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“Me dio la mayor paliza que he recibido en mi vida. Creí que me moría”

Los siguientes nombres y apellidos responden a la identidad de cuatro víctimas de torturas durante la dictadura franquista. Estos son algunos de los testimonios en los que la jueza María Servini de Cubría, instructora de la causa contra los crímenes del franquismo, ha apoyado su decisión de decretar la orden internacional de detención preventiva de Antonio González Pachecho, alias Billy el Niño, uno de los cuatro ex policías acusados. Las víctimas relatan con detalle las atroces palizas que les propinaron entre interrogatorios.

José María Galante Serrano

Le detienen el 24 de febrero de 1971, en pleno estado de excepción decretado por la dictadura, en una casa alquilada del Barrio del Pilar de Madrid. Serrano cuenta que fue una detención extremadamente violenta, así que llegó a la DGS sangrando abundantemente por la nariz. No obstante, es sometido allí a brutales palizas, en las que pierde el conocimiento. Entre interrogatorio e interrogatorio lo dejan en un pasillo, esposado a un radiador, y los policías lo golpeaban al pasar.

Serrano enumera con detalle las torturas a las que le sometieron. Fue colgado de las muñecas para, servirles de saco de golpes en sus prácticas de karate, según le decían. También le aplicaron la “bañera”, que consistía en “meterte la cabeza en aguas nauseabundas hasta casi ahogarte, permitirte respirar un momento y repetir la operación, y así sucesivamente hasta que perdías el conocimiento”.

Una de las peores torturas que sufrió en estos interrogatorios fue la que llamaban “la barra”. Consistía en esposarle las muñecas por delante de los tobillos y colgarlo de una barra por la articulación de las rodillas. De esta manera, los glúteos, los genitales y las plantas de los pies quedaban expuestos para ser golpeados con porras o vergajos. De esto es de lo que más le costó recuperarse. Durante meses orinó sangre y coágulos, y desde entonces no pudo correr o moverse como antes. Estuvo en la DGS 10 días. Fue puesto en libertad sin cargos.

Miguel Ángel Gómez Álvarez

“Una tarde un grupo de sociales capitaneados por Billy el Niño se amotinaron. Entraron en los cuartos de interrogatorio apuntándonos con sus pistolas y gritando que nos iban a matar a todos para vengarse por la muerte de su compañero”. Gómez Álvarez señala a Billy el Niño: “Me dio la mayor paliza que he recibido en mi vida, creí que me iba a matar. Me llevaron a la enfermería. Tenía los pies tan inflamados que no podía ni calzarme, y tenían que transportarme en volandas. ”El 'médico' me dio una aspirina y les dijo que podían seguir interrogándome“. Al tercer día le obligaron a firmar una declaración autoinculpándose de pertenecer a la Liga Comunista Revolucionaria. Sin abogado, le llevan ante el Juez Militar de Guardia, que autoriza a la Policía a continuar con los interrogatorios (y las torturas) tres días más. Fue procesado por terrorismo e ingresó en la cárcel de Carabanchel.

Silvia Carretero

Fue detenida en Badajoz y conducida a la Comandancia Civil. Estaba embarazada de dos meses y medio. “Me amenazaron con traerme al perro (una tortura que hacía la Gestapo y consistía en traer a un macho grande, hacerlo copular con la mujer y cuando estuviera introducida forzar al perro a sacarla arrastrando con ello a todo el útero)”, explica Carretero. “Luego me aplicaron la técnica de los palillos”. Dicha tortura consiste en utilizar tres palos hexagonales del tamaño de un cigarrillo, que van unidos en cada uno de sus extremos con una cuerda. La finalidad es introducir dichos palillos entre los dedos índice, corazón y anular. Al unirlos con la mano por debajo, rompen los dedos. “Durante tres o cuatro años esa mano perdió fuerza, y todo objeto que tomaba se me caía”. Las marcas de todo aquello no han desaparecido. En su declaración, Carretero detalla cómo le pusieron esposas y golpearon hasta que las muescas de las esposas se clavaran al máximo. “Aún hoy, 35 años después, entre los dedos y en las muñecas se pueden ver las cicatrices”. Fue trasladada a Madrid y allí la interrogó Billy el Niño, haciendo gala de “la violencia, la agresividad y sangre fría con la que torturaba”. Carretero salió de España hacia Francia en 1976, donde le fue concedido el asilo político.

Acacio Puig Mediavilla

Una noche de mayo de 1973 fue detenido cuando entraba en su casa de la calle Pont de Molins (Madrid) con su novia. Los miembros de la BPS (Brigada Político Social) ya se encontraban dentro de la vivienda. Los encañonaron y los condujeron hacia el salón donde Acacio encontró esposados y maltrechos a sus dos compañeros de piso, también procesados por el mismo sumario. Yacían en el suelo y habían recibido múltiples golpes. Entre los miembros de la policía política, Puig reconoció a “Billy el Niño”. Tenía las ojera muy pronunciadas. En cuanto le vio, sacó las manos de los bolsillos de su gabardina para propinarle varios golpes. La justificación: que “no le gustaba su cara”.

La situación se convirtió en un verdadero “infierno” cuando fue conducido a los calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS), ubicados en la Puerta del Sol de Madrid. Allí recibió un sinfín de palizas y torturas durante los interrogatorios. En las pausas, le encerraban en unos calabozos “oscuros y húmedos” tutelados por los grises. Ellos “completaban las funciones de sus compinches de la policía política”: golpeaban, insultaban y negaban arbitrariamente a los detenidos usar el retrete. El objetivo era “quebrar la resistencia y la autoestima” de las personas que allí se encontraban retenidas. En su declaración, Acacio quiere dejar constancia de la brutalidad de las torturas a las que le sometió Celso Galván, otro de los cuatro supuestos torturadores cuyo arresto preventivo ha decretado Servini de Cubría. Ingresó en la cárcel de Carabanchel-Alto en una fecha que no recuerda con exactitud. La documentación es contradictora y tampoco lo aclara.