La otra ocupación de las UCI: el 40% de las camas que teníamos antes de la pandemia siguen llenas de pacientes con COVID-19
Hace más de un año, el 30 de marzo de 2020, 5.231 había personas ingresadas en una UCI por COVID-19. No solo ocuparon la totalidad de camas de cuidados intensivos que había entonces en España, sino que hubo que improvisar un millar más para curar una sola enfermedad. Cafeterías, capillas, pasillos, hoteles y bibliotecas de hospitales se convirtieron en unidades de cuidados intensivos hasta que, poco a poco, ese aumento dejó de ser temporal, pero siguió sin ser del todo estructural. Antes de la pandemia, en 2019, España contaba con 4.447 camas de agudos; en el pico de la tercera ola, llegaron a ser 11.000; y ahora, según las cifras del Gobierno, hay 9.800.
En estos momentos la situación general de la COVID en las UCI está desahogada. Pero eso se debe a que la media se divide entre las comunidades que están muy bien –como Baleares (con una ocupación del 5%), Comunitat Valenciana (3,3%), Galicia (3,6%) o Murcia (5,7%)– y las que siguen en situación de “muy alto” riesgo –como Madrid (35,6%), Euskadi (27,5%), La Rioja (28,3%), Aragón (25,7%) y Catalunya (25%)–. La tendencia de casos que requieren cuidados intensivos es cada vez más baja, pero siguen llegando. En los lugares con mayor saturación, como Euskadi, incluso obligando a paralizar durante varias semanas la actividad quirúrgica no imprescindible.
Si eso no ocurre en más comunidades autónomas es gracias a la ampliación artificial de espacios que se hizo en los momentos críticos. En porcentaje, las comunidades que más han aumentado sus camas durante este tiempo han sido Murcia (250%), Asturias (226%), Cantabria (200%) y Galicia (196%). La primera, por ejemplo, pasó de tener 133 camas de agudos a 465; Galicia de 251 a 741; Andalucía de 760 a 1.722; o Madrid de 690 a 1.239. De no ser así, la COVID seguiría sometiendo a muchas a una saturación extrema en las UCI, incluso rozando el 70%.
Actualmente hay 1.655 personas ingresadas en UCI por coronavirus, lo que se traduce en un 17% de ocupación de media en España solo por esta enfermedad. “Existe confusión con los porcentajes”, asegura Ricard Ferrer, presidente de la Sociedad de Medicina Intensiva (SEMICYUC). Cuando se habla del 17% no significa que el 80% restante esté libre: “Las UCI son un recurso escaso que nunca está desaprovechado, siempre están llenas. Digamos que ese 17% con COVID es una ampliación sobre la ocupación normal”, explica el también jefe del área de intensiva en el Hospital Vall D'Hebron, en Barcelona. Si los pacientes se calculasen respecto a las camas prepandemia, la ocupación COVID sería del 39,9%.
María Cruz Martín Delgado, presidenta de la Federación Panamericana de Terapia Intensiva y jefa de Servicio de Medicina Intensiva en el Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz (Madrid), cuenta que España venía antes de la pandemia de una ocupación rutinaria del 85%: “Eso significa que por poco que surja algo de forma abrupta, como pasaba antes con la gripe, nuestro sistema se satura”, recuerda.
Madrid es la comunidad con las UCI en peor situación, con una ocupación del 35,6%: la COVID-19 ocupa casi el 99% de las camas UCI prepandemia
“La gripe cada invierno podía suponer un 5%, pero cuando llegaba la época ya sabías qué iba a ocurrir y que se necesitaba un despliegue. Más de un 5% para una sola enfermedad ya es una ocupación que limita los recursos que tenemos de camas de intensivos”, aclara. En el caso del coronavirus, la ocupación media desde agosto es del 23,2%, aunque sería del 50% si se comparase con las camas prepandemia.
El ratio de camas de UCI anterior a la COVID era de 9 por cada 100.000 habitantes, bajo en comparación con algunos países de Europa –Alemania tiene 33– y con la media de la OCDE (15,9). “Era insuficiente a todas luces”, asevera Ferrer. Con la suma actual, España por fin llegaría a 15 por cada 100.000 habitantes. Pero las cuentas no son tan sencillas. “Es verdad que algunas comunidades han mejorado mucho, pero no se pueden mantener todas las camas ampliadas porque muchas siguen en unidades de reanimación posanestésica, en boxes abiertos o muy alejadas de las áreas de medicina intensiva”, revela Martín Delgado. “Una UCI no es una cama con un respirador”, concluye Ferrer.
Madrid es la comunidad con las UCI en peor situación, con una ocupación del 35,6%. Los profesionales madrileños no hablan de una cuarta ola, sino de una tercera que solo ahora ha empezado a bajar. Ángela Hernández, vicepresidenta de AMYTS (Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid), cuenta que la COVID-19 ocupa el 99% de las camas UCI prepandemia. Es la primera vez en todo el año que ha bajado del 100%. “Eso quiere decir que todavía hay pacientes de intensivos en otros lugares y que la actividad programada sigue resentida”, explica la cirujana.
Lo que denuncian los profesionales que trabajan en ellas es que una cama de UCI no puede contarse como tal sin el equipamiento y los profesionales necesarios, y la mayoría carece de esto último. “No hay suficientes sanitarios formados, y el desgaste físico y emocional de los que hay ha hecho que algunos se vayan”, lamenta la jefa de intensivos de Torrejón. Martín Delgado confiesa que han aumentado el número de bajas laborales entre los sanitarios y que otros “han decidido replantearse la profesión, si no abandonarla”.
España es uno de los pocos países que tienen especialidad de Medicina Intensiva, lo que los trabajadores aseguran que influye positivamente en los resultados del enfermo. “Al final te formas durante cinco años solo para ser intensivista y atender a cualquier tipo de paciente crítico”, explica la doctora. “Lo que se hace en las UCI requiere unas competencias muy especiales”.
Según los datos de Sanidad de 2018, la tasa de estos especialistas por cada 100.000 habitantes es del 0,59. Pero baja al 0,42 en el caso de La Rioja y al 0,48 en el de Castilla y León, Galicia y Euskadi. Solo Baleares sube la media con un 0,92. “Si se mantienen a pie de cama es porque es una especialidad muy resistente”, dice ella.
“El desgaste profesional está aumentando mucho en el colectivo”, reconoce Ricard Ferrer de SEMICYUC, al que le llegan solicitudes de periodos sabáticos o de cambios de especialidad. Las plantillas han estado trabajando durante 15 meses “muy por encima de las 48 horas semanales de la normativa europea”, dice Ángela Hernández. Los sanitarios llevan más de un año haciendo guardias complementarias de 17 y 24 horas, alargando sus jornadas cinco horas por la tarde y organizándose por turnos que disminuyen aún más el ratio médico-cama.
Además, según Ferrer, “las especialidades de apoyo que estaban de manera opcional se han retirado en su mayoría”. “Es normal, la gente no quiere estar sometido a la carga de trabajo que aguanta una UCI”, comprende. Eso ha provocado que perciban este curso como mucho peor que el de la primera ola. “En ese momento fue un gran pico y todo el mundo ayudó, pero ahora ha habido una actividad extrema sostenida, con picos y valles, pero en los que las UCI no se han liberado desde principios de año”.
Hernández, como cirujana general que ha echado una mano, entiende que “si no te trata el personal especializado, aumentan los riesgos colaterales, como que la atención sea de peor calidad”. María Cruz Martín Delgado traslada el problema también a enfermería y solicita una especialización de intensivos también para ellas. “Tienen el hándicap de que se forman de manera extraoficial, con la experiencia, y terminan siendo muy pocas para la cantidad que se necesita en las UCI”, defiende. De hecho, los colectivos de enfermería intensiva denunciaron la falta de al menos 5.000 profesionales antes de la llegada de la tercera ola.
Pese a todo, Ferrer opta por lanzar un mensaje positivo: los pacientes se están reduciendo. “Las perspectivas para junio son buenas porque la bajada no es fruto del confinamiento o de las restricciones, que son reversibles, es fruto de la vacunación y por eso se va a consolidar”, explica. Además, confía en que muchas de las camas supletorias de UCI se conviertan en estructurales con “todo el pack”: profesionales, equipamiento y condiciones. Esa batalla sobrevivirá a la COVID, pero ante el virus promete a sus colegas que “solo queda el último esfuerzo”.
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