Los psicólogos acuden a las víctimas y no al revés: lo que se aprendió en el 11M puede aplicarse ahora a la DANA
Fernando Muñoz Prieto (Madrid, 54 años) coordinó el dispositivo de asistencia psicológica urgente del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid tras los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004. Después de aquello intervino en accidentes con múltiples víctimas como el de Spanair (2008) o del Alvia (2013). Hoy ejerce como profesor en el CES Cardenal Cisneros, un centro dependiente de la Universidad Complutense de Madrid. Atiende a elDiario.es una semana después de una catástrofe natural que ha provocado la muerte de más de dos centenares de personas. Diez días después de las inundaciones provocadas por una DANA superdestructiva, todavía hay desaparecidos. El Ministerio de Sanidad ya ha advertido de que el riesgo para la salud mental de este 'tsunami' es “muy elevado” y por eso prepara un documento específico para evaluarlo de manera independiente a otros peligros.
¿Ve similitudes con esta tragedia en la atención que necesitan las víctimas? ¿O un desastre natural se mueve en coordenadas que nada tienen que ver con un atentado terrorista?
Ambos eventos tienen características similares y también diferentes. Comparten que las personas se han enfrentado a una situación con un riesgo para su vida y seres queridos. Sin embargo, una cosa es una catástrofe natural y otra ser víctima por parte de terceros de manera intencionada. En general, la elaboración del duelo en una catástrofe puede ser potencialmente menos difícil que cuando hablamos de atentados terroristas, pero hay que verlo en cada situación personal.
En este caso tenemos tres grandes grupos de víctimas. Los que han perdido sus enseres y pueden tener lesiones físicas, pero no ha fallecido nadie de su entorno; los que han fallecido y sus familiares y amigos; y los que han desaparecido. Son tres escenarios sobre los que hay que trabajar con abordajes psicológicos diferentes. Estos últimos tienen una situación especialmente complicada. Todavía en Estados Unidos hay víctimas del 11-S que nunca recuperaron los cuerpos de los suyos y eso influye mucho en el proceso de duelo. Hay que tener especial atención a la situación psicológica de estos perfiles.
¿Se pueden sacar aprendizajes de entonces, del 11M, para aplicarlos ahora?
En nuestro país tenemos una larga trayectoria en atención de sucesos traumáticos. Tuvimos la riada de Biescas y atentados terroristas durante décadas, lo que nos ha dado un amplio conocimiento técnico. Pero el 11M supuso un antes y un después en la respuesta a víctimas de acontecimientos traumáticos masivos. Lo que aprendimos entonces es un conocimiento que se va perfeccionando y se va a trasladar ahora a esta situación.
¿Por qué fue un antes y un después?
Tuvimos que atender a un volumen extraordinariamente amplio en nuestro contexto y no se habían desarrollado dispositivos de asistencia psicológica urgente a la población de manera tan masiva. Incorporamos la atención en multitud de escenarios: en tanatorios, en las ruedas de reconocimiento de cadáveres en Ifema, en hospitales, en hoteles, en la Policía, en el 112... Entonces vimos que era importante prestar asistencia en un centro de apoyo, pero también en una línea de atención telefónica que tenga accesibilidad en la respuesta.
Aprendimos también a ser proactivos en la respuesta. Con esto quiero decir que si ha fallecido un chaval en un colegio o hay alumnos que han perdido a seres queridos hay que ir allí y dar recursos para que la adaptabilidad sea la mejor.
No esperar a que la víctima llegue a los psicólogos, sino ir a por ella.
Efectivamente. Es un asunto muy interesante y que genera debate. En situaciones macro, como esta catástrofe, el abordaje más óptimo es el dual. Por un lado, el reactivo, porque vamos a tener que atender a muchas personas que nos pueden saturar los servicios que ya suelen ser bastante limitados. Estos servicios tienen que dar respuesta a lo cotidiano y a todo lo que se viene encima con una buena coordinación con Atención Primaria, el 061, vía telefónica, centros de asistencia en el lugar... Y además, tenemos que acercarnos a determinados grupos o poblaciones. No se trata de patologizar, sino de hacer una detección rápida y facilitar estrategias para que las secuelas psicológicas sean las menos posibles. No hacer como si no pasara nada.
La elaboración del duelo en una catástrofe puede ser potencialmente menos difícil que cuando hablamos de atentados terroristas pero hay que verlo en cada situación
¿Siempre hay secuelas?
No necesariamente, aunque es altamente probable que ocurra. En todos los casos, eso sí, quedará una huella. Se diferencia de la secuela en el nivel de afectación de la persona. En la vida todo lo negativo que sucede genera una mayor o menor huella.
¿Qué es lo que más le impresionó en 2004?
Fue una situación verdaderamente difícil. Si tengo que recordar algo fue el trabajo excelente de los servicios de emergencia y la absoluta colaboración de la población civil. Me acuerdo de los miles de personas que hacían fila para donar sangre.
¿Cómo se consuela a alguien que ha perdido a alguien querido en unas circunstancias así?
Lo primero que me gustaría transmitir es sosiego. Tenemos recursos para ayudar, sabemos hacerlo y vamos a hacerlo. Lo esperable es que las víctimas pasen por diversas fases del duelo y no todas iguales. Es decir, tenemos que ver las circunstancias específicas en las que ha llegado a esto cada persona. Esto está muy asociado a una cosa clave: si han podido velar el cuerpo o no lo han encontrado o no lo han podido ver. La mayoría de las personas probablemente estén en la primera fase, que es el shock. Puede durar horas, días o semanas. La segunda es el reconocimiento de la pérdida: eso significa enfrentar volver a casa –en el estado que esté esa casa–, regresar al día a día cotidiano sin su ser querido, qué hacer con sus enseres... En esta fase se puede estar meses.
La cicatrización es el lugar al que llegar, en el que las personas vuelven a tener una mínima vida social asociada a su funcionamiento vital. Es una fase de estabilización y aceptación global en la que se tarda en aterrizar.
Tras esto, que probablemente se retrase por las circunstancias concretas de esta catástrofe, suele darse una etapa de aislamiento que tiene un dolor muy intenso asociado porque la alegría de los demás es difícil de encajar cuando estás pasando por esto. La cicatrización es el lugar al que llegar, en el que las personas vuelven a tener una mínima vida social asociada a su funcionamiento vital. Es una fase de estabilización y aceptación global en la que se tarda en aterrizar. No suele ocurrir antes del primer año. De todos modos no son etapas lineales, puedes ir y volver a ellas en función de diferentes acontecimientos; no siempre se avanza.
Por otro lado, es muy importante que las personas se despidan, hay que ayudar a generar un ritual que permita hacer el proceso. El duelo es una situación a la que nos vamos a enfrentar todos, pero estas personas se han enfrentado de una manera abrupta y es un riesgo para el duelo patológico.
¿Y a los familiares o amigos de los desaparecidos?
Tienen un nivel de vulnerabilidad psicológica muy alto. Hay que evaluar la situación en que encuentran diariamente en lo que llamamos un triaje psicológico. Lo que dicen las guías es que debemos darles información periódica y actualizada sobre lo que están haciendo los servicios de emergencia, que sepan en qué se está trabajando. También necesitan dormir. Este tipo de situaciones genera un estrés psicológico enorme y es frecuente que se den alteraciones de sueño porque entran en una vigilia permanente. También es habitual que nos consulten cómo se lo pueden contar a otras personas queridas, a una hija pequeña, por ejemplo.
¿Cómo se gestiona que en una zona de la provincia esté todo devastado mientras a 20 kilómetros la vida continúa como si nada?
El resultado va a depender mucho del nivel de cohesión social. Tan relevante es que una zona esté desolada como que la población se sienta protegida por las administraciones y ahí hay que poner el foco.
Justo eso es lo que muchas víctimas han reprochado a las instituciones: que no les protegieron.
Cuando nos sentimos indefensos es extraordinariamente complejo. No podemos evitar estas situaciones catastróficas, pero sí que ante ellas se minimice el sentimiento de indefensión. Y aquí entra la parte psicológica pero también la social o la económica. Hay personas que quizá nunca vuelvan a sus casas. Por eso es importante agilizar todos los procesos, ese es el camino.
Hay una primera parte tras una catástrofe que es la supervivencia física: tener para comer, agua y un lugar seguro; y después aparecen otras necesidades. Ahí entra lo psicológico
La Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (Semes) ha compartido esta semana un documento que recomienda limitar ver muchas noticias y estar conectado a las redes de manera permanente. ¿Cómo lo ve usted?
Una sobreinformación no va a ayudar a tener mejor adaptación psicológica. El papel de los medios es extraordinariamente importante y ordenar la información es positivo para las víctimas. Sin embargo, sobreexponerse no es lo más idóneo. El trabajo psicológico se basa en qué hacemos ahora; y ahora; y ahora. Es decir, una vez que algo ha ocurrido, qué se puede hacer que ayude a manejar el afrontamiento y que reduzca la disfuncionalidad.
¿Se puede esperar que las consecuencias psicológicas más graves aparezcan pasado el tiempo en catástrofes como estas? ¿Hay mucho que procesar?
Es posible que sí, pero va a depender mucho del nivel de respuesta que se dé en todas las esferas, de la calidad de esa respuesta, y cómo podamos ayudarles de manera longitudinal. No es lo mismo recuperar tu hogar en dos semanas que en seis meses. No es lo mismo si has perdido a un ser querido o a más de uno.
Hay una primera parte que es la supervivencia física: tener para comer, agua y un lugar seguro; y después aparecen otras necesidades. Ahí entra lo psicológico. Cuanto antes seamos capaces de agilizar los procesos de recuperación psicosocial, ayudaremos a toda esta generación. Queda un trabajo ingente por hacer y hay que ponerse a hacerlo inmediatamente. Durará meses y tal vez años.
¿Qué tipos de trastornos pueden ser comunes tras vivir algo así?
Es difícil concretarlo, pero hablaría de tres grandes aspectos: trastornos de adaptación porque a las personas las hemos expuesto a una situación en la que sus capacidades son insuficientes; al trastorno de estrés agudo o postraumático; y, por último, el duelo patológico. Sin infravalorar los trastornos de ansiedad y depresión. Además, pueden desarrollar esta sintomatología personas que no hayan experimentado un riesgo para su vida, pero sí estén próximos en distancia a la zona, por ejemplo. Si empieza a llover torrencialmente y hay alertas rojas pueden tener síntomas parecidos de ansiedad generalizada. Ansiedad expectante es el término.
¿Esa ansiedad expectante no es inevitable en un mundo que sufre las consecuencias del cambio climático? ¿Esto marca un antes y un después en la gestión de esa incertidumbre?
Esta catástrofe nos recuerda que el mundo es vulnerable y que determinadas cosas nos pueden pasar. A partir de aquí, desde la psicología tendremos que seguir trabajando e investigando para dar respuesta a las nuevas situaciones sociales que vivimos, como la incertidumbre climática. Perfilar y mejorar los sistemas de información a la población, que la gente esté familiarizada sobre cómo vamos a trasladarle una situación de emergencia. Que sepamos a qué riesgos estamos expuestos para que la población desarrolle una mejor habitación es una de las lecciones aprendidas. Queda mucho por hacer.
¿El hecho de que haya tantas personas que han pasado por una experiencia parecida puede ayudar en la recuperación?
Compartir el trauma puede ayudar porque, a mayor nivel de cohesión social, más adaptabilidad psicológica.
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