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Los mayores LGTBI, de los palos del franquismo al olvido

“Si no contamos nosotros nuestra historia, no la va a contar nadie”. Podría ser el lema perfecto de los mayores del colectivo LGTBI que, casi cumpliendo las seis décadas –o ya por encima–, hacen memoria para lamerse las heridas y poder continuar el camino tras la represión en la época franquista. La firma Fede, presidente de la Fundación 26 de Diciembre, que los une.

En la mesa alrededor de la cual se reúne el grupo se han juntado el propio Fede (58 años), Jose (70), Paco (60), María (57) y Ricardo (62). Les hace compañía David que, como Rafa (el profesor de este taller), es más jovencito. Manolo (62) es otro de los socios que suele andar por ahí. Sus historias van explicando su múltiple condena.

Casi como eliminada por una vieja goma de borrar yacen la infancia, adolescencia y juventud de los que hoy pueden vivir más libres y tranquilos. “Como no lo hablas con nadie cuando eres niño, te crees que eres un monstruo. Piensas que solo tú eres así”, explica Manolo. “En el colegio te vas dando cuenta, sin saber realmente lo que es”, añade Ricardo.

También vuelve al colegio por unos instantes Paco: “Eres un bicho raro, aunque por suerte yo tuve un grupito de compañeros. Éramos cinco, nos llamaban el clan de los mariquitas. Cuando llegamos a los quince años, uno de mis amigos nos dijo que nos tenía que contar una cosa, y reconoció que era homosexual. Al día siguiente me tocó a mí. Los cinco lo éramos”.

Fede se rebelaba con violencia ante los insultos de “maricón” y María aún andaba buscándose en la adolescencia: “Con 16 años no jugaba con muñecas pero tampoco pensaba en lo que pienso ahora. Sabía que había bolleras y mariquitas pero como no estaban cerca de mí no les prestaba atención. De mi condición sexual [actualmente, pansexual] he tenido conciencia hace nada”.

Denunciado por su madre

Fede, que escapando de sí mismo llegó incluso a meterse a cura, y luego a casarse y a tener una hija, fue denunciado por su propia madre a los 17 años, por la Ley de Peligrosidad Social. 

Ricardo optó por politizarse. “A partir de los veintitantos me convertí en alguien muy reivindicativo. Estuve en el FLHOC, Frente de Liberación Homosexual de Castilla, y ahí me empecé a enterar de cosas. Hacíamos pegadas de carteles y organizábamos manifestaciones”.

El servicio militar era otro de los momentos claves para los gays: “En la mili un sargento reunió a la compañía y avisó: 'Hemos pillado a dos maricones haciendo cosas, y no quiero ni un maricón en la compañía. Al que pillemos va al calabozo”, narra Manolo. “Hay mucho reprimido. Lo mismo con la Iglesia. Por eso mismo el Vaticano es la capital de Chueca”.

Fede también luchó contra la mili: “Me declaré objetor, sin haber ley. Estaba considerado insumiso. Tuve que ir al Gobierno Militar con el primer abogado de insumisos que había en Madrid”.

El presidente de la Fundación 26 de diciembre subraya la división dentro del colectivo LGTBI y analiza otra de las condenas de sus mayores. “Chueca ha conseguido muchas cosas, pero a costa de olvidarse de los más mayores”, puntualiza. “Han popularizado un gay guapísimo, un prototipo. Pero antes si tenías pluma, te machacaban. Y a la gente mayor de mediados de los ochenta, que había vivido muy mal, que salía de las cárceles, tampoco les tuvieron en cuenta. A las discotecas iban los más guapos y los que más gastaban”.

La soledad, o intentar escapar de ella, es lo que lleva a muchas y muchos a pasarse por la Fundación. Es de los primeros detalles que advirtió Manolo. Un grupo de voluntarios les echa una mano en la vida cotidiana.

Fede hila el abandono del propio colectivo con la actual soledad de muchos mayores LGTBI. “No ha habido espacios intergeneracionales. Ahora te encuentras a gente mayor por la que nadie se ha preocupado, que están en sus casas aislados porque no han tenido ninguna red de socialización. Con toda la mochila de incomprensión social que ya llevan encima”.

A María le gusta la dominación, el sadomasoquismo y el bondage, y tiene artritis reumatoide desde hace 38 años. Por todo esto se considera una oveja negra. Estar acompañada y comprendida a partir de esta edad es tan vital para ella que se mudó desde Ciudad Lineal hasta la calle Amparo de Lavapiés, junto a la Fundación.

Ha pasado tanto tiempo para todos ellos que incluso la forma de amar ha cambiado. Antes era a escondidas, camuflándose como prófugos. Juntos rememoran, por ejemplo, cómo se hacía para llevar al ligue a casa. “Si alguien movía las llaves es que tenía piso”, recuerda Jose.

“Cuando te ligabas a alguien lo primero que le preguntabas era: ¿tienes sitio? Eso, en invierno. En verano era más fácil, te ibas al Retiro”. Paco incorpora un par de lugares más: “En el metro eso de las llaves se veía mucho. Y el Cine Carretas también era un espectáculo”.