Una estrategia alternativa contra el coronavirus: vacunas comercializadas contra otros virus y bacterias

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Los avances en las vacunas específicas frente al virus SARS-CoV-2, como la de Moderna o la de Oxford, reciben gran atención mediática, pues hay muchas esperanzas depositadas en ellas para poner fin a esta pandemia. Sin embargo, existe otro enfoque inmunoprotector que ha pasado bastante desapercibido entre la población general. A diferencia de las vacunas experimentales que podrían inmunizarnos contra la COVID-19 a través de una protección selectiva contra el coronavirus, también hay ensayos clínicos en marcha en múltiples países para averiguar si vacunas ya comercializadas frente a otros agentes patógenos podrían ofrecer cierta protección inespecífica contra esta enfermedad.

A lo largo de esta pandemia, los tratamientos antivirales aprobados frente a otros virus han sido la primera apuesta para intentar mejorar el pronóstico de la COVID-19 de la forma más rápida posible, pues sus perfiles de seguridad ya eran conocidos y existían indicios que sugerían cierto beneficio. De forma similar, existen diferentes vacunas ya comercializadas contra otros virus y bacterias que podrían generar cierta inmunidad frente al coronavirus y podrían administrarse antes de que se aprueben y distribuyan vacunas específicas y efectivas contra este virus. La vacuna contra la bacteria de la tuberculosis (BCG), la vacuna contra la polio y la vacuna triple vírica (contra el sarampión, las paperas y la rubeola) son tres tratamientos preventivos que se están evaluando en estos momentos en ensayos clínicos para observar si, efectivamente, aportan cierta protección frente al coronavirus.

¿Cuál es el fundamento biológico para recurrir a estas vacunas? La falta de precisión del sistema inmunitario frente a agentes patógenos se manifiesta de múltiples maneras. Una de ellas es la capacidad de las células inmunitarias, como los linfocitos T, para reaccionar en el laboratorio ante diferentes coronavirus por tener señas de identidad similares entre ellos, un fenómeno denominado reacción cruzada. Aunque todavía no sabemos con certeza si la exposición a otros coronavirus, como los del resfriado, aportaría protección inmunitaria parcial o total frente a la COVID-19, es una hipótesis que se está investigando en estos momentos.

A lo largo de los últimos años también se ha observado que la activación del sistema inmunitario a través de vacunas podría desencadenar una serie de efectos beneficiosos que van más allá del papel protector de la vacuna contra un agente infeccioso en particular. Es lo que se ha observado, por ejemplo, para la vacuna de la polio o de la tuberculosis. Múltiples estudios epidemiológicos han detectado que aquellos a los que se les administra estas vacunas tienen un riesgo más reducido de morbilidad y mortalidad frente a otras enfermedades infecciosas, un efecto llamado protección heteróloga.

Aunque no está totalmente claro a qué se debe este tipo de protección, se piensa que este efecto positivo estaría causado por un refuerzo de la inmunidad innata que lleva a una “inmunidad innata entrenada”. La inmunidad innata es la primera reacción del sistema inmunitario cuando aparece ante un agente infeccioso y es inespecífica. Teóricamente, potenciar esta rápida respuesta podría ser una barrera adicional frente al coronavirus que limitase la infección. De hecho, una de las hipótesis que se han planteado durante la pandemia sobre por qué los niños rara vez tienen síntomas por el nuevo coronavirus sugiere que podría deberse a su potente inmunidad innata, reforzada por constantes infecciones respiratorias y por sus recientes vacunaciones.

A la espera de los ensayos clínicos

Por el momento, solo contamos con estudios epidemiológicos, con muchas limitaciones, que sugieren cierto papel protector de vacunas como la BCG contra el coronavirus. Sin embargo, ese tipo de investigaciones solo permite detectar correlaciones y no causas y efectos, por la gran variedad de variables que pueden confundir los resultados. Los ensayos clínicos que se están realizando en estos momentos con las diversas vacunas frente a otros virus y bacterias aclararán si los indicios que se están viendo en grandes poblaciones son reales. También es posible que su efecto protector sea pasajero, que pudiera empeorar la infección por coronavirus o que, realmente, la potenciación del sistema inmunitario innato no fuera suficiente como para limitar la infección por el coronavirus.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte, por el momento, que no hay evidencias científicas que demuestren que la vacuna contra la tuberculosis proteja frente a la infección del virus SARS-CoV-2 y que, por tanto, no recomienda la aplicación de esta vacuna para la prevención de la COVID–19. Tampoco hay pruebas suficientes de que otros tipos de vacunas resulten de ayuda frente a la COVID-19.

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