirada del otro”, relata a elDiario.es. Esa dependencia de la mirada del otro, en la que las mujeres somos entrenadas desde pequeñas, hace que vigilemos constantemente desde nuestro aspecto hasta nuestro tono de voz, nuestro enfado o las demandas que le hacemos al otro.

“El mandato de sumisión y debilidad en el amor sigue muy presente. Pensamos en qué posición tenemos sexo para que nuestro cuerpo se vea mejor, nos esforzamos por mostrarnos atractivas, dóciles o vulnerables… Parece que tengamos que ceder cotas de poder, mostrarnos más chiquitas para poder ser amadas”, prosigue Freijo, que señala que el problema está en el vínculo y en el papel que el patriarcado asigna a cada sexo en las relaciones heterosexuales.

“O me hago la tonta o no ligo”

En una reciente formación con adolescentes, al sexólogo Erik Pescador se le acercó una chica: “Me dijo, sí, algunos hombres han cambiado pero yo a la hora de ligar o me hago la tonta o no ligo. Y es algo que me han dicho desde adolescentes hasta mujeres de 30, 40, 50 o 60 años. Es como si tuvieran que rebajar su lugar de poder para poder acercarse en lo afectivo en los hombres y que ellos se encuentren cómodos o seguros”. Pescador cuenta que los hombres tienden a estar acostumbrados a ejercer el poder de formas sutiles dentro de las relaciones, por ejemplo, marcando los tiempos o los ritmos, o decidiendo qué es aceptable o qué no .

No cuidar lo suficiente o no reconocerlas demasiado es parte de esa estructura de control. Incluso no dar amor para esperar recibirlo, no dar un beso y espero a que tú me lo des... son reclamos que se hacen desde el poder. En el amor seguimos jugando ese papel de controladores de la relación en el sentido de controlar el cuándo, el cómo, de qué forma... eso deja poco espacio para la identidad, la decisión y el lugar propio de las mujeres”, explica Erik Pescador.

El sexólogo menciona la “ventaja competitiva” que tienen los hombres en el patriarcado: “Para las mujeres el mandato es el del amor, el de tener pareja. Para los hombres el mandato no es el vínculo, no es el encuentro”. Mona Chollet argumenta una idea parecida: “Me parece innegable que, alimentando a las niñas y a las mujeres con romanzas, alabándoles los encantos y la importancia de la presencia de un hombre en sus vidas, se las alienta a aceptar su rol tradicional de proveedoras de cuidados. Se las coloca así en una posición de debilidad en su vida sentimental: si la existencia y la viabilidad de la relación les importan más que a sus compañeros, en caso de desacuerdo sobre cualquier tema, son siempre ellas las que cederán, las que llegarán a un compromiso o se sacrificarán”. La ensayista subraya la complementariedad machista del sistema. Mientras que a ellas se las educa para dar, a ellos se les educa para recibir; mientras a ellas se les inculca “el universo mental de la vida a dos”, a ellos se les invita a fantasear casi con lo contrario, con un universo de soltería o de independencia que enseguida percibe cualquier demanda o vulnerabilidad como algo difícilmente tolerable.

Susana Covas es psicóloga especialista en feminismo aplicado a la vida cotidiana de las mujeres y ha investigado en profundidad el fenómeno de las nuevas masculinidades. Covas cree que no se puede hablar del amor desde las mujeres o desde lo hombres “porque esto es una cosa de a dos”. Y se hace varias preguntas: “¿Hay hoy hombres disponibles para tener vínculos amorosos en los que se pueda no empequeñecerse para estar con ellos?, ¿existen esos hombres que permiten relaciones igualitarias donde las mujeres no se tengan que empequeñecer?, ¿existen hombres con los que ella puede sentirse bien y gustable si no responde a ciertos cánones estéticos?, ¿existen hombres que lleven bien, fomenten y promuevan que las mujeres no renuncien a su intelectualidad o principios para estar con ellos?”.

'Dumping amoroso'

Chollet describe la situación como dumping amoroso. Entiende que esta dinámica estructural puede empujar a muchas mujeres a conceder su amor a un hombre “rebajando sus exigencias en la relación –su demanda de reciprocidad en términos de atención, de empatía, de compromiso personal, de reparto de las tareas, etcétera– en comparación con otras parejas potenciales con las que compiten, absorbiendo el coste que ello implica para sí mismas”. La escritora asegura que esta estrategia proporciona a esas mujeres “una ventaja individual momentánea”, pero las perjudica a largo plazo, y tiene como objetivo “debilitar a las mujeres heterosexuales en su conjunto”.

“Permite a los hombres no sufrir jamás las consecuencias de un comportamiento negligente o maltratador. Así, no se ven nunca obligados a poner en cuestión los presupuestos que les ha inculcado su educación en cuanto a su lugar y a sus derechos. Están en disposición de dictar las modalidades de la relación y, si una mujer los abandona, están seguros de encontrar a otra que aceptará sus condiciones”, afirma.

La psicóloga Paula Delgado explica de qué manera la socialización de género se expresa a nivel psicológico: “La valía de las mujeres se une a lo buenas que somos atendiendo las necesidades ajenas, se une a ser buena pareja, buena amiga, buena hija, buena madre y eso queda por encima del bienestar personal”. Delgado cree que esa idea está detrás de ese empequeñecimiento de muchas mujeres, “al final cedemos y nos hacemos pequeñas por miedo a ocupar nuestro espacio o a que, si lo hacemos, sea una molestia”. Ese empequeñecimiento, prosigue, está relacionado por ejemplo con la renuncia a expresar con claridad emociones o necesidades en las relaciones, bien porque se entiende que no van a ser tenidas en cuenta, que van a molestar al otro, o que pueden suponer un problema que ponga incluso en riesgo el vínculo. Ese empequeñecimiento puede ser también agachar la cabeza lánguidamente, como Carla Bruni en esa portada de Paris Match.

Mona Chollet deja hueco para la esperanza: no empequeñecerse protege a las mujeres, puesto que obligará a los hombres a “revelar su verdadero rostro”; “si sale huyendo lo más probable es que no sea una gran pérdida; más bien representaba un peligro”. En cualquier caso, Chollet defiende la oportunidad de inventar unas relaciones amorosas más igualitarias y excitantes. “Y poco a poco, paso a paso, hacer que por fin se desplace el monolito de una cultura que coloca a las mujeres ante una alternativa imposible, obligándolas a elegir entre su realización amorosa y su integridad personal, como si lo uno fuera posible sin lo otro; como si se pudiera conocer la felicidad, dar y recibir amor a partir de un ser truncado”. 

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