Hace solo doce meses, las reservas de agua en España estaban al 44%. En un año de lluvias normales –en la media de los últimos 40 años–, se habían exprimido los embalses hasta llevarlos a mínimos de la década. Doce meses después, al fallar las precipitaciones habituales y sin poder recuperarse del consumo intensivo, los recursos han caído a mínimos del siglo: 37,9%. La media de la década para esta época es de un 57,3%.
La situación es tal que ha exigido restricciones que ya han provocado cortes en el grifo de la casas de algunas poblaciones. ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí?
“Ya estamos en un escenario de estrés hídrico severo, que es consecuencia en gran parte de las decisiones que se han tomado estos dos últimos años: mantener la atención a las demandas con restricciones pequeñas”, analiza el responsable del programa de aguas de WWF, Rafael Seiz.
Cuando se cerró el pasado año hidrológico en septiembre de 2021, el consumo masivo de agua tenía a España condenada a la escasez: tras la campaña de riegos estivales, toda la cuenca del Guadalquivir estaba en alerta a pesar de que ninguno de sus sistemas declaraba sequía meteorológica. Tres cuartas partes de la cuenca del Guadiana también se encontraban en un estado similar.
“No hemos sido valientes ni previsores –por duro que fuera políticamente– guardando agua y restringiendo usos de una forma más decidida cuando la situación ya apuntaba a que iba a ser difícil”, añade Seiz.
A pesar de estar dominada por un clima mediterráneo propenso a las sequías y cuyas tres cuartas partes del territorio presentan aridez, España lidera la superficie dedicada a cultivos de riego en Europa
Ocurrió que en los meses en los que, estadísticamente, los embalses recuperan nivel después de verse exprimidos para el regadío (también la temporada turística demanda más agua), no llovió lo suficiente. Las precipitaciones de octubre a enero cayeron un 25% respecto al promedio.
“Aunque ha habido restricciones de riego en algunos sitios y cultivos, sin lluvias ahora estamos más al límite. No se trata de una sequía especialmente grave o, por lo menos, no más que otras, pero sí lo es la escasez por las presiones sobre los recursos”, analiza el profesor de Geografía y miembro del Observatorio Ciudadano de la Sequía, Jesús Vargas.
Menos consumo vs. “más embalses”
Las presiones vienen, mayoritariamente, del sector agrario, en especial del regadío. España, a pesar de estar dominada por un clima mediterráneo propenso a las sequías y cuyas tres cuartas partes del territorio presentan aridez, lidera la superficie dedicada a cultivos de riego en Europa.
Unos 3,8 millones de hectáreas están dedicadas a estos cultivos, según la encuesta de superficies del Ministerio de Agricultura. De 2004 a 2021 se ha incrementado en medio millón de hectáreas, un salto del 15%. Y toda esa tierra demanda agua para producir.
Precisamente durante el trimestre otoñal, en el que iban encadenándose semanas secas cuando deberían ser de las más húmedas del curso, los consumidores más intensivos, los regantes, reaccionaron ante la nueva planificación hidrológica del Gobierno. No les cuadraba el cálculo del Ministerio de Transición Ecológica de que deberemos emplear entre un 5% y un 15% menos de agua para 2050 y aumentar los caudales mínimos que fluyan por los ríos. “Es ecologismo radical”, zanjó la Federación Nacional de Regantes, Fenacore.
Ha llovido poco, pero no tan poco, y desde luego no es la causa principal de la escasez. No creo que se haya mirado para otro lado: se restringieron los usos, pero no ha sido suficiente
La fórmula de Fenacore apuesta por que se acometan obras que garanticen al máximo sus demandas de agua. “La regulación es fundamental”, defienden. “Se hace necesaria la construcción de nuevos embalses para defendernos mejor de las sequías”. Almacenes de agua si llueve. También han pedido legalizar “pozos de sequía”, que son perforaciones en los acuíferos, y balsas de riego donde guardar líquido en “épocas de escasez”.
Al doblar el año y avanzar el invierno, la situación siguió deteriorándose: la patronal Asaja y otras organizaciones agrarias exigieron al Gobierno ayudas por la sequía. Agricultura firmó un decreto a mediados de marzo de este año con medidas, que se pusieron en marcha durante semanas de lluvia récord. Marzo y abril registraron precipitaciones combinadas un 155% superiores a la media histórica. La sequía se olvidó.
Cada año, las campañas de riego en todas la demarcaciones hidrográficas se aceleran a partir de mayo con la llegada de las altas temperaturas. En este curso, las confederaciones redujeron el agua destinada al riego, pero tras aquellas precipitaciones que evaporaron la inquietud por la escasez se han encadenado meses secos uno tras otro.
“Ha llovido poco, pero no tan poco, y desde luego no es la causa principal de la escasez”, insiste Rafael Seiz. “No creo que las administraciones hayan mirado para otro lado, pero tampoco se han tomado decisiones acertadas. Se restringieron los usos, pero no ha sido suficiente”.
El cambio climático: a más calor, más se evapora
Las sequías meteorológicas, es decir, pocas lluvias, son un fenómeno natural del clima mediterráneo. Pero el cambio climático hace que se conviertan en más recurrentes y, sobre todo, más severas. A mayores temperaturas –como el calor extremo y muy persistente que domina desde mayo– se produce mayor evapotranspiración del agua: entre 1940 y 2005, el equivalente al 68% de las lluvias se fue a la atmósfera evaporada o transpirada por las plantas. Y el fenómeno se ha ido exacerbando con el correr de las décadas y el empeoramiento de la crisis ambiental: ha crecido a razón de un 7% anual de 1961 a 2011.
El pasado marzo, cuando las lluvias escaseaban, los regantes dejaban claro cuál era su posición: “Lo que habría que hacer para disminuir los efectos de la sequía sobre el regadío es reducir los caudales ecológicos el máximo posible esta campaña, aunque se deteriore algo el estado de las masas de agua afectadas”. Y esa agua “se destinaría a riegos para mejorar algo el escenario existente”. Para Jesús Vargas, la realidad indica todo lo contrario: “Hay que pensar muy muy bien a qué se destina cada gota de agua por si la situación de lluvias no mejora”. “Esto nos enseña más que nunca que hay que ser precavidos en el uso del agua y que parte de la adaptación al cambio climático pasa, ineludiblemente, por reducir el uso del agua, especialmente en agricultura”, concluye Rafael Seiz.