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ENTREVISTA Meritxell Rovira

De paciente a investigadora contra el cáncer: “En un momento ser científica no me ayudaba y decidí no leer, solo confiar”

Meritxell Rovira dirige a un grupo de científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL), uno de los centros más punteros en Barcelona, que lleva años intentando entender el tipo de cáncer que más se resiste a la ciencia: el de páncreas. La supervivencia de los pacientes es apenas del 11% frente al 90% que alcanzan otros diagnósticos de la misma enfermedad. El cáncer de páncreas no tiene síntomas claros, ni métodos de detección temprana ni se ha dado todavía con tratamientos que funcionen.

Con 45 años conoce la enfermedad porque la investiga y porque ha sobrevivido a ella. Hace diez años fue diagnosticada de un cáncer de mama. Ahora está a los mandos de un proyecto, financiado por la fundación CRIS contra el cáncer, con más de un millón de euros, que pretende “dar un paso atrás” para entender primero cómo funciona el páncreas. La aspiración es encontrar un biomarcador que alerte de manera temprana de la presencia de tumores en ese organo a través de la sangre.

El cáncer de páncreas, el que usted estudia, es el que registra menos supervivencia entre los pacientes.

Es el más letal de los tumores sólidos en adultos, con entre un 10 y un 11% de supervivencia. La mayoría de los pacientes llegan ya a ser diagnosticados en estado de metástasis, lo cual limita el tratamiento, y solo el 20% se pueden operar. Estos son los que tienen mejor pronóstico.

¿Cómo se explica que la mortalidad sea tan alta? En otros tipos, la supervivencia llega al 90%.

Los motivos son diversos. Primero, la sintomatología es muy generalista. Es un poco molestia gastrointestinal, cambian tus hábitos de ir al baño, pierdes un poco de peso, pero son cosas que normalmente, sobre todo en gente joven, no lo atribuyes a un tumor desde el inicio. Si tuviera una sintomatología mucho más clara, muy definida, eso cambiaría. Luego es un tumor agresivo. Un tumor muy pequeño de páncreas normalmente ya es metastático porque se escapa mucho del tumor primario. El tercer motivo es que no hay detección temprana, es decir, no hay métodos de cribado. Y el cuarto es que las terapias no están funcionando. Ni la quimioterapia ni la inmunoterapia.

¿Por qué no están funcionando?

Porque es un tumor desmoplásico, es decir, que se rodea de un microambiente, de un tejido celular que le protege e impide a la terapia llegar. Además, los tumores de páncreas son tumores fríos que no tienen resultados con la inmunoterapia porque las células del sistema inmune no se filtran y el tumor queda muy aislado. Ha encontrado la manera de aislarse y sobrevivir.

Ni la quimioterapia ni la inmunoterapia están funcionando contra el cáncer de páncreas porque el tumor encuentra la manera de aislarse y sobrevivir

Muchos obstáculos, ¿no?

Es un un cáncer complejo, altamente heterogéneo, del cual todavía no conocemos esa diversidad. De las clasificaciones de tumores que tenemos hay muchos que se nos escapan, que no entran en ninguna, mientras que en mama, por ejemplo, tenemos muy claro el nombre, el apellido y el tratamiento dirigido a cada tipo de tumor. Esto en páncreas no pasa. Además, ha sido muy pobremente financiado. Hasta ahora, solo alrededor de un 2% de la financiación en cáncer se dedicaba a cáncer de páncreas.

¿Esto pasa porque la prevalencia es menor que en otros tipos de cáncer, porque afecta a menos personas?

No es altamente prevalente. Está en la posición número 11. Pero creo que el hecho de que esté poco financiado responde a una cuestión social también. Y con eso quiero decir que si tienes seis meses de vida, te dedicas a vivir esos seis meses lo mejor que puedes y luego llega al final. La familia y los amigos tienen también menos tiempo para que haya un movimiento social potente, como ocurre con las pacientes de cáncer de mama, que tienen larga supervivencia. El hecho de que el cáncer de páncreas sea tan letal no da el margen para hacer nada.

Por otro lado, se financian cosas en investigación que se piensa a priori que pueden funcionar. Apostar por el cáncer de páncreas es apostar a algo en lo que vamos muy pasito a pasito. Hace 20 años la supervivencia era de un 7% y ahora es un 11% en un periodo de cinco años. Hemos avanzado muy poco. El porcentaje ha subido, pero si lo comparamos con el cáncer de mama que alcanza un 90%, no hay color. En los últimos años la financiación se ha incrementado y por eso se ha mejorado la supervivencia. Está completamente relacionado.

Vamos a la parte positiva, ¿en qué sí se ha avanzado?

Es una cosa que puede parecer muy básica: entender la naturaleza del tumor. Se ha trabajado mucho en comprender el ambiente del que hablábamos antes y cuál es el rol de todo lo que rodea al tumor para atacar también desde ahí. Hasta ahora no entendíamos muy bien y hacíamos lo que hacíamos en otros tumores sin que funcionara. Hemos dado en los últimos años un paso atrás para empezar desde el principio.

Sabemos lo que está generando los tumores a nivel de mutaciones y tiene que ver con el gen KRAS. Esa mutación aparece en el 95% de los pacientes. Lo siguiente es un tratamiento que funcione, que haya unos inhibidores específicos. Ahora algunas terapias están dirigidas a esa mutación pero todavía está en ensayos clínicos. Los resultados parecen prometedores pero aún es pronto. Ahora bien, aquí viene la complejidad de nuestro organismo: el KRAS es un gen que se expresa en muchas células pero tenemos que atacar específicamente lo que queremos porque si no la cosa no funciona.

En ese proceso de ir lo básico que mencionaba, ha conseguido realizar un mapa para comprender cómo funcionan las células del páncreas. ¿En qué puede ayudar eso?

El páncreas es un órgano complejo que tiene dos funciones: la endocrina, que está relacionada con la regulación de glucosa en sangre; y la exocrina, que nos permite digerir lo que comemos. En esta segunda parte, la que está afectada por el cáncer, hay dos tipos celulares: las acinares, productoras de las enzimas que nos ayudan a digerir; y otras, los conductos formados por células dúctiles, que eran bastante desconocidas y poco estudiadas. Sabemos, por otras investigaciones, que los tumores pueden derivar de ductos o de acinares; y que en el caso de los primeros son todavía más agresivos y responden peor a los tratamientos. Queríamos entender si esos ductos, esas tuberías; eran todas iguales. Y así empezó el proyecto. Ese mapa nunca lo había hecho nadie y hemos visto que son muy distintos, heterogéneos, y que, por tanto, pueden dar lugar a tumores diferentes.

Ahora, lo que estamos haciendo es introducir esas mutaciones que tenemos en humanos en una célula en concreto y ver cómo se forma el tumor desde esa primera célula en modelos de ratón. También tenemos muestras humanas para comparar pero la investigación ha empezado con ratones. La idea es ver cómo se forma, por un lado, y también observar cómo interactúa con el microambiente. Sabemos que lo que rodea va a influir, pero queremos saber si es mejor atacar primero al tumor o al ambiente. Además, buscamos encontrar biomarcadores que se expresen en sangre de manera temprana, cuando se forme el tumor. Algo que avise del tumor. Nuestra aspiración es encontrar algo, aunque sea muy personalizado, aunque solo sea para un grupo de pacientes que tengan un tumor concreto.

Hace diez años le diagnosticaron cáncer de mama, ¿ya investigaba sobre la enfermedad?

No en ese momento no investigaba sobre este asunto concretamente. Y tuvo alguna influencia sobre mí ser paciente. La investigación que hemos hecho en el laboratorio nos ha llevado a desarrollar proyectos relacionados con el cáncer, pero estar ahí me ha llevado a posicionarme mucho más cerca. Antes de mi diagnóstico hacía cosas de regeneración pancreática. Digamos que la mitad del laboratorio trabajaba en cáncer y la otra mitad en cuestiones más enfocadas a la diabetes.

¿Qué cambió entonces?

Cuando me dieron la noticia, aparte de llorar sin parar durante dos semanas, me di cuenta en primera persona del miedo que daba la palabra cáncer. Como investigadores tenemos que conseguir a nivel social que la palabra no sea una sentencia de muerte y no dé el miedo que da. En mi caso el miedo que se vino encima tenía que ver con el conocimiento que tenía. Al principio intenté ser científica y luego decidí ser paciente. Necesité dar ese paso.

¿Qué diferencia a la científica de la paciente?

Al principio leía mucho, veía qué había de nuevo en tal tratamiento o en este otro y me di cuenta de que no me estaba ayudando como paciente. Decidí dejar de hacerlo y confiar ciegamente en los tratamientos que me propusieron mis oncólogos y ahí bajé. Lo viví mejor. El conocimiento nos ayuda pero también nos abruma. Dije: si me dicen que haga esto, lo hago. Tenemos unos médicos excepcionales en la sanidad pública. Lo cuento porque no lo he escondido nunca, forma parte de la vida y es una manera de que sea vea que esto nos pasa a cualquiera. No por ser científico o médica no me voy a enfermar.

¿Participó como paciente en algún ensayo clínico?

Fui parte de un estudio clínico, no era un ensayo exactamente, que se llamaba Positive cuando decidí quedarme embarazada mientras estaba en tratamiento hormonal. La pregunta que se hacía el equipo era: qué pasaba si se dejaba. Era un estudio con mucho cuidado y mucho seguimiento para analizar eso. Cuando me diagnosticaron tenía 35 años y una niña de dos. Tuve el pack completo: mastectomía, quimioterapia, radioterapia y la terapia hormonal. Esta última la acabé el año pasado, pero la dejé un tiempo para tener a mi segundo hijo. Funcionó, me quedé embarazada. Esto es un ejemplo de cómo el aumento de casos en jóvenes nos están empujando a investigar cosas que antes no teníamos en mente. La investigación no es solo para los tratamientos, sino para mejorar la calidad de vida de los pacientes en muchos otros ámbitos. Curarlo es el objetivo principal y todos lo tenemos claro, pero es fundamental que la calidad de vida sea lo más parecida a antes de estar enfermo o enferma.

¿La ciencia tiene respuestas a ese ascenso de diagnósticos en personas jóvenes?

Estamos hablando ahora mucho de ello. Creo que en pocos casos podemos encontrar una causa efecto muy directa. Hay un conjunto de factores medioambientales, de estilo de vida, dieta… Ese estrés constante en el que vivimos nos afecta de alguna manera. Todavía no hay una respuesta clara. Los tumores hormonodependientes, como el de mama y los gastrointestinales han subido mucho, pero también se ha producido un incremento en cáncer de pulmón, un diagnóstico muy relacionado con fumar y que se está dando en gente que no ha estado expuesta a eso durante un periodo largo de tiempo. Hay cosas que se nos escapan. Pienso que a nivel evolutivo no estamos dando tiempo a la evolución a adaptarnos a esos cambios. Somos más sedentarios y estamos más estresados.

No se puede hacer investigación puntera sin un soporte económico que te respalde más allá de dos o tres años. Es una de las limitaciones de España.

La espera media desde que se aprueba un tratamiento en la agencia europea hasta que se financia son más de 600 días. Los tratamientos oncológicos no son una excepción.

Los pacientes no tienen tiempo y ocurre a nivel general, no solo en España. Tenemos que encontrar la manera de que el fármaco llegue a la clínica con todos los controles y ensayos necesarios pero en un tiempo más reducido. Además tiene que llegar a todos. Y aquí hay otra brecha: no es lo mismo vivir en Madrid que un pueblo de Murcia. Tu código postal no puede limitar el tratamiento que vas a recibir.

¿Hay tratamientos que no están llegando a los pacientes porque son muy costosos?

Son muy costosos, no nos vamos a engañar, y en algunos casos se retrasa mucho y se dificulta la llegada. Sobre todo si son muy específicos para pacientes en concreto. A una persona con un diagnóstico no le puedes decir que espere 600 días porque igual no está en 600 días.

¿Es una cuestión burocrática, de dinero, ambas?

Es todo.

¿Cómo está España en financiación pública de la investigación?

Hay que incrementarla, es un asunto en el que España flaquea. Se ha mejorado un poco, pero estamos detrás de Alemania, de Francia, de Dinamarca, de Bélgica y de Portugal. No se puede hacer investigación puntera sin un soporte económico que te respalde más allá de dos o tres años. Es una de las limitaciones de España, que se tiene que buscar todo el tiempo financiación europea, que es más competitiva, pero a la vez te ves con gente que tiene mucho dinero. Con investigadores de Dinamarca que tienen de base cuatro veces más que tú. Y eso que tenemos científicas y científicos excepcionales con una red de investigación brutal para el nivel de financiación que tenemos.

La beca que he recibido de la fundación CRIS contra el cáncer es inusualmente elevada. Solo hay a ese nivel proyectos europeos. Esa cantidad te permite no solo investigar sino contratar. La media de los proyectos del Ministerio de Ciencia son de 150.000 euros al año. No puedes contratar a nadie y se complica mucho ser competitivo con esto. Como investigadora me paso la mitad de mi tiempo escribiendo proyectos. Cuando se acabe este que hemos empezado hace pocos meses, habrá que buscar otro de continuidad. Esto es estar constantemente buscando financiación.

¿Cuesta poner dinero en algo que no sabes en qué va a resultar?

Usamos el método científico y partimos de una hipótesis. Cuando la fundación CRIS me dio la beca de más de un millón de euros para el proyecto del que hemos estado hablando, relacionado con el cáncer de páncreas, les dije que era arriesgado. No sabemos si vamos a conseguir un biomarcador. A día de hoy no te lo puedo decir, pero si salen… si salen es lo mejor. Las instituciones tienen que arriesgar, sino se arriesga, no se gana.