Las claves para entender el debate internacional sobre usar o no mascarillas para la población general
En las últimas semanas ha surgido un intenso debate internacional tanto en diferentes medios de comunicación como en publicaciones científicas y en las redes sociales sobre la utilidad de las mascarillas entre la población general: ¿ayudan a frenar la pandemia al limitar los contagios o, al contrario, podrían empeorarla? Mientras instituciones occidentales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Ministerio de Sanidad, desaconsejan el uso de mascarillas para la población general sana, gobiernos y expertos en salud pública de diversos países asiáticos no solo las recomiendan, sino que en algunas regiones de China las personas que no llevan estos elementos faciales fuera de casa durante la cuarentena se enfrentan a duras sanciones e incluso a arrestos.
Recientemente, diversos expertos en salud pública tanto dentro como fuera de España han solicitado a las instituciones sanitarias como la OMS o el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) que revisen sus recomendaciones en esta materia. Según información ofrecida por The Washington Post, el CDC se está replanteando si recomendar el uso público de mascarillas para la población general. En algunos lugares como la República Checa las autoridades han recomendado oficialmente la utilización de mascarillas para todos sus habitantes e incluso han animado a la fabricación de mascarillas caseras. En la ciudad alemana de Jena, las autoridades han dado un paso más allá y han convertido el uso de mascarillas por parte de sus ciudadanos en algo obligatorio.
Este intercambio de informaciones aparentemente contradictorias sobre el papel beneficioso o perjudicial de las mascarillas genera confusión entre los ciudadanos que no entienden la incertidumbre científica al respecto.
¿Por qué tanta controversia?
Hay dos razones principales que explican las posiciones científicas contradictorias sobre el uso de mascarillas. En primer lugar, existen muy pocos estudios científicos que valoren con rigor el papel de las mascarillas entre la población general para limitar los contagios durante epidemias. Además, no contamos con estudios específicos sobre la eficacia de las mascarillas para limitar la extensión del nuevo coronavirus. Precisamente, la OMS no recomienda las mascarillas al público por falta de evidencia científica. Sin embargo, como explican expertos en salud pública en la revista médica The Lancet: “La ausencia de evidencia científica de su eficacia no debería equipararse a la evidencia de ineficacia, especialmente cuando nos enfrentamos a nuevas situaciones con opciones alternativas limitadas”.
La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha puesto sobre el candelero las mascarillas en la población general como una posible estrategia de salud pública, cuando hasta hace apenas unos meses era un asunto que apenas había recibido atención científica. Paradójicamente, la posición oficial de las autoridades sanitarias fue muy diferente durante la pandemia de gripe española de 1918, cuando la ciencia sobre el papel de las mascarillas brillaba por su ausencia. En aquel entonces las autoridades de diversos países occidentales sí respaldaron el uso de mascarillas entre la población general y la Cruz Roja fabricó y distribuyó gratuitamente miles de mascarillas a los ciudadanos de Estados Unidos.
La segunda razón de peso que explica esta controversia es el déficit generalizado de mascarillas en multitud de países incluso entre las personas que más las necesitan: Profesionales sanitarios, enfermos (por COVID-19 o por enfermedades de riesgo) y personas en contacto estrecho con los enfermos de COVID-19. Si las instituciones sanitarias occidentales hicieran una recomendación favorable a las mascarillas para el gran público, muchos temen que el desabastecimiento de mascarillas médicas se recrudecería hasta el extremo, dificultando aún más el acceso a aquellos que más las necesitan y para los cuales la eficacia de las mascarillas está fuera de toda duda. En cualquier caso, a pesar de las recomendaciones de las instituciones sanitarias occidentales, ciudadanos de múltiples países como Italia, España o Estados Unidos están haciendo caso omiso y están adquiriendo o fabricando sus propias mascarillas por su cuenta.
Seis argumentos en contra
Las mascarillas quirúrgicas y caseras ofrecen una protección muy reducida a la exposición externa al virus (especialmente a través de aerosoles, diminutas gotitas de menos de 5 micras) y tienen, además, un papel muy limitado en la población general sana en zonas públicas como la calle o el supermercado. Medidas como el distanciamiento de seguridad de 1-2 metros con respecto a otras personas o el lavado frecuente de manos con agua y jabón son más eficaces y, si se cumplen, convierten a las mascarillas en innecesarias.
El uso de mascarillas podría dar una falsa sensación de seguridad, lo que llevaría a relajar medidas de eficacia demostrada como la higiene de manos, la etiqueta respiratoria, el distanciamiento físico de otras personas o el confinamiento en casa.
Dado que las autoridades sanitarias occidentales han apostado por desaconsejar el uso de mascarillas en la población general y no informar sobre su uso, la mayoría de los ciudadanos no están bien informados sobre el uso correcto de estos elementos faciales. Esto lleva a una amplia variedad de malas prácticas que podrían incrementar el riesgo de contagio. Por ejemplo, la reutilización de mascarillas, falta de esterilización, mascarillas colgadas al cuello, contacto con las manos de la parte delantera de las mascarillas, retirada incorrecta...
La fabricación de mascarillas caseras podría favorecer la transmisión del virus si están contaminadas por este y no se esterilizan o se aplican medidas para la destrucción del virus antes de su utilización. Además, las mascarillas caseras son menos efectivas que las mascarillas médicas en limitar la expulsión de secreciones respiratorias con virus.
Dada la escasez de mascarillas, los profesionales sanitarios, los enfermos y las personas en contacto estrecho con ellos deben ser colectivos prioritarios en el reparto y utilización de mascarillas, donde estos elementos son imprescindibles para la limitación del contagio.
Aunque la población de países como China, Corea del Sur, Japón o Taiwán usan mascarillas de forma generalizada y han conseguido controlar la epidemia de forma más efectiva que Europa o Estados Unidos, es necesario recordar que correlación no implica causalidad. Estos países también han aplicado otras estrictas medidas contra la epidemia de coronavirus como un seguimiento y testeo exhaustivo de casos en Corea del Sur o un confinamiento radical en China, lo que impide conocer si realmente las mascarillas han resultado claves en este éxito.
Cuatro argumentos a favor
La principal función de las mascarillas quirúrgicas y caseras no es protegerse del exterior, sino limitar la dispersión de gotitas con secreciones respiratorias (gotitas de Flügge, de tamaño superior a 5 micras) de la propia persona infectada que lleva la mascarilla. La principal forma de contagio se produce cuando estos pacientes hablan, tosen o estornudan y se produce la liberación de gotitas con virus de mayor tamaño que se depositarían en sus manos o en las superficies y objetos de alrededor (en principio, no más lejos de un metro de distancia). Tanto las mascarillas caseras como las médicas han demostrado mayor o menor efectividad en limitar la difusión de estas gotitas. Fuera del ámbito médico, los estudios no han observado, hasta ahora, que los aerosoles por parte de pacientes infectados puedan contribuir al contagio y sea posible la infección a través “del aire” por estas diminutas gotitas.
Aunque es cierto que la eficacia de las mascarillas caseras o quirúrgicas es muy reducida en la población sana, hay un elemento clave en la pandemia de COVID-19: muchas personas aparentemente sanas pueden transmitir el virus sin ser conscientes de ello, bien porque no llegan a mostrar síntomas durante todo el proceso o porque lo hacen antes de que se desarrollen síntomas, durante la fase de incubación. Estas personas están contribuyendo a la expansión de la pandemia y es prácticamente imposible reconocerlas a tiempo para que lleven mascarillas que eviten la difusión de gotitas con virus. Si no podemos identificar a estos casos, la utilización generalizada de mascarillas en la población general combatiría este problema, al limitar la difusión de gotitas con virus por parte de los infectados asintomáticos, protegiendo a los demás.
Países asiáticos que han implantado el uso generalizado de mascarillas en la población como China, Corea del Sur, Japón o Taiwán han logrado controlar la epidemia de forma más efectiva que Europa o Estados Unidos. Las mascarillas podrían haber sido un factor que hubiera contribuido a ello.
La utilización de mascarillas caseras por parte de la población general podría ser de utilidad para que la gente dejase de comprar las mascarillas tan necesarias por los profesionales sanitarios (quirúrgicas y FFP2-FFP3). Además, si las instituciones sanitarias informasen y dieran directrices claras sobre su fabricación y su uso, estas mascarillas caseras podrían usarse con ciertas garantías.
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