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Por qué poner la última dosis es más difícil que la primera: tres formas de aumentar la cobertura vacunal de la COVID-19

Los movimientos antivacunas han sido hasta ahora anecdóticos en España, y la aceptación masiva de las vacunas de la COVID-19 lo demuestran.

Sergio Ferrer

16 de mayo de 2021 21:47 h

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Dos meses después de que empezara la campaña de vacunación israelí, y a pesar del lento arranque, el 50% de los ciudadanos había recibido su primera dosis. Hoy, casi tres meses después de ese hito, ese porcentaje solo ha subido a un 62%, una cifra que permanece casi inamovible desde finales de abril. Estados Unidos alcanzó su pico de inyecciones administradas en un día el 13 de abril y desde entonces el número no ha dejado de caer, a pesar de que todavía no han alcanzado el 50% de la población inmunizada con una dosis.

Muchos factores pueden explicar la desaceleración de las campañas de vacunación, empezando por los problemas de suministro ya habituales en esta pandemia. Sin embargo, también es cierto que es más fácil poner la primera dosis que la última. Conforme se va inmunizando al sector más accesible de la población (sanitarios, mayores que viven en residencias, adultos de riesgo que desean protegerse) quedan las personas más difíciles (aquellos que viven en condiciones de vulnerabilidad, aisladas del sistema sanitario, que rechazan los sueros o no perciben que el coronavirus sea una amenaza para su vida).

Puesto que hay gente que nunca podrá recibir una vacuna de la COVID-19 debido a problemas de salud, es importante que el resto de personas sí lo hagan. Lograr una cobertura vacunal alta reducirá las muertes y los ingresos hospitalarios de forma notable y, en última instancia, protegerá a quienes no puedan hacerlo por sí mismos.

No todos los países son igual de susceptibles al problema que parece tener Estados Unidos, un lugar grande, con un sistema de salud débil, grandes desigualdades y una considerable población reticente. El director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados Rafael Serrano explica a elDiario.es que es poco probable que España tenga problemas en ese sentido: “Aquí no hay indicadores que nos digan que no vamos a alcanzar ese 70% [de adultos vacunados] de forma normal”, tranquiliza. Esto podría cambiar si la cobertura necesaria rondara el 100%: “En ese caso sí habría que buscar mecanismos” para lograrlo. Quizá incluso legales.

Mientras se despejan las dudas sobre cuántas dosis serán necesarias, si será posible alcanzar la inmunidad de grupo y con qué porcentaje de inmunización, hay varias estrategias que los países pueden seguir para asegurarse de que el número de ciudadanos protegidos siga aumentando.

Vacunar a niños y adolescentes

De momento, Israel solo ha vacunado a mayores de 16 años. En un país en el que el 28% de la población tiene menos de 15 años, se elimina de la ecuación casi a un tercio de sus habitantes. Aunque de momento la incidencia de la COVID-19 es baja, otros países ya barajan la vacunación de los más jóvenes como forma de aumentar la protección global.

Uno de ellos es Estados Unidos, que esta semana aprobaba la vacuna de Pfizer para adolescentes de entre 12 y 15 años. La Agencia Europea de Medicamentos, por su parte, ha adelantado a final de mayo la evaluación de Pfizer para esa franja de edad. 

Existe un debate en curso sobre si será necesario vacunar a todos los niños para lograr un efecto de grupo suficiente contra la COVID-19 y hasta qué edades. La mayoría de expertos no se cierran a opción alguna y creen que será positivo proteger también a los más pequeños, no solo por su salud sino también para evitar perder más clases. Mientras tanto, las principales farmacéuticas probarán sus sueros con edades tan tempranas como los seis meses para anticiparse a cualquier decisión que puedan tomar los países.

Aumentar la confianza

La bajada de la vacunación en Estados Unidos no solo ha acelerado la inmunización de niños y adolescentes. Algunos estados han impulsado soluciones creativas para animar a los adultos a recibir su dosis. Cerveza gratis, pizza y hasta un sorteo de un millón de dólares son algunas de las iniciativas vistas hasta el momento.

Serrano considera esto una “barbaridad con poca lógica”, pero en cualquier caso no teme que España tenga que tomar este tipo de medidas. El sociólogo se basa en el hecho de que el nuestro “es un país muy provacunas” porque “somos muy dados a políticas solidarias como son también los transplantes”.

Los movimientos antivacunas han sido hasta ahora anecdóticos en España, y la aceptación masiva de las vacunas de la COVID-19 lo demuestran. De hecho, ni siquiera las semanas en las que la vacuna de AstraZeneca estuvo en el punto de mira por los raros trombos asociados afectó a la percepción de los fármacos.

“Los datos de noviembre se malinterpretaron y se empezó a hablar de un movimiento antivacunas que es mínimo”, dice Serrano en referencia a las encuestas que el año pasado analizaron la percepción del público ante vacunas que todavía no eran tangibles ni estaban aprobadas. “No es inexistente porque empieza a aparecer, pero no está al nivel del de países vecinos como Alemania y Francia”.

Aun así, el investigador no es complaciente. En primer lugar, asegura que es importante vacunar rápido “para que la gente tenga percepción de que existe riesgo y quiera hacerlo”. Cree que si se dilata el proceso y las tasas de contagios caen en picado las reticencias aumenten al no sentir la necesidad.

También le preocupa que la sobreinformación a la que estamos expuestos genere un movimiento antivacunas “más sólido” a largo plazo. “Estamos conociendo más de las vacunas y sus efectos adversos, que los tienen. Hay que aprovechar este tirón para informar pero hacerlo bien, siendo honestos con los datos”.

Ayudar a los vulnerables

Este es el único punto que preocupa a Serrano al hablar de España: “No puede ser que esto acabe convirtiéndose en una desigualdad social más, porque al final los más vulnerables tienen una probabilidad mayor de negarse a recibir la vacuna”. El motivo es que las personas que se sienten ajenas al sistema pueden rechazar algo que perciban como positivo solo para una comunidad que no se preocupa por ellos. Por suerte, tiene solución.

“En los barrios y colectivos más vulnerables hay que dar seguridad y no creo que una pizza lo arregle”, explica Serrano. “Sería bastante mejor acercarse a ese colectivo desde el punto de vista de la Atención Primaria y la salud pública, porque si tienen esa deficiencia con la COVID-19 la van a tener también con la vacunación ordinaria”. 

La falta de vacunación en niños vulnerables no es nueva en España, y Serrano comparte cómo se han intentado solucionar estos problemas: “La clave es hablar con los trabajadores sociales del sistema sanitario para que se haga un seguimiento de los niños no vacunados o absentistas en el colegio y se les dé una ayuda siempre y cuando estén vacunados y asistan a clase”. En otras palabras, realizar “estrategias de acompañamiento” que perciban como positivas para ellos mismos y no solo para la comunidad.

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