Una inyección en el ojo para frenar la pérdida de visión relacionada con la edad
Todo comienza con la visión torcida de objetos o la aparición de manchas negras que entorpecen la vista normal. La degeneración macular asociada a la edad es la primera causa de ceguera en los países desarrollados. En España la sufre un 5,3% de la población mayor de 50 años, pero los tipos y los años multiplican este porcentaje. Si bien la ciencia logró hace dos décadas frenar su forma húmeda, algo prioritaria porque su avance se producía de forma rápida y catastrófica, a la investigación se le había resistido la seca o atrófica, que perjudicaba la visión de forma más paulatina. Dos medicamentos en vías de aprobarse en Europa pueden revertir esa retraso.
La Agencia estadounidense del medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) acaba de autorizar el fármaco Pegcetacoplan y está previsto que durante el verano dé su visto bueno a Avacincaptad pegol. Detrás de ambos, se encuentra la mano del director del Institut de la Mácula de la Barcelona Macula Fountation, el doctor Jordi Monés, que espera que los tratamientos puedan llegar a Europa a principios de 2024.
“En Estados Unidos son un poco menos exigentes, porque te requieren demostrar un beneficio en frenar la progresión anatómica de la enfermedad, es decir, que la lesión no crece tanto, mientras aquí tienes que demostrar que eso se traduce en una mejora funcional, que ralentizas la pérdida de visión. Se tarda un poquito más”, indica, convencido de que pasarán el trámite de la EMA: “Sería una gran sorpresa que no lo hicieran”.
La degeneración macular consiste, en una explicación sencilla, en la muerte de la retina. No produce una ceguera total porque los afectados mantiene la visión lateral, pero impide ver con claridad y nitidez y dificulta buena parte de las actividades diarias. “Supone una discapacidad muy grande para los pacientes, porque no son ciegos del todo, pero sí les imposibilita leer, ver las caras, les dificulta comunicarse, no pueden apreciar los detalles de las cosas... El impacto era enorme y conseguir fármacos para la forma seca era la asignatura pendiente, tras lograrlos para la húmeda”, asegura el doctor, que también trabaja en el Centro Médico Teknon.
Cuando el cuerpo aprecia que la retina muere célula a célula, puede generar vasos alrededor para tratar de detener el avance. Esto es lo que se llama forma húmeda o exudativa que lo que hace, en realidad, es potenciar esta forma de ceguera de una forma mucho más rápida. Por eso, las primeras investigaciones se centraron en abordar este tipo de degeneración macular, que destruía la visión central en unas semanas o pocos meses. Los primeros años de este milenio supusieron “una revolución”, indica Monés. Los avances en esta materia hicieron que surgiesen cada vez más tratamientos que lograban ralentizar de manera notable el avance de la enfermedad.
“Las compañías farmacéuticas, muchas veces, insisten sobre la misma enfermedad porque saben que es un objetivo seguro. Con la atrófica o seca sabes que tienes muchas posibilidades de perder”, reconoce el doctor. Además de participar en el desarrollo del Pegcetacoplan, su empeño ha propiciado la creación del Avacincaptad pegolç. “En 2006 estaba pensado para combinarlo con la forma húmeda, pero insistí en que lo teníamos que usar para la seca, conseguimos que nos aprobaran una fase I en España, con muy pocas inyecciones, que fue la semilla para la fase II, la III... y casi 20 años después, se va a aprobar”, dice orgulloso sobre su “criatura”.
“Muchos ensayos clínicos han fallado”
Si la forma húmeda se produce con la aparición de esos pequeños vasos alrededor de la retina, la seca es más difícil de tratar porque no hay nada anómalo: esa capa interna del globo ocular muere, sin más. “Ha habido muchos ensayos clínicos para frenar la enfermedad, que han fallado. La revolución actual es que por fin hay dos fármacos, muy parecidos, que han podido demostrar que sí se puede ralentizar. No la detienen del todo, pero si hacen que vaya más lenta. En una persona mayor, demorar ese avance puede ser muy significativo”, detalla Monés. Esta forma de enfermedad afecta a cerca de un 6% de la población por encima de los 75 años y al 18% de los mayores de 85, según los datos de la Macula Fundation.
¿Cómo funcionan los nuevos fármacos? “La degeneración macular es una enfermedad típicamente genética y ambiental, porque hay muchos genes que te predisponen a desarrollarla, pero los factor epigéneticos son los que hacen que esos genes se presenten más o menos”, explica el experto. Y, en este caso, buena parte de la culpa la tiene lo que se llama vía del sistema del complemento, que nos protege frente a infecciones y bacterias pero que, cuando está encendida de forma latente, puede actuar contra el propio organismo. Así, estos nuevos fármacos en forma de inyección actúan contra la inflamación que produce este sistema.
“El ojo es un órgano accesible, así que podemos poner inyecciones con una dosis que es suficiente pero que si tuviera que llegar por vía sanguínea serían mil bombas que el cuerpo no aguantaría. De esta forma, te evitas los efectos sistémicos. Es un privilegio, supongo que a los cardiólogos les encantaría poder poner inyecciones directamente en el corazón”, asegura Monés. No obstante, reconoce que habrá que estudiar el tratamiento en cada paciente. “En muchos hospitales, ni siquiera se les ha vigilado, porque no se podía hacer nada, entonces no van a ser fáciles de utilizar, porque no tenemos un feedback inmediato”, reconoce.
En ese sentido, señala que la progresión media de la lesión es de 0.3 milímetros al año, que “parece muy poco, pero dentro del ojo es muchísimo”. “Si a un paciente le progresa 0,1 al año, igual no tendrá mucho sentido tratar eso, pero si lo hace a 0,4 mm, habrá que tratarlo rápido, explicárselo muy bien y conocer la enfermedad para que lo entienda”, desarrolla. Así, será esa evolución la que determine cada cuánto y cuántas inyecciones es recomendable en cada caso.
Tras este hito, las investigaciones se encaminan ahora a identificar las formas rápidas de la enfermedad con diferentes subtipos genéticos para desarrollar tratamientos que permitan tratarla genéticamente antes de que aparezcan los primeros síntomas. “Se trata de reparar la maquinaria antes de que la enfermedad se manifieste”, afirma Monés, que ha sido nombrado profesor de la Universidad de Utah por sus conocimientos en el campo de la forma atrófica: “Si logramos inducir los cambios genéticos, con una única inyección sería suficiente”.
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