Hace 50 años, la bióloga Rachel Carson alertó al mundo sobre cómo el uso intensivo de pesticidas estaba envenenando los ecosistemas. Su libro Primavera silenciosa describía la destrucción ecológica que causaban productos como el entonces generalizado DDT.
Medio siglo después, la aplicación de agentes químicos para controlar plagas agrícolas es más fuerte que nunca. Los productos son diferentes a los que estudió Carson, con efectos menos agudos, pero vertidos en grandes cantidades: el volumen de pesticidas se ha incrementado un 80% desde 1990, según una investigación de Amigos de la Tierra y la fundación Heinrich-Böll-Stiftung.
“En la actualidad el consumo mundial de pesticidas es de cuatro millones de toneladas”, recoge este trabajo. La mitad de ellos son herbicidas, un tercio insecticidas y un 17% se utilizan contra hongos.
América del Sur es donde más se aplican: unas 770.000 toneladas en 2020, un 119% más que al iniciar el siglo XXI. En América Central fueron más de 90.000 (+36%). En Asia se aplicaron otras 658.000 toneladas (un aumento del 7,7%).
También creció mucho el volumen usado en África, que en 2020 registró 105.000 toneladas, un salto del 67%. En Norteamérica se utilizaron 486.000 toneladas (+1,8%) y en Europa 468.000 toneladas (un mínimo decrecimiento del 0,2%).
Este Atlas de los pesticidas explica que si bien estos productos “se han desarrollado para evitar las pérdidas en las cosechas –que, a lo largo de la historia, han causado hambrunas–, también generan problemas”. Entre los productos pesticidas más vendidos están el glifosato, el paraquat, la atrazina y los neonicotinoides.
La ONU calculaba en 2007 que en ese momento ya se producían en el mundo alimentos suficientes para alimentar a 12.000 millones de personas. “La producción de cereales entre 1960 y 2000 se ha doblado, pero a un alto coste”. Para 2019, la organización calculaba que más de 800 millones de personas pasaban hambre, a pesar de que “en el mundo se desperdicia más de 1.000 millones de toneladas de alimentos cada año”.
Veneno para la biodiversidad
Dentro de esos problemas, el holocausto de insectos que se extiende por todo el planeta es de los más destacados. El desplome de las abejas y abejorros y su relación con los pesticidas neonicotinoides también están ya acreditados. Tanto como para que la Unión Europea haya prohibido estos productos al aire libre. No ocurre lo mismo en otras partes del planeta.
De hecho, las poblaciones de insectos voladores se han desmoronado: en poco más de 25 años cayeron un 75%, según halló un grupo de investigadores alemanes (y eso que revisaban zonas protegidas). Muchas especies de insectos son, simplemente, esenciales para los humanos. Entre sus servicios se cuentan la polinización de cultivos, el reciclaje de nutrientes o el mismo control de plagas.
Los cereales no precisan polinización mediante insectos, pero sí las frutas y hortalizas –dos tipos de productos que constituyen un punto fuerte de la producción agrícola española–. Los almendreros de California (el 80% mundial) deben alquilar colmenas de abejas que viajan cientos de kilómetros para polinizar sus árboles. En China, ante la desaparición de insectos, los agricultores deben realizar ese trabajo a mano.
En España, además, la intensificación de la agricultura que lleva aparejado un alto consumo de pesticidas también se ha conectado con el declive de las especies de aves esteparias.
Salud humana
El trabajo de estas organizaciones explica que la cantidad de pesticidas aplicados ha conllevado “el aumento de las intoxicaciones en todo el mundo, especialmente en el Sur Global”. Y calculan que 385 millones de personas sufren alguna intoxicación por este motivo.
Sobre todo los trabajadores agrícolas que, debido a la precariedad, no tienen capacidad de autoprotegerse ya sea al desconocer las condiciones de uso seguro de los productos o por no poder acceder a la equipación necesaria. En Europa, una recopilación de datos publicada el año pasado mostraba que uno de cada tres ciudadanos presentaba restos de plaguicidas en su cabello.
Consciente del problema, la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) mantiene un código de buenas prácticas para disminuir “los riesgos de los plaguicidas con el objetivo de reducir al mínimo los efectos adversos para los seres humanos, los animales y el medio ambiente y de prevenir el envenenamiento accidental”. El código, eso sí, es “de carácter voluntario”.
Negocio creciente y en pocas manos
Un uso masivo de estos productos ha generado un mercado muy voluminoso. “Para 2023 se espera que el valor total alcance casi los 130.700 millones de dólares”, dice el Atlas –unos 120.000 millones de euros–. Según la investigación, el sector casi se ha duplicado en las dos últimas décadas.
A la cabeza del negocio está la Unión Europea, que es la principal exportadora de pesticidas a pesar de haber contenido su aplicación en suelo propio. Además, desde la UE se producen y venden al exterior compuestos químicos cuyo uso interno se ha prohibido por sus efectos tóxicos. “En 2019, los países de la UE y Gran Bretaña aprobaron la exportación de 140.908 toneladas de pesticidas” vetados en Europa, calcula el trabajo.
Los principales países exportadores en esta categoría fueron Reino Unido, Alemania y España. El principal receptor de pesticidas con principios activos inaceptables en los campos europeos fue Brasil, seguido de Ucrania y Suráfrica. “En el Sur global las regulaciones para el uso de pesticidas son menos estrictas”, analiza el Atlas.
El mercado de los pesticidas está acaparado en pocas manos: cuatro grandes empresas –Bayer, Syngenta, Basf y Corteva– controlan el 70%. “Hace 25 años su porcentaje era solo del 29%”, recuerda el análisis para ilustrar cómo se ha concentrado el sector. Estos gigantes también dominan el mercado de la venta de semillas agrícolas: controlan el 57% del mercado –hace 25 años era el 21%–. Círculo cerrado.