Un físico entre bailarines: una fructífera conexión entre ciencia y danza
“La gravedad es un conocimiento que llevamos en el cuerpo desde hace millones de años y en el que los bailarines son verdaderamente eruditos”, explica el físico Joaquín Sevilla sobre el escenario. Acto seguido, la bailarina Carmen Larraz se coloca detrás de su compañero, Stefano Mattiello, y lo atrapa en lo más alto mientras salta. Durante un instante, y a pesar de la diferencia de tamaño, ella lo mantiene suspendido en el aire, como si flotara. El público estalla en aplausos.
“En ese punto, el esfuerzo que tiene que hacer es mucho menor, mientras que un milisegundo antes o después, tendría que frenar el ascenso o bien el descenso”, explica el físico y catedrático de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Si la suma de las fuerzas es cero, precisa, se produce ese equilibro que da lugar a ese instante ingrávido de la coreografía, como si los bailarines fueran astronautas.
Esta escena forma parte del espectáculo que Sevilla y Larraz pusieron en escena en el evento de divulgación científica Naukas Pamplona el pasado 10 de junio. El trabajo pertenece a un proyecto en el que ambos llevan trabajando desde el año 2019 y que ahora recibe el nombre de “5778K”, por la temperatura de la superficie del sol. La idea nació casualmente, cuando la bailarina profesional buscaba asesoramiento para un espectáculo de danza sobre la electricidad llamado Elektrical body. Y, de manera bastante previsible, surgió la “chispa”.
Fertilización cruzada
La relación entre la danza y la ciencia se remonta muy atrás, aunque su historia tiene muchas bifurcaciones. En los últimos años se han popularizado proyectos como Baila tu tesis, organizado por la revista Science, en el que estudiantes de doctorado de todo el mundo compiten por expresar con música sus ideas científicas. El camino emprendido por Sevilla y Larraz, sin embargo, va más allá de ilustrar la ciencia con movimientos de baile, es una vía de convergencia de dos perspectivas muy diferentes: la de la investigación artística y la del conocimiento científico.
Desde la ciencia hay un riesgo principal, resume el físico, que es darle mucha importancia a la parte científica y que la parte artística se limite exclusivamente a representar de una manera extremadamente literal los conceptos (ilustrar el bosón de Higgs dando vueltas por el escenario, por ejemplo). Del lado artístico, señala la bailarina, se corre el peligro de quedarse en la superficie, “decir que estoy haciendo la dualidad onda-corpúsculo y hacer lo mismo que haría si estoy hablando del atardecer en verano”. Lo que buscan ellos, aclaran, es que se produzca una “fertilización cruzada”.
Una herramienta de “intensificación”
En los últimos años, la bailarina profesional Emily Coates y la profesora de física de la Universidad de Yale Sarah Demers se han convertido en una referencia en este camino de exploración. “Tanto los físicos como los bailarines dedican tiempo a imaginar, representar, modelar y evaluar el movimiento”, escriben en su libro Physics and Dance. Los físicos deben identificar y cuantificar las fuerzas que actúan sobre los cuerpos en movimiento, señalan, mientras que los bailarines deben moverse dentro de un mundo de reglas físicas. “Saber más sobre estas fuerzas naturales puede ayudar a un bailarín a comprender la técnica de baile de manera más completa, y moverse puede ayudar a que la imaginación de un físico emprenda el vuelo”.
A la hora de describir los efectos de esta relación mutua, Coates prefiere hablar de “intensificación” más que de “traducción”, como se hace a menudo. “Traducir la ciencia invita a rozar la superficie en busca de estructuras coreográficas o imágenes bailables”, explica. “La intensificación, en cambio, exige más de un artista. Exige que tenga una especie de lente de rayos X en la naturaleza poética de la ciencia y que use su gama completa de herramientas de composición para probar las ideas científicas”.
En su breve ensayo La poética de la Física y la Danza, Coates recopila algunos ejemplos de intercambio entre ambas disciplinas, muchos de ellos presentes en el trabajo de los pioneros de la danza del siglo XX. El bailarín y coreógrafo estadounidense Merce Cunningham, por ejemplo, revolucionó la forma de organizar la escena inspirado por las ideas de Albert Einstein para defender que “no hay puntos fijos en el espacio” y “que en el universo todo se está moviendo todo el tiempo”.
Un ejemplo anterior e incluso más interesante es el del teórico de la danza y coreógrafo Rudolf Laban, que introdujo un montón de nuevas ideas en las que se mezclaban las matemáticas, la geometría y la anatomía humana. El bailarín está sintonizado con tanta precisión con el universo, aseguró, que es “incluso capaz de comunicarnos estas leyes con más intensidad de lo que puede hacer la ciencia”.
No es una payasada
Para Carmen Larraz, quien recuerda que gestó la idea para este proyecto mientras jugaba con unos imanes esperando en un aeropuerto, tanto la danza como el conocimiento de la física acceden a un mismo lugar, pero desde perspectivas diferentes. “Creo que el conocimiento científico abarca ese otro enfoque que enriquece muchísimo la inspiración artística”, explica. “Trabajar con Joaquín me ha ayudado a concretar muchos conceptos y en lugar de quitarles magia o creatividad, al contrario, me han enganchado más”.
“Trabajar con los artistas no hace que aprenda cosas que no sabía sobre la corriente eléctrica, pero sí me ha ayudado a entenderlo de una manera más profunda y a fijarme en detalles a los que no les das importancia porque no están en el discurso normal”, subraya Joaquín Sevilla. En el espectáculo anterior, por ejemplo, el baile permitió al profesor de física visualizar con más precisión qué sucede cuando se transmite la corriente eléctrica; no es que se muevan los electrones, sino que transmiten una oscilación.
“Podíamos verlos como bailando alrededor de una posición de equilibrio”, recuerda. “Esto te da un insight, no conocimiento nuevo, sino una comprensión más profunda y una manera de verlo que te ayuda a enseñarlo y explicárselo a terceros”. Y, al mismo tiempo, es una forma de mostrar a las audiencias que la ciencia puede ser algo más que escribir fórmulas en la pizarra.
Estas aproximaciones pueden ser especialmente útiles, a juicio del físico, a la hora de abordar conceptos para los que “no tenemos una metáfora mecánica” y que suceden en otro plano de la realidad, como ocurre con la física cuántica. El propio Einstein, al preguntarse qué tienen en común la experiencia artística y la científica, intuyó que la primera se produce “cuando nos comunicamos a través de formas cuyas conexiones no son accesibles a la mente consciente”. “Es verdad que algunas de estas aproximaciones suenan muy vaporosas y pueden terminar siendo una payasada casi trivial”, reconoce Sevilla, “pero creo que lo que nosotros estamos queriendo hacer es muy serio”.
Romper barreras, abrir puertas
Rebecca Collins, profesora invitada en el Instituto de Física Teórica (UAM-CSIC) que investiga esta confluencia de las prácticas creativas con las ciencias físicas, cree que este tipo de proyectos pueden ayudar a expandir el conocimiento en los ámbitos, el de la ciencia y el arte. “Esta rígida separación de disciplinas ha permanecido por tanto tiempo que hemos llegado a un punto en el que no funciona ni para la ciencia ni para las artes”, explica a elDiario.es. “Creo que desenredar y desmantelar estas barreras traerá grandes beneficios en muchas direcciones”.
“Me parece imprescindible esta ”fertilización cruzada“ entre el terreno artístico y científico, que sirve para mostrar y evidenciar otras formas de generación y transmisión del conocimiento a través de herramientas artísticas, como pueden ser el propio cuerpo o la acción”, añade Pablo Iglesias Simón, director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático. “Afortunadamente, cada vez más en la investigación académica se exploran territorios mestizos donde la creatividad y la práctica artística no solo son sujeto de estudio, sino fuente de metodologías y herramientas para ensanchar nuestra visión de lo que somos y del mundo que nos rodea”. Porque, al final, se trata de explorar un nuevo camino y ver qué nos estamos perdiendo por no mirarlo con otros ojos.
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