OPINIÓN | EN PRIMERA PERSONA

Soy un hombre de 36 años y esto es lo que el porno me ha enseñado a lo largo de mi vida

Tengo 36 años. Entré en la adolescencia a la vez que internet desembarcaba en España y, con ella, el porno accesible para todos. No más malos momentos comprando la Playboy en la gasolinera. Porno 24/7. Jauja. 

Del porno aprendí que aunque dos mujeres sean lesbianas, lo que en realidad están esperando es que les metan una buena polla. Aprendí que cualquier polvo que se precie empieza y acaba con una mamada y con una corrida en la cara. A ser posible en la boca. No tanto porque a ti te guste, que te gusta, sino porque es lo que ella quiere. Un ojo lleno de semen las vuelve locas.

Aprendí que lo que pone cachonda a una mujer no es hacer las cosas que a ella le gustan sino hacer siempre lo que te gusta a ti. Porque si a ti te gusta, a ella le gusta. Y a ti lo que te gusta es darle por el culo, que sea la primera vez que se lo hacen y que les duela. Y que te pida más porque, si duele, gusta.

El porno me enseñó que a las mujeres siempre (siempre) les gusta un buen azote. Que disfrutan si las agarran por el cuello o la coleta. No hace falta preguntar si le gusta. Les gusta eso y más, siempre dicen que sí. Y si dicen que no, es para que las fuerces a decir que sí. Porque cuando te la ven, se les olvida que no querían.

Con el porno aprendí que es habitual hacer tríos y orgías y que, si a una mujer le gusta hacer lo que tú quieres, le gusta mucho más hacer lo que quieren 3 o 4 tíos a la vez. Si le gusta que te folles su boca, su coño y su culo, que lo hagan tres desconocidos a la vez, las vuelve locas. Y si les gusta que te corras en su boca, que lo hagan 3, 4 o 5 tíos la vez, ni te cuento.

Todo eso es lo que el porno me enseñó sobre el sexo. Nada que ver con mis experiencias en la vida real. Aun así, durante años, en mayor o menor medida he seguido consumiendo porno. Desde hace un tiempo, y gracias al feminismo, ya no. O no tanto. O al menos, no de la misma forma.

Antes no me daba cuenta de que el porno que veía se centraba sólo en el hombre y no tenía nada que ver con el placer de las mujeres. No veía que ellas no son una parte de la relación sexual. No veía que son sólo un objeto. Desde ese prisma aceptaba que si el hombre le da una bofetada a la mujer es porque se ha venido arriba. No me planteaba que, claramente, esa bofetada no era algo que los dos estuvieran disfrutando. Esa bofetada lo excitaba a él. Ella sólo estaba ahí para recibirla. Y así con cualquier postura o práctica que hicieran.

Antes, digo, compraba eso. Pero ya no lo compro. Ya no puedo ver ese porno en que no se ve a dos personas disfrutando de la relación, de la misma forma que me cuesta escuchar La mataré, de Loquillo. Igual me hago mayor.

Creo que el avance del feminismo es la causa de este cambio. Y me alegro. Me alegra que desde hace un tiempo el porno mainstream me aburra, en ocasiones casi me violente. El problema no es la bofetada, la postura o el lenguaje. El problema es que todo eso está al servicio del hombre. No hay intercambio, no hay deseo. En el porno mayoritario alguien está ahí para disfrutar y alguien está ahí para ser usada.

No se puede culpar solo al porno de lo que hicieron cinco violadores en un portal de Pamplona. Ellos y yo hemos visto el mismo porno y yo no he violado a nadie, pero lo cierto es que ellos reprodujeron el modelo de relaciones sexuales que el porno les ha transmitido como normal. Basta con entrar en cualquier portal porno de internet para encontrar escenas de violación en grupo a mujeres que intentan escapar o se dejan hacer.

Es un mensaje inaceptable y, sin embargo, los jóvenes se están educando con vídeos como ése. Ante la ausencia de educación sexual en colegios o institutos (o en casa) los jóvenes acuden al porno y ahí aprenden que sexo es sinónimo de utilizar a las mujeres. Que el consentimiento es secundario. Que lo que ellas quieren es secundario. Que no importa su deseo. Por contra, ellas reciben el mensaje de que tienen que dejarse hacer. Que están ahí para satisfacer al hombre, no para disfrutar la relación. Nada de eso es cierto.

El porno es ficción, no una escuela en la que aprender nada ni un ejemplo de cómo debe ser una relación sana. Con eso, claro, haced lo que queráis: usadlo para excitaros, como fantasía o para probar cosas nuevas, pero porque los dos (o las tres, o los cuatro) lo deseéis, no porque en un vídeo lo hagan así. Y que le den al porno. Nunca mejor dicho.