“Vives mejor que un cura con dos parroquias”. Como en tantas ocasiones, los dichos de la sabiduría popular española acaban reflejando, mejor que cualquier encuesta, la realidad. Pese a la crisis, el descenso vocacional y la mala imagen de la institución, los sueldos de sacerdotes y obispos se han mantenido idénticos en los últimos años. Así, un cura en España cobra alrededor de 900 euros al mes (con dos pagas extras), y un obispo, 1.200 euros.Estos últimos además cuentan con chófer y coche a cargo de la diócesis.
Sueldos que, en parte provienen del dinero que los contribuyentes ceden a la Iglesia a través de la casilla de la Renta: 2,16 millones van destinados a sufragar los sueldos del centenar de obispos (en activo o jubilados) y unos 40 millones de dinero público para pagar parte de la minuta de los 22.000 sacerdotes españoles, según los datos de la Memoria Justificativa de Actividades publicada por la propia Conferencia Episcopal.
Solo con esos datos, podría parecer que el llamamiento del Papa Francisco a la austeridad, a “salir de los palacios” y bajar a vivir con el pueblo, ha calado en la Iglesia española. No es así. A día de hoy, no hay ningún obispo de nuestro país que haya abandonado los palacios episcopales y se haya trasladado a un piso. Excepción hecha, claro está, del ático de superlujo del cardenal Rouco frente a la catedral de La Almudena, cuya reforma supuso un coste de 380.000 euros.
Obviamente, no se puede decir que un sacerdote o un obispo en España sean ricos, pero sí que su trabajo es, hoy como ayer, un “seguro de vida”. El análisis ponderado de los datos nos ofrece un escenario mucho más saludable que el del religioso “mileurista”. Junto al sueldo, hay que tener en cuenta que el sueldo de un párroco va prácticamente en su integridad a su cuenta corriente. ¿Por qué? En primer lugar, porque es la propia Conferencia Episcopal -en uno de los epígrafes de destino de la famosa “X” de la casilla de la Renta- la que aporta la cantidad correspondiente a la Seguridad Social del clero (16,3 millones de euros) y a los complementos de renta para sacerdotes jubilados.
En segundo término, porque un párroco cualquiera no tiene más gasto que el personal. No paga casa, ni gastos -luz, agua, teléfono, gas- porque son asumidos por la comunidad parroquial. Además del sueldo base (dependiendo de la diócesis, entre 800 y 900 euros al mes, más 15 euros por trienio y dos pagas extraordinarias) están los famosos “estipendios” o cantidad que se cobra por cada misa de difuntos, comunión, boda o bautizo, y que están estrictamente estipulados en cada diócesis.
Eso pese a que, en su publicidad anual de cara a IRPF, la Conferencia Episcopal se empeña en señalar que la Iglesia ofrece “gratuitamente” los sacramentos a los fieles. Algo que no es así, y que el propio Papa Francisco ha calificado de escándalo. Lamentablemente, y como se ha comprobado con el escándalo Vatileaks II, la cuestión del dinero es, sin lugar a dudas, la de más difícil resolución en la Iglesia católica.
Sobresueldos con dinero público
El único gasto que un sacerdote está obligado a aportar es un porcentaje mensual de su salario a gastos de la diócesis, que oscila entre el 1% y el 10%, dependiendo del sueldo final del cura. Que no se queda, por otro lado, en el dinero recibido por su función parroquial, porque muchos de los sacerdotes también trabajan como profesores en colegios e institutos, o ejercen como capellanes en hospitales, Fuerzas Armadas o prisiones, en virtud de los cada vez más cuestionados Acuerdos Iglesia-Estado. Bien es cierto que parte de este segundo sueldo suele aportarse a la diócesis de origen para gastos propios de la misma.
Junto a ello, también están los suplementos para aquellos sacerdotes que, junto a su función diaria, ejercen algún tipo de responsabilidad en la diócesis, ya sea como vicarios, delegados episcopales o capellanes de cofradías o hermandades. El “suplemento” suele rondar los 400 euros mensuales, además del gasto en kilometraje y dietas.