En la década de 1970, los arqueólogos que encontraron ratones momificados en la cima de los volcanes más altos de los Andes atribuyeron su presencia a que los incas debieron subirlos hasta allí para sus rituales o como polizones accidentales. Aquella era la única conclusión posible, puesto que la baja presión parcial de oxígeno y las temperaturas gélidas todo el año por encima de los 6.000 metros hacían impensable que algún tipo de criatura pudiera sobrevivir a esas alturas.
Avisados por algunos montañeros que aseguraban haber visto ratones vivos en los volcanes andinos más remotos, en el año 2020 el biólogo de la Universidad de Nebraska Jay Storz y su compañero Mario Pérez-Mamani ascendieron a la cumbre del volcán Llullaillaco y encontraron algunos ejemplares por debajo de 5.000 metros. Por encima de aquella altitud, se toparon un desierto de montaña por el que avanzaron con dificultad. Hasta que al llegar a la cima, a una cota de 6.739 metros, saltó la gran sorpresa: Pérez-Mamani divisó un ratón corriendo entre las rocas peladas. “Mira, un ratón, puedes levantar esa piedra, está ahí”, se le escucha decir en el vídeo que grabó aquel día, unos segundos antes de que Storz acorrale al roedor bajo una de las piedras y lo atrape.
Después de aquel descubrimiento, que causó un enorme impacto entre los expertos en fisiología animal de todo el mundo, Storz y su equipo siguieron con la búsqueda y ascendieron hasta 21 cumbres de volcanes en los Andes, 18 de ellos con alturas superiores a los 6.000 metros, en busca de ratones orejudos de la especie Phyllotis vaccarum como el que hallaron en el Llullaillaco. El resultado de aquella campaña se describe ahora en un artículo publicado en la revista Current Biology y es igualmente impactante: aunque no volvieron a encontrar ningún ratón vivo, descubrieron hasta 13 cuerpos de roedores momificados de forma natural por las condiciones climáticas en tres de las cumbres. “La primera momia la descubrimos en el volcán Salín, por pura casualidad”, recuerda Storz. “Mario y yo vimos un cadáver desecado entre las piedras y pensé que donde hay un ratón muerto debe haber habido otros, así que empezamos a mover las pilas de rocas y encontramos siete más”, cuenta.
La datación con radiocarbono indica que muchos son de mediados del siglo XX y hay una o dos momias de unos 350 años de antigüedad
Lo más interesante llegó más adelante, al realizar la datación de los ejemplares para poner a prueba la hipótesis inicial de los arqueólogos. “Lo que hicimos fue datarlos con radiocarbono y determinamos que una proporción importante son de mediados del siglo XX y hay una o dos momias de unos 350 años de antigüedad”, explica Guillermo D’Elía, investigador de la Universidad Austral de Chile y coautor del artículo: “Eso nos lleva en principio a descartar que fueran transportados hasta allí por los incas”. Paralelamente, indica, el análisis genético de los ratones momificados ofrece otra sorpresa: se trata de ratones de la misma especie, muy similares a los que viven en alturas más bajas, que se extienden hasta el nivel del mar.
Ratones en “Marte”
“El paisaje de la Puna de Atacama es muy parecido al paisaje de Marte”, explica Storz a elDiario.es desde su despacho de la Universidad de Nebraska. “Si has subido hasta una altura de más de 6.000 metros, te cuesta imaginar cómo cualquier ser vivo podría sobrevivir en un ambiente así, donde la temperatura casi nunca sube del punto de congelación, el viento es constante y el aire contiene casi un 40% del oxígeno respecto al que puedes respirar al nivel del mar”, detalla. De hecho, muy cerca de este lugar la NASA ha realizado algunas simulaciones, al tratarse de las condiciones terrestres más parecidas a las que se dan en la superficie de Marte.
La misma especie existe en el nivel del mar y va hasta las cumbres más altas de la cordillera, es impresionante
“Lo curioso es que estos ratones orejudos tengan un rango tan amplio con respecto a la elevación”, asegura Storz, “la misma especie existe en el nivel del mar a lo largo de la costa de Chile donde el desierto se junta con el Pacífico y va hasta las cumbres más altas de la cordillera, es impresionante”. “Para mí lo más sorprendente es que haya mamíferos a esta altura, y que este animal que tiene el récord de elevación, tenga también el de amplitud, porque está presente desde el nivel del mar hasta los 6.700 metros de altitud en una amplia región, que es una locura”, confiesa D’Elía.
Este hecho llama aún más la atención si tenemos en cuenta que hasta ahora no han visto ninguna diferencia genética clara. “Esto no quiere decir que no tengan adaptaciones, todavía no hemos mirado con esa lupa para encontrarlas, pero fenotípicamente y a escala global no hay diferencias significativas”, señala el experto. A su juicio, esto es lo más parecido a un Súper Ratón que se ha encontrado hasta ahora. “Solo nos falta encontrarlos en el fondo del mar, buceando”, asegura divertido.
De la misma opinión es Juan Ignacio Pérez, catedrático de Fisiología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y especialista en las soluciones que los animales utilizan para adaptarse a diferentes ambientes. “El hallazgo es alucinante, porque sabemos cuáles son las adaptaciones de las aves —pulmones muy eficientes y pigmentos respiratorios especiales—, pero los pulmones de los mamíferos son como son, una bolsa ciega, y eso no ofrece muchas posibilidades”, sostiene. También es sorprendente porque, como animales pequeños, lo lógico es que tengan una tasa metabólica alta. “En cualquier caso —valora— esto confirma que la observación anterior no fue una casualidad y que se trata de animales con adaptaciones específicas a la vida por encima de los 6.000 metros”, dice.
¿Qué comen y cómo han llegado hasta allí?
El trabajo publicado ahora por Storz y su equipo abre multitud de nuevos interrogantes, más allá de las adaptaciones a la altitud. Los autores seguirán explorando su genoma y realizando experimentos fisiológicos en ratones cautivos en busca de rasgos fisiológicos especiales que les permitan sobrevivir en condiciones de bajo oxígeno. Queda pendiente saber de qué se alimentan y qué les ha llevado a subir por encima de las cotas que permiten la vida más abajo. “Para responder a esa pregunta, estamos haciendo investigaciones genómicas sobre el contenido de los estómagos de los ratones que hemos encontrado encima de los límites de la vegetación”, informa Storz. “Todo esto está en proceso, pero un descubrimiento que hicimos es que parece que están comiendo líquenes”, apunta.
Si el frío es insufrible, apenas se puede respirar y no hay alimento a la vista, ¿qué llevó a estos ratones a subir tan arriba, teniendo ya conquistado el resto del ecosistema? “La única ventaja que puedo pensar es que a tales alturas están a salvo de los depredadores como aves rapaces y zorros”, indica Storz. “A esas alturas están a salvo de todo”, afirma. D’Elía, que se encarga de la conservación de los ratones en la colección de mamíferos de la Universidad Austral de Chile, cree que el asunto requiere más exploración porque parece claro que existe una población de ratones viviendo en un mundo imposible.
“Claramente son poblaciones que no son muy abundantes —reconoce—, pero el hecho de que la proporción de sexos sea de 50-50 nos hace pensar que por lo menos se pueden reproducir, pero no sabemos qué comen y es obvio que no se desplazan 2.000 metros hacia arriba por algo puntual”. Esos ratones están superando un desafío no solo en lo que se refiere al alimento, sino que hay que sumarle la dificultad de obtener oxígeno y las temperaturas y el viento extremos. “Realmente —concluye— podemos decir que estos animales son auténticos extremófilos”.