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La Iglesia anglicana abre el camino a las obispas... ¿y Roma?

La semana pasada el Sínodo General de la Iglesia Anglicana aprobó la ordenación de mujeres obispo, un paso más en el camino emprendido en 1992, cuando por primera vez en la historia una confesión cristiana logró consagrar sacerdotes del sexo femenino. Con este gesto se rompía uno de los grandes tabúes en el cristianismo, que hasta ese momento se aferraba como un solo hombre –nunca mejor dicho– a la idea peregrina de que (estamos hablando de la Jerusalén del siglo I) como los evangelios no citan la presencia de ninguna mujer en la cena de Jueves Santo, los únicos que pueden ser sacerdotes son hombres.

Sin entrar en que, incluso en la Palestina del primer siglo, Jesús se dejó acompañar por igual por hombres y mujeres, y que tanto María como la Magdalena o las hermanas de Lázaro formaban parte del grupo de discípulos de Cristo, lo cierto es que el paso dado por la Iglesia anglicana supone un antes y un después, una de esas decisiones que marcan el futuro de una institución. ¿Y en la Iglesia católica qué?

Roma se encuentra a años luz de la situación que se vive en la Iglesia de Inglaterra. En la Iglesia católica el papel de la mujer –más de la mitad de los católicos del mundo son mujeres– es residual y limitado al servicio y no a la presencia en órganos de poder. Aunque el propio papa Francisco ha sugerido la posibilidad de que pueda haber mujeres en cargos de responsabilidad en la Santa Sede –incluso se especula con la posibilidad de que la reforma de la Curia pueda acabar colocando a una mujer al frente de un dicasterio vaticano, o que el Papa nombre cardenal (no es un cargo sacramental) a una religiosa o laica–, la cuestión del sacerdocio femenino no se ha tocado.

“Es una puerta cerrada”, aseguran fuentes de la Conferencia Episcopal, que citan una carta escrita por Juan Pablo II en la década de los ochenta. Y si el sacerdocio femenino parece una quimera, su ordenación episcopal supone poco menos que un triple salto mortal en una institución poco acostumbrada a los cambios.

Voces enfrentadas ante los cambios

“Veo la decisión con esperanza”, subraya Emilia Robles, responsable de Proconcil, teóloga y casada con Emilio Pintos, uno de los pocos curas españoles que sigue en activo después de contraer matrimonio. “Personalmente me parece acorde, tanto con una visión eclesial y evangélica como con el sentir de sociedades democráticas y paritarias”. Asume que la decisión puede provocar “disensos” en el seno de la comunidad anglicana, especialmente en los sectores más conservadores y cercanos a Roma.

De hecho, la decisión, que no ha sido comentada oficialmente por la Santa Sede, sí fue contestada por el director de L'Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian, quien declaró que la ordenación de obispas “es un evento grave que complica el camino ecuménico”.

“El camino en la Iglesia católica, sin duda, será distinto del de la Iglesia anglicana, a otros ritmos e incluyendo otros debates”, subraya Robles. Entre los católicos, más que en términos de reivindicación “mujeres curas” o “sacerdotes casados”, “estos planteamientos siguen una visión clerical, que no tiene en cuenta a las comunidades”, explica. En su opinión, es necesario “que dialoguemos sobre qué ministros se necesitan, para servir a qué comunidades, para alimentar qué Iglesia y al servicio de qué mundo”.

Desde Proconcil se establecen otras prioridades, distintas a las del acceso de la mujer al sacerdocio sin más. “Si tuviera que apuntar algunas prioridades en el proceso de reflexión serían: que todas las comunidades del mundo tengan acceso a la eucaristía; que las comunidades y los propios ministros ordenados se desclericalicen; que todos y todas puedan poner los dones y carismas que el Espíritu les da al servicio de la comunidad; que los procesos locales se vean promovidos, acompañados en libertad y refrendados cuando se vean positivos, por la Iglesia universal. Y que se considere cuánto podemos aprender juntos con otras iglesias hermanas que tienen otras experiencias ministeriales que les enriquecen”.

Pese a todo, sigue mirando el futuro con esperanza: “Juntos, conociendo las diferentes tradiciones y trayectorias, podemos avanzar. Espero que podamos hacer pronto una reformulación de los ministerios mucho más inclusiva con los laicos, con los casados, con las mujeres… Tal vez hoy nos cuesta imaginarlo, pero me parece un momento eclesial propicio, además de ineludible. No se puede seguir asfixiando al espíritu”.

En contra del “signo de los tiempos”

La teóloga y escritora Isabel Gómez Acebo se muestra “encantada con la idea”, pues “el evangelio se tiene que amoldar a los signos de los tiempos”. “De hecho, así ha ocurrido otras veces. Un ejemplo claro es el de la esclavitud permitida en el Nuevo Testamento y que hoy es impensable. Pero la Iglesia es lenta: a finales del XIX, cuando la campaña abolicionista, todavía seguía diciendo que la esclavitud no era contraria a la ley de Dios”.

Sobre la decisión tomada por los anglicanos, Gómez Acebo incide en que “los protestantes siempre han estado en la vanguardia con unas tesis que ha acabado reconociendo la Iglesia católica”, de modo que lo lógico sería “darle un toque de normalidad” a la medida.

“Además, el único impedimento que hoy sigue en pie (los otros se han ido desmoronando) es la tradición de que no ha habido mujeres ordenadas (una tradición con pequeñas fisuras e interrogantes). Pero más tradición de que el papado es vitalicio... y Benedicto XVI se la ha saltado porque convenía”, constata la teóloga, quien sí ve problemas de aceptación de las mujeres sacerdotes en la casta clerical. “No será fácil porque a un sacerdote que se le niega el sexo y el dinero solo le queda el poder, y donde más poder tienen es sobre las mujeres. El cura es el gallo en el corral”.

El debate, en todo caso, está planteado, y teólogos como Xabier Pikaza denuncian que la prohibición del acceso al sacerdocio para la mujer “es un pecado contra el Espíritu de Cristo y contra los signos de los tiempos”. “Me duele la situación actual de la mujer en la Iglesia o, más que dolerme, estoy cansada”, explica la teóloga Dolores Aleixandre.

Para otra teóloga, María José Arana, “las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos y en sí misma; pero además pierde credibilidad ante el mundo que va despertando rápidamente en estos aspectos y ante los cuales la Iglesia debería brillar con su ejemplo y alumbrar caminos nuevos”.