De la honra al 'body count': el lenguaje cambia pero siempre señala a las mujeres que tienen tanto sexo como quieren

11 de junio de 2024 22:15 h

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Un chaval mira a la cámara y dice muy serio: “Esta tía tiene el body count por las nubes”. Es un tiktoker que ronda los 20 y que aprovecha la red social con más éxito entre adolescentes y jóvenes para difundir uno de los mensajes machistas más extendidos de la historia: las mujeres pierden valor conforme van teniendo sexo con otros hombres (que lo tengan con mujeres ni siquiera aparece en la ecuación). Lo expresa, eso sí, con un nuevo término, un anglicismo que procede del mundo de los videojuegos y que le da al discurso un toque aparentemente novedoso. Si nuestras abuelas tenían que vigilar su honra, a sus bisnietas se las juzga por su body count.

Traducido al español el término significaría algo así como 'conteo de cuerpos'. Lo que comenzó siendo una expresión ligada al mundo de los videojuegos para referirse al número de víctimas, de bajas, que un jugador consigue en una partida, se utiliza ahora como manera de referirse al número de personas con las que una mujer ha tenido sexo, su 'conteo' de parejas sexuales, sean más esporádicas o más estables.

“Ahora lo podemos llamar body count y hace 150 años se podía llamar histeria o ninfomanía. El deseo sexual femenino se ha estigmatizado y juzgado moralmente, no me atrevería a decir siempre, pero sí en la contemporaneidad, fundamentalmente desde el siglo XIX. Y no es casual”, dice la historiadora y periodista Elena Lázaro, autora de Feminismos y sexo. Una mirada histórica al origen del pensamiento feminista español sobre el deseo sexual de las mujeres, que recibió el premio Celia Amorós de Ensayo Feminista en 2023. Lázaro, como otras autoras, sostiene que es cuando el feminismo se conforma como movimiento, “el momento en que las mujeres reclaman su espacio en lo público”, cuando el poder (del Estado, la iglesia o la medicina) construye un discurso reaccionario para contraatacar.

Ese discurso asumió, entre otras cosas, la patologización del deseo femenino unida al rechazo social y el estigma. “La idea de que una mujer promiscua es una enferma, de que las mujeres no deben disfrutar del sexo y de que si lo hacen merecen el rechazo social. El body count ha sido el 'zorrón' y la 'golfa' de toda la vida, el enjuiciamiento social hacia las mujeres que disfrutan de su deseo y sexualidad. Ahí pesan los siglos de educación y moral católica, la culpa”, expone Lázaro.

Para la socióloga Cecilia Bizzotto, el concepto remite al tradicional control de la sexualidad femenina, al doble estándar sexual que la sociedad construyó para mujeres y hombres. “Ellos pueden experimentar su sexualidad libremente y que eso hasta sea deseable, mientras que para ellas es lo contrario. Esta mirada misógina y machista muestra que solo les interesa lo que piensan otro tipo de hombres sobre ellos, no lo que piensan ellas, no las ven como iguales: yo para ser exitoso en mi grupo de colegas tengo que acostarme con muchas pero ellas con pocos”, resume.

Bizzotto, que también es portavoz de la comunidad liberal JOYclub, recuerda que ese doble estándar sirve también para categorizar a las mujeres: existen las mujeres con las que un hombre se casa y tiene hijos –las decentes, las cuidadoras–, y las mujeres con las que un hombre tiene sexo –las liberales, las deseantes, pero que por eso mismo no 'sirven' para relaciones estables–. O lo que es lo mismo, los arquetipos de la virgen y la puta de siempre.

Inseguridad

El body count habla del estigma de las mujeres... y de la inseguridad masculina. “Relacionarse con mujeres con menos experiencia les requiere menos exigencia. Tiene que ver con la masculinidad frágil, temes relacionarte con mujeres que saben lo que quieren, lo que les gusta, que saben decir no o poner límites”, comenta Cecilia Bizzotto. Si la honra y el estigma sexual ha perseguido a las mujeres, los hombres siguen lidiando con ese arquetipo de una masculinidad siempre deseante y experta en el sexo según el cual ellos siempre deben saber qué hacer y cómo.

La falta de educación sexual integral y de calidad, tanto en las escuelas como en las familias, apunta la socióloga, tiene mucho que ver con que este tipo de ideas sigan reproduciéndose a pesar de que, en teoría o en otros aspectos, la sociedad avance.

Mientras, es la gente más joven quien recibe estos mensajes a través de sus canales habituales de comunicación. La periodista y sexóloga Mara Mariño asegura que hay diferentes contenidos, “desde vídeos orientados a chicos que están en el colegio que les enseñan a convertirse en ‘agentes’ de OnlyFans de sus compañeras de clase a contenidos para los que acaban de empezar la universidad en los que les explican que, si tienen una cita con una chica que ya ha tenido relaciones sexuales, no es una mujer de ‘alto valor’ y deben descartarla como pareja”. Es decir, prosigue, que por un lado se sigue sexualizando a un grupo de mujeres “a las que animan a vender imágenes y vídeos de sus cuerpos desnudos” y, por otro, “están aprendiendo a odiar a esas mismas mujeres”.

Mariño, autora de Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo (Grijalbo), alerta de que los receptores de esos mensajes ya no son siempre “meros espectadores”, sino que pasan a la práctica. “Eso se refleja en conversaciones que oyes en grupos de chavales, que no han empezado la universidad y se refieren a sus compañeras como ”guarras“ o ”putas“, o los comentarios o mensajes en tono amenazador o sexual que dejan en perfiles de feministas. También en comportamientos que tienen en espacios públicos como el transporte o la calle”, asegura. Esos hombres extienden este tipo de comportamientos no solo a las mujeres de su edad, sino a todas, especialmente si las identifican como feministas.

Las mujeres, más jóvenes o más mayores, lidian con la culpa o la vulnerabilidad que les generan estos discursos, arañan un poco más de libertad o de seguridad, en el sexo, en la calle, en las aulas o en el trabajo. Los estereotipos y los estigmas no lo ponen fácil, en ninguno de esos espacios. La historiadora y periodista Elena Lázaro lo resume con una idea: “El caso es que no seamos demasiado libres en ningún espacio, ni para hablar en público ni para follar en una cama”.