Para cumplir con el compromiso que muchos países han hecho público de dejar casi en cero las emisiones de CO2 en 2050 –condición para atajar de verdad la crisis climática– hace falta recortar tanto la cantidad de gases que se lanzan a la atmósfera cada año como lo que ocurrió en 2020 por las restricciones de la COVID.
La situación se ha colocado en ese nivel porque, al ritmo actual, la humanidad se gastará en solo nueve años toda la cantidad de gases de efecto invernadero que podría aún echar a la atmósfera sin provocar un calentamiento global de la Tierra superior a 1,5ºC, según los cálculos físicos del Global Carbon Budget.
Es decir, en 2031, el volumen de CO2, metano o N2O que estaría ya en el aire elevaría la temperatura del planeta por encima de ese nivel.
“Las emisiones cayeron un 5% durante 2020 porque dejamos de volar, conducir coches y muchos de salir de casa para ir a trabajar. Conseguir el objetivo de temperatura máxima requeriría un esfuerzo similar empezando ya por 2023”, explica Pep Canadell, científico jefe en el Centro de Investigación CSIRO de Australia. “Naturalmente esto no es realista, pero ilustra la escala de la acción necesaria”, remata Canadell.
Pero la acción va en sentido contrario. “No hay señal de que el CO2 lanzado decrezca”, resume el GCB. De hecho, la proyección es de un aumento del 1% respecto a 2021. “Para comprender qué es un 1%, equivale a poner casi un millón de coches en las carreteras durante un año”, señala Canadell.
“Es sorprendente que, a pesar de la crisis energética y de que China haya disminuido, las emisiones mundiales vayan a subir un 1% que es como un millón de coches al año
El uso de combustibles fósiles sigue muy alto. Las proyecciones de este grupo de científicos muestran que en 2022 subirán las emisiones por quemar carbón y petróleo. Y eso que ya se ha certificado que cerca del 60% de las reservas actuales de petróleo y gas metano fósil, y el 90% de las de carbón deben permanecer bajo tierra para 2050 si queremos tener al menos un 50% de posibilidades de cumplir con los objetivos establecidos por el Acuerdo de París.
“Es sorprendente que, a pesar de la crisis energética y de que China –que es el emisor más grande– haya disminuido, las emisiones mundiales vayan a subir y marcar un nuevo récord histórico”, argumenta el científico del CSIRO.
El presupuesto de carbono
Lo que hacen estos científicos es calcular la cantidad de CO2 que, actuando en la atmósfera, provocará una determinada subida de la temperatura global al retener el calor que debería escapar al espacio. Y calcular, también, cuánto gas del que se libera permanecerá en el aire como invernadero. De ahí sale un volumen de CO2 que los humanos pueden emitir para limitar la temperatura extra. Un presupuesto de carbono.
El presupuesto de gases de efecto invernadero asumibles para evitar el cambio climático más dañino se agota a pasos agigantados
Las cifras fundamentales de este cálculo son: todo apunta a que las emisiones de 2022 llegarán a 40 gigatoneladas (37 de ellas por los combustibles fósiles). El máximo que se podrá liberar en la atmósfera para limitar la temperatura a 1,5ºC extra (nivel de seguridad) quedará en 380 gigatoneladas que “se excederá en nueve años”.
Así que, según esta revisión científica, nos estamos quedando sin crédito en el banco de carbono. El presupuesto de gases de efecto invernadero asumibles para evitar el cambio climático más dañino se agota a pasos agigantados. En menos de un década se habrá lanzado todo.
Marcha en sentido contrario
Es cierto que aumentar un 1% supone un incremento más lento que la media de los últimos 50 años, pero sigue avanzando en el sentido contrario a lo indicado que es disminuir, no aumentar poco. “Es importante comprender que es imposible estabilizar el clima en 1,5ºC y que pasaremos esa temperatura en algún momento. Para volver a tener una oportunidad de cara al final del siglo hay que sacar carbono de la atmósfera”, indica Pep Canadell.
Hace unos días, un grupo de más de mil científicos publicaron una carta que reclamaba admitir que el objetivo del 1,5ºC grados extra estaba fuera de alcance con la idea, decían, de que no sirviera de excusa para una especie de complacencia por parte de gobiernos y empresas.
En 2022, además de rebotar todas las emisiones que provocaba al tráfico aéreo (que todavía no había remontado tras la pandemia de COVID), se le ha añadido los efectos negativos de la guerra en Ucrania.
Esos efectos “van a durar entre tres y cinco años”, analiza Canadell. Aunque luego añade un nota positiva: “A medio plazo ha mostrado que son las energías renovables que podemos generar en los propios países las que dan la independencia energética y eso puede ayudar en el futuro en la lucha contra el cambio climático”.