“Hablar, educar y no prohibir” porque “por mucho filtro que pongas, acabarán encontrándose con él”. La directora de cine porno feminista Erika Lust lleva años creando contenidos que escapan de la pornografía mainstream. Ahora, además, quiere ayudar a las familias a romper el tabú de hablar de ello con los hijos y por eso ha creado The Porn Conversation, una plataforma con recursos para guiarlas.
Los niños y las niñas empiezan a tropezar con contenidos de este tipo cuando navegan por internet antes de cumplir los 14 años, dice Lust. Y no seguramente porque los busquen. “Las generaciones más jóvenes –así arranca la guía– están aprendiendo, sin tener la culpa, que el sexo es lo que ven en los porntubes, donde la mayoría de veces se representa de forma violenta, sexista, desprovisto de intimidad y completamente irreal”.
El proyecto que dirigen Lust y su pareja Pablo Dobner nació cuando se preguntaron si los niños y las niñas como sus hijas –tiene dos de seis y nueve años– “están preparados para decodificar la pornografía y entender que lo que ven ahí no debe ser un reflejo de sus relaciones sexuales futuras ni de la manera en que deben comportarse según su género”.
The Porn Conversation ofrece tres guías con contenido adaptado a los años de los menores, de los 11 a los 15 años. La directora apuesta por hablar de ello desde una edad temprana porque “a partir de los nueve años se pueden encontrar con ello de forma accidental y siempre es mejor abordarlo para prevenir que les confunda y les genere falsas expectativas sobre cómo hay que ser, vestir y actuar”.
La psicóloga y sexóloga Miren Larrazabal sitúa en los 11 años la edad media a la que los niños y las niñas “empiezan a tener curiosidad por la sexualidad, buscan en libros y en internet y surgen conversaciones con los amigos”. “Y ese es el momento adecuado, aunque si nunca se ha hablado de sexualidad en casa, ni de los cuerpos, de conocer el suyo y el de otros... es muy complicado. Sienten vergüenza y a veces la sensación de que no tienen el conocimiento para abordar estos temas”, sostiene.
Todas las guías se basan en la misma idea, más o menos desarrollada: lo que ves en la pantalla es ficción. Puede parecer obvio, pero no lo es en un contexto en el que “sea por vergüenza, por ignorancia o por falta de recursos, la educación sexual que reciben nuestros jóvenes no es suficiente”. “No podemos seguir creyendo que enseñarles a colocar un condón en un plátano va a ayudar a tener unas relaciones seguras o a desarrollar una identidad sexual libre de prejuicios y estereotipos”, sostiene Lust.
Sin educación sexual, el vacío de conocimiento lo ocupa el porno de fácil –y a veces accidental– acceso. Y esto provoca, asegura Lust, que reproduzcan las conductas salpicadas por estereotipos de género que observan: “Mujeres dispuestas a tener sexo en cualquier momento y actitudes masculinas bruscas y degradantes donde la cultura del consentimiento no existe”, describe.
Larrazabal lo ve como una oportunidad para explicarles que “eso no es la sexualidad real”. “Podemos hablar y debatir sobre los mitos de la sexualidad, sobre el machismo y desmontar los roles asignados a hombres y mujeres en esos juegos de la pantalla”, dice. La sexóloga va incluso un paso más allá y es favorable a que padres y madres se “expongan” con sus hijos e hijas a estas imágenes “seleccionadas previamente” para “crear modelos más positivos de sexualidad”.
The Porn Conversation, dicen sus creadores, no pretende imponer a las familias qué tienen o no que hacer. Ni venderles la utopía de que serán los mejores amigos de sus hijos y se contarán todo. “Se trata de que cuando llegue ese momento estemos seguros de que son capaces de ser críticos con lo que consumen y saben tomar decisiones inteligentes en sus vidas privadas”, resume la directora.
Coge papel y boli
Antes de empezar la conversación, recomienda la guía, hay que evitar presentarla como “una charla formal”. En el durante, mejor no incidir en por qué o no por qué no lo ven, en quién se lo ha enseñado o en apriorismos como que “el porno es malvado”. “Hay que evitar hacer muchas preguntas porque se cierran a contar. Tal vez empezar, si son pequeños, por explicar que el porno existe y pueden encontrarlo”, desarrolla la psicóloga Miren Larrazabal.
Lo más recomendable, según la guía, es tender puentes para hablar más veces y vacunarles contra la idea de que lo que ven tiene que gustarles siempre: “Si te sientes raro, igual significa que no lo estás disfrutando”, dice uno de los puntos.
Erika Lust, parte activa de la industria del porno, alerta de que “aunque no todo el convencional es misógino o violento, gran parte de su contenido se basa en la representación del sexo de una manera irreal, con cuerpos artificiales y con una evidente tendencia a poner el placer masculino por encima del femenino. Todo se centra en la eyaculación masculina, es el fin último de la escena pornográfica”.
La directora dirige junto a su pareja una productora que apuesta por referentes alternativos en un momento de debate dentro el movimiento feminista sobre si hay límites en la representación del sexo y si estos radican en la violencia, para unas, o en el consentimiento, para otras. Todas coinciden en el machismo y la misoginia de la pornografía convencional, aunque difieren en la postura con la que se leen esos mensajes: rechazándolos o reapropiándose de ellos.
Para Erika Lust, la esencia de hablar de porno con los hijos está en que aprendan a “discernir qué es fantasía y qué es intimidad sexual” cuando se exponen a estos mensajes. Y mostrarles “de una forma no invasiva que no les vamos a juzgar por tener impulsos sexuales”.