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Nadie es demasiado mayor para ser transexual

Maribel Torregrosa antes del inicio de manifestación del Orgullo Crítico en Madrid / Álvaro Minguito

Marta Borraz

Decía La Agrado en la oscarizada Todo sobre mi madre que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma. Para Maura Pfefferman el camino empieza dejando atrás a Mort para ejercer su derecho a ser. Es una mujer que ha estado disfrazada durante 30 años y decide desvelar su identidad a una edad madura. Aunque la magia de Transparent, la serie que cuenta su historia, radica en que la transexualidad de su protagonista es el gancho para hablar de todo, la aclamada producción de Amazon ha contribuido a visibilizar no solo la realidad trans, si no también la salida del armario a una edad que no es la más común.

Las razones y las experiencias son diversas, pero Amanda Azañón y Maribel Torregrosa tienen las suyas propias. Y coinciden. Ambas comenzaron la transición en torno a los 50 años sabiendo que eran mujeres desde muy temprana edad en medio de los últimos coletazos del franquismo. Sin embargo, en aquella época la dictadura penalizaba la disidencia sexual y de género y ser diferente a lo que el régimen concebía como correcto era ser considerado un peligro social.

En muchos casos “las personas trans que empezamos el proceso mayores lo hacemos por una cuestión generacional. Eramos delincuentes cuando descubrimos nuestra identidad”, explica Azañón, que inició la transición en 2010 a los 47 años. “No es que nos levantáramos de la cama un día y dijéramos 'venga, voy a hacerlo'”, prosigue. “En aquella época ser trans era asumir algunas cosas como la precariedad, la persecución policial o incluso ser internada en un psiquiátrico. Luego está el miedo a perder el trabajo, al rechazo familiar, al estigma... Y también hay mucha autotransfobia aprendida. Te han educado para odiarte”.

La transfobia sigue siendo una experiencia cotidiana para las personas trans, pero el avance es innegable y cada vez más jóvenes y menores se muestran tal cual son. Según los datos que maneja el Gobierno y que plasmó en una respuesta parlamentaria hace unos meses, la mayor parte de modificaciones registrales de nombre y sexo se dan entre los 18 y 30 años. Del total de cambios comprendidos entre 2012 y 2016, el 54% se hicieron en ese tramo de edad, un 36% entre los 31 y 50 años y solo un 5% entre las personas mayores de 50.

Más visibilidad, menos estigma

Aunque la transición y el nivel de modificación corporal depende de cada persona, la identidad de género suele descubrirse a edad temprana. Las dos mujeres lo hicieron en torno a los cinco años, pero a la sensación no le ponían palabras. El tiempo pasó y Torregrosa, que ha vivido siempre en Madrid, empezó la transición hace ocho años. Ahora, con casi 60, ha roto el disfraz “de la cabeza a los pies” y la presión de comportarse y ser alguien que no era.

“Adopté el rol de hombre, lo que se esperaba de mí para no ser rechazada. Y por muchos esfuerzos que hiciera para ser quien tenía que ser, sabía que algo pasaba, que había algo en mi interior que ha durado siempre”. Como otras personas que crecieron en la invisibilidad, la confusión le hizo pensar que, a pesar de que le gustaban las mujeres, quizás era un hombre homosexual. En su mundo la transexualidad no existía ni como palabra ni como realidad.

La situación ha cambiado y a pesar de que el estigma está presente, “el que había hace años era tremendo”, apunta Azañón. Las asociaciones de menores trans están más presentes que nunca, el rechazo social a campañas como el autobús tránsfobo de HazteOir se ha hecho patente y hay mucha más información: “Nunca tuve la oportunidad de que alguien me preguntara cómo me sentía; eso ha cambiado mucho. Hay más posibilidades de que si un niño o niña se expresa de manera diferente, los padres indaguen o hablen con él o ella”, analiza Torregrosa.

Ser una misma 

La presencia en la década de los 70 de mujeres trans y travestis en el mundo del espectáculo y la popularidad que alcanza Bibiana Fernández contribuye a instalar referencias en su imaginario colectivo. Pero Azañón recuerda la adolescencia como una época “terrible” en la que apenas quería salir de casa. Después, el desierto: “Una vida plana, como si fuera una película que ves pasar sin participar en ella”.

Torregrosa reconoce haber tenido una vida plena, con éxito en el trabajo y una relación sentimental satisfactoria con otra mujer, que se fue deteriorando, entre otras cosas, porque salió de la clandestinidad y Maribel empezó a estar cada vez más presente en su existencia. Su vida laboral comenzó a decaer porque inició el proceso con el principio de la crisis y “encontrar trabajo más allá de los 50, y más siendo una mujer transexual, es misión imposible”. 

Azañón tuvo que soportar la presión familiar de no iniciar el tránsito por miedo a que la despidieran; Torregrosa estuvo dos años sin ver ni hablar con su hija porque le dijo que no quería saber nada de ella. A pesar del rechazo de algunos amigos, los insultos, las miradas o los comentarios, ambas celebran la reacción de su entorno. Una realidad atravesada por el ambiente en el que se mueven. Torregrosa es activista LGTBI y feminista, donde encuentra “un espacio seguro” y Azañón, por su parte, es dinamizadora del Grupo de Políticas Transexuales de la FELGTB. 

Las dos coinciden en que el tránsito siendo mayor tiene la desventaja de la visibilidad porque la hormonación va a dejar determinados rasgos físicos, por eso Azañón insiste en que, aunque nunca es tarde, “mejor pronto”. En el otro lado, lo positivo de la madurez, que hace que el proceso “sea más llevadero porque cuanto más mayor eres, más igual te da lo que piense la gente”, apunta  Torregrosa, que como La Agrado en Todo sobre mi madre echa la vista atrás y celebra ser lo que soñó de sí misma: “Todavía me encanta oír mi nombre en boca de otras personas. Para nada me arrepiento de haber tirado mi vida por la borda si el objetivo al final era este, ser yo misma”.

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