El calor no derrite el cerebro, pero sí que es capaz de desnaturalizar las proteínas que conforman nuestras células. A partir de 40ºC, el órgano puede comenzar a desajustarse en varios planos: confusión, relegar funciones o descoordinar movimientos.
Al presentarse altas temperaturas, este órgano crucial puede encontrarse algo confuso por la falta de costumbre. Una de sus partes, el hipotálamo –hiperexigido para regular el calor de todo el cuerpo–, deja en segundo plano muchas de sus funciones, y algunas neuronas, como las que coordinan los movimientos, llegan a verse afectadas.
El calor también altera la transmisión de los impulsos nerviosos y hace que vayan mucho más lentos. De ahí que podamos estar un tanto aturdidos, más desganados y sin muchas ganas de trabajar o de hacer actividades de ocio con el sol todavía encendido. Y eso no es todo, cuando el calor afecta a la barrera hematoencefálica (una red que protege al cerebro de sustancias nocivas), y a esto se le suma la deshidratación, se pueden experimentar pequeñas pérdidas de memoria.
Lo primero que le sucede al cerebro cuando experimenta mucho calor de forma continuada es confusión. “Nuestro cerebro, en función de la intensidad lumínica, por ejemplo, nos prepara para estar despiertos o dormidos. Lo mismo pasa con la temperatura. Cuando hay altas temperaturas prolongadas, no entiende esa información y se despista”, explica José A. Morales-García, profesor e investigador científico en Neurociencia de la Universidad Complutense de Madrid.
El calor también tiene consecuencias sobre el hipotálamo, que es la región del cerebro encargada de regular un gran número de funciones, entre ellas la de mantener una temperatura constante, la liberación de hormonas, el sueño o incluso los estados de ánimo. “Todo esto influye en el carácter. Estamos más aturdidos y tenemos pérdida de atención”.
Cuando el hipotálamo se centra casi en exclusiva en controlar el calor para que este no afecte ni al cuerpo ni al cerebro, deja en un segundo plano el resto de sus funciones. De ahí que pueda costar dormir o que una persona se sienta apática en medio de una ola de calor como la que ha azotado a España en este mes de julio. “Todo esto afecta muchísimo al sistema nervioso”, añade el especialista.
El hipotálamo regula la temperatura corporal a través de la vasodilatación y la vasoconstricción. En la primera, los vasos sanguíneos se ensanchan, se acercan más a la piel y favorecen la pérdida de calor a través del sudor. En la segunda los vasos se encogen, se alejan de la piel y evitan la pérdida de calor. “En verano sudamos y en invierno tenemos escalofríos. Un escalofrío no es, ni más ni menos, que movimientos opuestos de la musculatura para producir energía y que no tengamos frío”, describe Morales-García.
Sin embargo, puede llegar un punto crítico para el hipotálamo. “Si empieza a subir mucho la temperatura, el hipotálamo se vuelve loco porque todo su esfuerzo es mantener tu temperatura constante y no siempre lo consigue. Es ahí cuando te puede dar un golpe de calor”. Los golpes de calor afectan más a niños, ancianos y personas con patologías previas.
“Otra cosa que sucede cuando sube mucho la temperatura es que la transmisión del impulso nervioso va mucho más lenta. Las neuronas se comunican a través de impulsos nerviosos. El calor hace que estemos más aturdidos, poco atentos, desganados y más lentos a la hora de reaccionar a cualquier estímulo”, señala el neurocientífico.
¿Cerebro derretido? No exactamente
El cerebro no se derrite por el calor, como se dice popularmente en muchas ocasiones. Pero las proteínas sí que salen muy mal paradas. “El calor hace que las proteínas se desnaturalicen. Esto afecta a las células y algunas células del sistema nervioso se ven más perjudicadas que otras. Por ejemplo, en las neuronas del cerebelo, las de Purkinje –que se encargan de coordinar el movimiento– son especialmente sensibles”, dice el investigador. Cuando esto sucede, “las proteínas empiezan a morir y, al morirse, empiezan a generar una serie de desechos celulares que producen una inflamación”.
Por otro lado, el calor puede afectar también a la barrera hematoencefálica, que es la que rodea al cerebro, y, junto con la deshidratación, pueden provocar cambios en el hipocampo, área que se relaciona con la memoria, y producir así pequeñas pérdidas de recuerdos.
Cuando el cuerpo no es capaz de reducir la temperatura es cuando puede llegar el golpe de calor cuyas consecuencias van desde una falta de coordinación hasta la muerte de las neuronas. Las personas que fallecen, apunta el experto, suelen presentar “una alteración cardiovascular” y, en la mayoría de los casos, se debe a patologías previas. “En el caso de las personas mayores, como consecuencia de la edad, la regulación de la temperatura no es tan efectiva como la que puede tener una persona más joven”.
Para el neurocientífico, “hay que tener mucho cuidado” con la idea de que algunas personas toleran mejor que otras el calor a la hora de salir a hacer deporte. “Cuando tú corres necesitas un aporte energético muy elevado y generas mucho calor. Si generas mucho calor y encima en el medio que te rodea hace mucho calor, tienes todas las papeletas para que te dé un golpe de calor”.
¿Cerebro congelado? Tampoco
El pinchazo que algunas personas sienten cerca de la frente al tomar una bebida muy fría cuando hace calor es en realidad una llamada de atención por parte del sistema nervioso. “Al tomar una bebida muy fría, lo que le estás diciendo a tu sistema cardiovascular, y luego a tu cerebro, es que hay frío. Y si hay frío tenemos que retener la temperatura”, explica Morales-García. Pero ese helado o esa bebida con muchos hielos es en realidad algo momentáneo. ¿Hace frío o hacer calor? Es lo que se pregunta el sistema cardiovascular.
“Toda esa información se envía al sistema nervioso y este nos da un toque, nos llama la atención. Y la manera con la que llama nuestra atención es mediante el dolor”. La punzada se siente en la frente porque los receptores del dolor están en la boca y en la garganta. Sin embargo, no a todo el mundo le pasa esto al tomar una bebida helada. Depende del nervio que manda esta información al cerebro, que es el nervio trigémino. “En algunas personas es mucho más sensible que en otras. Por eso en aquellas que lo tienen más sensible pueden sentir este dolor. Hay estudios que correlacionan el dolor al tomar bebidas frías con tener también más predisposición a sufrir migrañas”, concluye.