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Los ministerios de la Soledad ya no pertenecen a las distopías

Los ministerios de la soledad

Patricia Gea

8 de enero de 2023 22:08 h

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El pasado 16 de mayo, un médico de familia compartía en su cuenta de Twitter (@martinfd78) la nota que le había hecho llegar un paciente en consulta, y que decía así: “Doctor, estoy sufriendo física y mentalmente, no me funciona bien nada. Caminando me canso rápido, se me engancha el riñón derecho, las cervicales mal, si muevo el cuerpo pierdo el andar recto. No tengo ilusión de vida, no tengo mujer, ni hijos ni dinero para ir a una residencia. Me parece que tengo neuralgia. Solo pienso en morir sin sufrir para descansar y no dar trabajo ni asco”. La publicación cerraba con el hashtag #soledad. El sanitario leyó en las palabras de este paciente, escritas a mano y en letra mayúscula, que entre muchos males y dificultades había uno que sobresalía con intencionada sutileza: se sentía solo.  

La soledad no deseada –a la que hay que distinguir de la que se elige por decisión propia– es la mecha que prende muchos de los problemas de salud mental que proliferan como hongos en nuestras sociedades. El sentimiento de soledad impuesta multiplica, por ejemplo, por cinco el riesgo de sufrir depresión, según el estudio ‘Aislamiento social, soledad y depresión’ llevado a cabo por investigadores del Parc Sanitari Sant Joan de Déu. Otra memoria sobre salud mental, el ‘Libro blanco de depresión y suicidio 2020’, con las aportaciones de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), determina que la depresión, a su vez, aumenta hasta 21 veces el riesgo de suicidio. “Cabe destacar –explica el documento– que el aumento de la depresión está ligado al envejecimiento de la población, con la vida en soledad y con patologías crónicas”. 

De estos datos se desprende la conclusión de que la salud mental abarca un gran entramado de conceptos, cada uno con su idiosincrasia pero que desembocan el uno en el otro creando una espiral de causas y consecuencias que nos han llevado al escenario en el que nos encontramos. En todo el mundo, alrededor de 300 millones de personas padecen depresión. En Europa, de las 60.000 personas que mueren por suicidio consumado cada año, más de la mitad estaban deprimidas. En España, el suicido es la causa externa más frecuente de muerte por encima de los accidentes de tráfico, la segunda entre jóvenes de 15 a 29 años. Desde que comenzaron las restricciones de la pandemia, el porcentaje de españoles que aseguran sentirse solos ha pasado del 11,6% al 18,8%, según el estudio ‘Soledad en la UE’ del Centro Común de Investigación (JRC, por sus siglas en inglés) de la Comisión Europea. “La soledad está afectando a todas las regiones de Europa”, expone el estudio; y aunque no puede relacionarse directamente con el suicidio, supone uno de los principales factores de riesgo.

Algunos países, como Reino Unido, han tomado la iniciativa en el desarrollo de medidas para medir y paliar el negativo impacto de la soledad no deseada en su población. “Han hecho estudios para conocer hasta qué punto puede provocar problemas mentales, pero también físicos. Uno de ellos concluye que las personas que están solas tienen mas probabilidad de sufrir no solo depresión, sino también problemas cardíacos, de muerte temprana o de tensión arterial”, explica Lázaro González, presidente de la Asociación contra la Soledad en España. 

“Durante la pandemia, hemos visto en las residencias de nuestro país progresiones de demencias que nunca habíamos visto; al cortar la comunicación y el contacto con los profesionales y las familias, los enfermos se han deteriorado como nunca”, añade Celso Arango, psiquiatra y presidente de la SEP. “Esto significa que la soledad no deseada es un problema de salud pública, con otras dimensiones añadidas, como la social, pero al fin y al cabo un problema de salud pública”, añade. 

Conscientes de ello, algunos países han ido convirtiendo en los últimos años la soledad no deseada en un asunto de Estado. En Reino Unido, el Gobierno de la ex primera ministra Theresa May creó en 2018 la primera Secretaría de Estado de la Soledad. “Para demasiada gente, la soledad es la triste realidad de la vida moderna”, afirmaba May al anunciarlo. Reino Unido había recibido la alerta desde la OMS por ser el país europeo en el que el mayor número de personas –en torno a 200.000– aseguraban sentirse solas. Unos años después, en mitad de la pandemia, en febrero de 2021, llegaba desde Japón la noticia de la creación de un distópico Ministerio de la Soledad; se había revelado el registro de suicidios en el país nipón en 2020, que había alcanzado los 21.919 casos y había supuesto el primer ascenso en 11 años. Además, el 14% de las personas fallecidas que vivían solas fueron halladas entre uno y tres meses después del deceso. Las autoridades japonesas creían que la elevada tasa de suicidios solo podía descender si se combatía la soledad, y desde ese punto partía su estrategia. 

“La triste realidad de la vida moderna” 

La sociedad ha cambiado muy rápidamente: el éxodo a las ciudades, a las grandes ciudades, el cambio en los modelos de familia, un mapa de vivienda cada vez más poblado de apartamentos individuales y urbanizaciones cerradas... Los expertos coinciden en que las redes comunitarias se están difuminando, o apenas empezando a regenerarse y reinventarse. Miguel Ángel Díaz Camacho, arquitecto especializado en sostenibilidad y coordinador del grupo de investigación ‘Mal acompañadas’, sobre la soledad en las ciudades, explica cómo “la propia disposición de las urbes responde a la necesidad de que el sistema de producción funcione, pero no les importa que sepas quiénes son tus vecinos o que tengas un espacio donde charlar con ellos”.  

La dinámica social y económica ha ido labrando el terreno idóneo para sufrir soledad no deseada; especialmente para las personas mayores de 65 años, que constituyen el grupo más afectado y al que más recursos y planes destinan los programas de atención que se han ido poniendo en marcha en diferentes territorios dentro y fuera de España. 

Sin embargo, no son los únicos y otras franjas de edad también sufren soledad. Los expertos sitúan en el otro extremo del problema a adolescentes y jóvenes. Cada vez son más los que dicen sentirse solos y apartados de la sociedad y, en muchos casos, manifiestan ese sentimiento de dolor con autolesiones. “Sabemos que el suicidio entre los jóvenes ha aumentado y que además ha bajado la media de edad, pero también es muy llamativo que, en los últimos años, se ha multiplicado por diez el número de menores de edad o jóvenes que se autolesionan, haciéndose, por ejemplo, cortes; entre otras cosas, porque se sienten solos y de alguna forma apartados”, explica Celso Arango.  

Sufren también, y cada vez más, la soledad no deseada un perfil de personas de en torno a 30 años que viven tremendamente aisladas, que casi no salen de casa y hacen vida por internet, asegura el doctor Pérez-Sola, miembro del centro de investigación Biomédica en Red (Cibersam) y director de Psiquiatría del Hospital del Mar, en Barcelona, una de las ciudades que han puesto en marcha un programa de acompañamiento a ciudadanos y ciudadanas. 

“Por otro lado, hay muchas cuidadoras que trabajan en casas, no en residencias, que dedican su vida entera a atender a personas dependientes o con alguna discapacidad, en algunos casos miembros de su propia familia, y se sienten muy solas. No tienen un respiro y su entorno les culpabiliza si faltan a lo que se considera su obligación”, añade Lázaro González, dedicado a colaborar con las administraciones públicas para impulsar proyectos de acompañamiento. De la misma forma, se encuentran solos los ciudadanos migrantes “que llegaron siendo jóvenes hace algunos años, pero ya empiezan a ser mayores y no tienen suficientes redes de apoyo alrededor, ni familiares”. También los enfermos crónicos o simplemente convalecientes, así como las personas discapacitadas, se ven apartadas de una red de afecto y cuidados, según los profesionales consultados. 

 “El ser humano no está hecho para estar aislado ni quieto –asegura Arancha Santos de la Rosa, psicóloga sanitaria en Cepsicap Psicólogos. Cuando eso sucede, nuestro cuerpo reacciona como si estuviera expuesto a peligros permanentes”. Cuando pierdes la red social, confirma Pérez-Sola, aparecen a menudo cuadros de depresión, aislamiento y sintomatología ansiosa. No es algo que se pueda tratar únicamente prescribiendo un fármaco, dice. Los expertos reclaman estrategias que sitúen en el centro la salud mental y ataquen a todas las causas que hay detrás de las disparadas estadísticas actuales. 

Apuntan a medidas relacionadas con el acompañamiento, el seguimiento y la supervisión, el aumento de profesionales en las áreas psiquiátricas y de atención primaria de los centros sanitarios... Pero también sobrepasan la esfera de la salud y hablan de urbanismo, arquitectura, intercambio intergeneracional o simples programas de ocio. Para atajar el problema de salud mental que padecemos hace falta mucho más que dinero: se necesita voluntad política, acción ciudadana e imaginación.

Estrategia de salud mental

Aunque se podría haber producido mucho antes, el debate sobre salud mental está apenas emergiendo en nuestro país. No hace tanto que un diputado del Partido Popular respondía con un “vete al médico” a un Íñigo Errejón que recordaba desde la tribuna del Congreso que cada día se suicidan 10 personas en España. Unos meses después, el Ministerio de Sanidad presentaba la primera Estrategia de salud mental en 12 años, que salía adelante con el voto favorable de todas las comunidades autónomas, quienes poseen realmente las competencias en materia sanitaria.

Una de las medidas estrella del plan, en el que se invertirán 100 millones de euros, se centra precisamente en el suicidio. La apertura del teléfono 024 ha tenido un gran impacto desde el primer día: según los datos aportados por la propia ministra de Sanidad, Carolina Darias, sus líneas atendieron en la primera semana una media de 800 llamadas diarias, cifra que se ha ido reduciendo a entre 500 y 600 al día. La mayoría son mujeres, jóvenes... y profesorado que pide pautas de detección de comportamientos entre sus alumnos y alumnas. “Tener capacidad para diagnosticar de forma precoz el pronóstico de la enfermedad  mental es clave. Especialmente con pacientes jóvenes, todo lo que tiene que ver con prevención puede ser determinante, porque la mitad de las enfermedades mentales empiezan antes de los 18 años”, explica Díez-Sola. El ‘Libro blanco de depresión y suicidio 2020’ señala que el suicidio se relaciona con la mayoría de los trastornos mentales graves.

La apertura del teléfono 024 de atención al suicidio ha tenido un gran impacto: 800 llamadas diarias durante la primera semana

Los profesionales consultados coinciden en que, por lo demás, el plan presentado por sanidad está cargado de buenas intenciones pero de pocos recursos, especialmente en lo referido a la contratación de personal psicosanitario, que, creen, debería ajustarse a los estándares europeos. En España hay 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, casi cinco veces menos que en Suiza (52) y la mitad que en Francia (23), Alemania (27) o Países Bajos (24). De poco sirve un teléfono de atención al suicidio si después no hay sanitarios para hacer el seguimiento.

Además, reconocen, lo idóneo es que este plan vaya acompañado de una estrategia contra la soledad a nivel estatal, algo que también están impulsando algunos vecinos europeos y que en España se está trabajando con previsión de que pueda ver la luz el próximo otoño. “Uno de los factores que aumentan el riesgo de suicidio es la desesperación, no ver una salida. Y la desesperación se alcanza antes cuando estás en soledad. Eso lo vemos continuamente –apunta Arango–. ¿Cómo se disuade del suicidio? Poniendo señales de contacto con otras personas: mira, llama a este número, piénsalo dos veces, date la oportunidad de hablar con alguien”. No es cierto el mito de que la gente se suicide sin decírselo a nadie, de repente, sin explicación, dice Pérez-Sola. “En un suicidio hay algo ambivalente de querer morir y querer vivir, y una llamada a un teléfono o una conversación con alguien puede cambiarlo todo, de forma que no es algo que se pueda abordar solo desde el ámbito sanitario”.

Enfoque multidisciplinar

El arquitecto Miguel Ángel Díaz organizó un grupo de investigación, al que llamó ‘Mal acompañadas’, cuando el alzhéimer llevó a su padre a una residencia hace unos años y su madre se quedó sola en su casa del centro de Getafe. Su sensación era que había quedado expulsada de la vida social. “Encerrada en casa, con un espacio público en la calle que no ayudaba a que estuviera acompañada”.  A partir de entonces, Díaz ha centrado sus investigaciones en pensar espacios más amables para los barrios, que no dificulten la vida a quienes tienen problemas de movilidad y que fomenten el encuentro entre vecinos. 

“Ahora se ha puesto de moda el concepto de ”ciudad de los 15 minutos“, que sirve bien para ejemplificar hacia dónde tenemos que ir”, afirma. “Quiere decir que en 15 minutos puedas llegar a un centro de salud, a un supermercado, a un parque, a un banco, a todo lo básico que necesites”. Aunque para adaptarlo al problema de la soledad que sufren, sobre todo, los mayores habría que añadir unas condiciones de calmado de trafico, aceras más anchas, regeneración ambiental, instalaciones de bancos cada 50 o 100 metros... “O hacemos todo esto o les empujamos a vivir aislados en residencias de las afueras, sacándoles de sus barrios y de sus círculos”. 

La arquitectura tradicional de principios del siglo XX era perfecta para el acompañamiento y favorecía la comunidad, explica. “Los porches, las entradas abiertas, las corralas en Madrid, los jardines y patios comunitarios”… Todo esto se situaba frente a lo que llama la “arquitectura del aislamiento”, que consiste en portales con más de cien viviendas, pero solo dos por planta. Esta disposición, dice, no favorece a ningún grupo de edad.  “Pensemos en todos los bloques de edificios que se están levantando, dentro de urbanizaciones cerradas con la piscina, el gimnasio y la pista de tenis dentro. Son como búnkeres, lo público también es privado. Se está perdiendo, en según qué nuevos barrios, la escena de los chavales jugando en una canasta en la calle, al lado de un parque en el que hay sentadas varias abuelas y hay una convivencia, que es lo que realmente puede aportar la arquitectura para paliar la soledad”.

Pero mientras se reconstruye –o se empieza a construir– el escenario urbano en el que va a transcurrir el futuro, en los municipios y ciudades españolas ya han comenzado los trabajos a pie de calle. Proliferan en los grandes y pequeños ayuntamientos proyectos contra la soledad no deseada. “Hay ciudades que promueven que personas mayores que viven solas acojan a estudiantes para que vivan en su casa –cuenta Díaz–, otras organizan actividades de ocio donde los mayores pueden establecer contactos, en muchas otras los servicios a domicilio que existían para dependientes se están reforzando con programas de acompañamiento para gestiones de la vida diaria, empezando por identificar qué personas están solas con mapas por barrios”. 

Y en otras ocasiones son los propios afectados quienes, ante la inacción institucional y social, deciden movilizarse y emprender su propio proyecto para luchar contra la soledad. Nemesio Rasillo Oliver preside la Cooperativa Brisa del Cantábrico, el proyecto de ‘cohousing’ senior más grande de España, ubicado en Meruelo (Cantabria). En él van a vivir 400 personas de entre 50 y 90 años, en 200 viviendas de planta baja, de una o dos habitaciones, con 3.500 m2 de espacios comunes, residencias con servicios de apoyo para los miembros dependientes, edificio para invitados y campamentos con nietos en verano. Una miniciudad hecha a su medida. “Queremos que sea un espacio para toda la vida –afirma Nemesio–, en el que los costes se asuman en grupo y donde las personas mayores podamos vivir a gusto sin sentirnos abandonadas. Porque nuestra vida no se acaba después de la jubilación”.

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