Las políticas antitabaco no pueden con la desigualdad: funcionan peor entre mujeres y rentas bajas

La población española fuma mucho menos que hace 35 años. Los consumidores de tabaco han caído un 40% en tres décadas y los que perseveran en la adicción fuman menos cantidad. Sin embargo, la reducción se ha producido de manera desigual: las políticas han sido mucho menos efectivas para las mujeres, la población con bajo nivel de estudios y las clases económicamente desfavorecidas, según el análisis de datos realizado por elDiario.es con las cifras oficiales disponibles desde 1987. Al otro lado están los grupos con el mayor desplome en el consumo: los hombres y las clases acomodadas que históricamente han fumado más, pero ya no lo hacen.

Con estos cifras sobre el tablero, el Ministerio de Sanidad ultima, con bastante retraso, una ampliación de la ley contra el tabaco que en 2010 colocó a España en la vanguardia de las políticas contra esta epidemia. Ha pasado más de una década.

Los datos, dicen las expertas en tabaquismo, no son una sorpresa. Responden a un “modelo epidémico” que pasa primero por disparar el consumo entre hombres con dinero como “símbolo de prestigio”, para después extenderse entre las mujeres como una manera de “igualarse” a los varones e iniciar una reducción, en último lugar, entre todos los grupos salvo los colectivos más vulnerables, explica la médica Victoria Güeto, coordinadora del grupo de tabaquismo de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria.

La proporción de fumadores en el 20% más rico de la población ha caído a más de la mitad: del 42% en 1987 al 17% en 2020, aunque en los últimos años ha habido un pequeño repunte en el consumo entre las personas con más ingresos. El porcentaje de fumadores en el 20% más pobre, sin embargo, apenas ha variado. En 30 años el porcentaje ha pasado del 30% al 26%. Esta pequeña reducción ha provocado que las personas desfavorecidas hayan pasado de ser el grupo menos consumidor en 1987 a convertirse en el que consume más en la actualidad. Entre la población con estudios superiores el desplome también ha sido mucho más acusado: del 40% al 16% en los últimos 35 años, frente a una reducción del 15% al 12% entre las personas sin formación.

Detrás de los números hay “menos conocimiento de los recursos, menos habilidades para buscar ayuda, y unos tratamientos que no estuvieron financiados hasta el año 2020 por el Sistema Nacional de Salud”, señala Adelaida Lozano, delegada en Murcia del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo y miembro de la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP). “Las clases más altas y con más estudios –agrega Güeto– tienen más preocupación por la salud, la priorizan por encima de otras cosas, mientras que en estratos más bajos las personas tienen más problemas y a veces la salud es secundaria”.

Por eso, defiende Lozano, las políticas antitabaco, como el resto, deben hacerse desde “una perspectiva de equidad” para no dejar a nadie atrás. Un buen ejemplo de medidas con esta perspectiva, aseguran las expertas, es la subida de los impuestos al tabaco, que se ha demostrado que reducen el número de fumadores, especialmente entre las clases bajas. “Por cada aumento del 10%, dejan de fumar un 4%”, apunta Güeto. España fue puntera en la ley antitabaco de 2005, reformulada en 2010, pero pasados 12 años se ha quedado atrás respecto a algunos países del entorno. La cajetilla en Francia, Reino Unido o Irlanda cuesta el doble que en España.

La perspectiva de género también es clave para el abordaje. Las mujeres son un grupo de población que empezó mucho más tarde a fumar pero ahora tienen toda la atención de los epidemiólogos porque el consumo se ha reducido muy poco entre ellas en los últimos años. Es cierto que siempre han fumado menos, ahora también, pero cuesta mucho más que las cifras bajen. El resultado es que el porcentaje de consumo en los dos sexos está cada vez más cerca. Si en 1987 fumaban un 55% de los varones, 35 años después la proporción es de uno de cada cuatro. En mujeres, el porcentaje se ha movido del 23 al 19% en el mismo periodo aunque el pico de consumo se dio en la segunda parte de los años noventa, cuando llegó a fumar un 27% de este grupo.

“Las mujeres no fuman por las mismas causas y no dejan de fumar exactamente igual. Por ejemplo, consumen más por evasión y relajación, de manera que las estrategias para lograr que lo dejen deben ir encaminadas a reducir el nerviosismo, el estrés y la ansiedad”, desgrana Lozano, que asegura que entre las mujeres el tabaco aún se utiliza como una forma de controlar el peso.

El decalaje en el momento de iniciar el consumo respecto a los hombres es visible en los datos. En los últimos 20 años se ha reducido el consumo de tabaco en todos los grupos excepto entre las mujeres más mayores. Las jubiladas fumadoras han pasado del 2% al 6% entre 2001 y 2020 (aunque siguen siendo el grupo con menos fumadoras) y la proporción ha crecido del 18% al 24% entre las mujeres de 45 a 64 años.

A partir de los 70, las empresas tabaqueras vieron en las mujeres potenciales consumidoras a las que llegar con mensajes que asociaban el tabaco a la libertad, a la rebeldía y a la igualdad. “Desde entonces, la industria fue a por ellas, también con campañas relacionadas con la delgadez, como las que se hacían con los cigarrillos light”, recuerda Victoria Güeto, de la Semfyc, que asegura que ahora se están viendo las consecuencias del consumo entre esa nueva generación de mujeres con un aumento de los cánceres de pulmón, que tradicionalmente han tenido más prevalencia en varones. De hecho, los tumores pulmonares son los terceros con más incidencia en mujeres. En 2015, estaban en el cuarto lugar. La Sociedad Española de Oncología prevé en su último informe un aumento de otros tumores relacionados con el tabaco en ellas, como el de la cavidad oral o el faringe.

“Hay que acabar con la idea de que un producto que mata sea visto en la sociedad como un elemento de empoderamiento”, opina Raquel Fernández Megina, portavoz de Nofumadores.org. La asociación considera que las bajas reducciones en el consumo responden a que las mujeres siguen siendo un target muy importante de la industria tabaquera, especialmente las más jóvenes. No hay mayor garantía de supervivencia para la industria que enganchar a los menores. Los datos que manejan en la Semfyc dicen que solo un 5% de las personas empiezan a fumar de los 24 años en adelante.

La evolución de la cifra de fumadores jóvenes dibuja una línea descendente bien acusada: en 2020 declaraban ser consumidores de tabaco un 19% de las personas entre 15 y 24 años, mientras el porcentaje llegaba al 50% hace 35 años.

A la par, sin embargo, hay otra curva que ha tomado un camino ascendente: la del consumo de nuevos productos de tabaco como los vapeadores. El cigarrillo electrónico enfiló un ascenso entre 2014 y 2019 que se ha estancado. Hay más chicos que los utilizan (47%) que chicas (42%), pero ellas optan más por los que llevan nicotina (18%) que ellos (13%). Entre los consumidores jóvenes se está produciendo una “compensación”: ya tienen claro que el tabaco convencional es malo para la salud pero “perciben los cigarrillos electrónicos como chucherías de fresa, de nube, de chocolate”, dice Megina.

A la espera del nuevo plan contra el tabaco

Es el nuevo monstruo que se pone enfrente tras el logro de la ley de 2010 de “desnormalizar el consumo”: la transformación de los productos. “La industria va mucho más rápido que la administración y es muy agresiva con productos que se venden como inocuos para la salud. Esto es como ir en bicicleta, si dejas de pedalear, te caes”, sostienen desde Nofumadores.org, a la espera del inminente Plan Integral contra el Tabaco que está ultimando en estos días el Ministerio de Sanidad. Todas las organizaciones esperan que el Gobierno aproveche la efeméride del Día Mundial contra el Tabaco, que se celebra este martes, para anunciar al menos algunas de las medidas, que después deben trasladarse a una reforma de la ley del 2010.

Algunas medidas ya son conocidas: el Gobierno ampliará la prohibición de fumar a los espacios exteriores, como terrazas, playas o los alrededores de los centros educativos; subirá los impuestos al tabaco, fomentará el etiquetado neutro y equiparará los nuevos productos al tabaco tradicional. Las autoridades consideran que estos cambios tendrían un buen apoyo social después de una pandemia que ha hecho a la población más consciente de los riesgos del tabaco para la salud.

La última encuesta realizada por la Semfyc revela que el 85% de los españoles está a favor de una regulación más restrictiva del consumo y un 72% prohibiría fumar en las terrazas de los bares y restaurantes. “El clima social es idóneo”, indica la presidenta de la sociedad, que apremia a las administraciones a sacar adelante la nueva ley. La Asociación Española contra el Cáncer también está ejerciendo presión sobre el Ministerio para agilizar los tiempos ante la llegada de un periodo electoral en 2023.

No hay sobre la mesa una prohibición paulatina del consumo como la que se ha planteado en Dinamarca, empezando por los jóvenes para cortar la posibilidad de que se enganchen. “Prohibir no es algo tan sencillo, para que se pueda llevar a cabo hace falta una sociedad madura y concienciada que ya tenga cierto rodaje”, concluye Güeto.