Del escenario del salón de actos del centro penitenciario de Soto del Real, en Madrid, cuelga una gran bandera arcoíris. Al lado, otra más pequeña, con los colores azul, rosa y blanco, que representa al colectivo trans. En la sala abarrotada, unos 170 internos esperan impacientes que comience un evento histórico. Por primera vez, un grupo de compañeros y compañeras cogerán el micrófono para relatar ante el auditorio sus vivencias como personas del colectivo LGBTI dentro y fuera de la cárcel, reivindicar sus identidades y hacerse visibles.
Este acto no ha surgido de la nada. Retrocedamos unas semanas. 29 de marzo de 2022. Sobre esas mismas tablas, con mascarillas y separados por metro y medio de distancia, una decena de internos se reúnen con el actor y director de cine Jorge Muriel. El cineasta quería documentarse sobre la vida en prisión de una persona homosexual y Ana, una de las trabajadoras sociales del centro, decide organizar una charla-coloquio. Ella vio potencial en aquella experiencia y decidió crea un grupo LGTBI en el centro.
14 de abril. De esa iniciativa arranca un grupo, con 22 personas de diferentes módulos, que no son, ni de lejos, todas las del colectivo LGTBI que conviven en prisión. Se bautizan como 'Rejas Rosas' y, desde entonces, se han reunido en varias ocasiones. “Hoy es la presentación, dándoles visibilidad”, explica Ana unos minutos antes de que empiece el acto, que se celebró este jueves. Los nervios saltan a la vista. Tanto ella como Bea, que es la coordinadora de trabajo social y delegada de igualdad de los internos, van de un lado a otro intentando que todo esté en su sitio, que todo salga perfecto. “Nosotras no somos expertas en organizar estas cosas”, dicen.
Cuando Bea sube al escenario, se emociona por momentos. Tiene que parar de hablar. Se le quiebra la voz: “Me enamoré de la manera que tienen de expresarse, de sentir, de hacerme sentir, del buen rollo, de cómo se respetan y se tienden la mano para seguir adelante, pese a quien pese y paso lo que pase”. Ella conoce las historias que se escucharán en Soto del Real durante las siguientes dos horas.
“Cinco personas que sintieron asco hacía mí son las que más me apoyan ahora, porque no conocieron al maricón que ellos veían al principio. Me pidieron perdón porque no querían sentarse a comer conmigo”
La primera en tomar la palabra es Catalina, una mujer trans de 35 años que lleva los tres últimos en prisión. “Cuando entré tuve muchos problemas. Un chico me pegó por mi condición sexual. 'Maldito maricón, te tengo mucho asco', me dijo. Pero no me escondí y me he armado de valor”, cuenta en conversación con elDiario.es. Con el tiempo, se muestra orgullosa de haber roto estereotipos y de haber abierto camino a otros internos que llegaron después. “Cinco personas que sintieron asco hacía mí son las que más me apoyan ahora, porque no conocieron al maricón que ellos veían al principio. Me pidieron perdón porque no querían sentarse a comer conmigo”.
Sobre el escenario, Catalina cuenta una parte de su historia. Quizá la parte más dura. Lo hace arropada por el público. “¡Esa Cata!”, la reciben algunos internos entre aplausos. “Mi labor hoy aquí es dar visibilidad a una lacra que crece a pasos de gigante. A un monstruo que destruye cada día a la sociedad y que destruye al colectivo LGTBI. Voy a hablar del chemsex”, arranca. Esta es la práctica de sexo durante muchas horas, acompañado del consumo de diferentes drogas sintéticas. “Pasé siete años de mi vida esclava de ese infierno, al cual yo me había sometido. Ya metida en ese infierno, mi vida quedó destruida. Perdí mi familia, mi dignidad, el respeto a mí misma, la noción del tiempo”, continúa.
“Hace tres años entré en prisión. Yo pensé que había tocado fondo, pero ha sido todo lo contrario. Estos tres años me han servido para cambiar mi vida, empezar de cero y comenzar a construir lo que el chemsex destruyó. A día de hoy me he planteado luchar por mi vida, recuperar mi familia y todo aquello que dejé atrás”, explica.
A su espalda, aparece proyectado el logo del grupo, que representa la vida que sus miembros viven en este momento. En el dibujo, una gran rosa germina entre unos barrotes rosas que no son capaces de contenerla. “Aquí estamos presos y presas por nuestras causas, pero no queremos estar presos y presas por nuestro entorno, prejuicio y desconocimiento”, reivindican.
“Sentí miedo”
Cuando Jose llegó a Soto del Real, hace nueve meses, también tuvo miedo. Miedo a qué se encontraría, cómo sería tratado o si su orientación sexual supondría un factor de vulnerabilidad. Él fue a parar a un módulo en el que ya convivían bastantes personas del colectivo LGTBI, lo que hizo que su integración fuera “bastante fácil”. “He notado en la calle más homofobia. Aquí no siento homofobia con nadie, en cambio fuera sí”, explica. “La gente llega hacia ti y te acogen como una familia. Te hacen sentir en casa. Yo soy colombiano y no tengo familia acá, así que sentir el apoyo de estas personas es súper importante”, explica este hombre de 31 años, en un mensaje que hace extensible a otros internos heterosexuales con los que tiene relación.
En una situación similar se encontró Mauricio, que lleva 20 meses en prisión preventiva. “Sentí miedo, no me imaginaba cómo iba a ser. Tenía una imagen de la cárcel como en las películas”, recuerda. En estos casi dos años, ha dejado de beber y ha hecho un gran amigo, José Luis. “Pese a lo doloroso que es perder la libertad, me quedo con lo positivo. Me voy con más de lo que vine”. Los dos suben al escenario, pero es José Luis quien toma la palabra. “Yo no había tratado con muchas personas que me hubiesen dicho que eran gais, aunque lo fuesen”, reconoce.
El centro penitenciario Madrid V se inauguró el 14 de marzo de 1995 y su estructura es la que se ha ido replicando desde entonces en el resto de cárceles españolas que se han levantado: edificios de ladrillo con tejados verdes, pasillo aireados y grandes cristaleras en los edificios principales desde los que se accede al interior. En la actualidad, aloja a unos 1.170 internos, la mayoría de ellos -en torno al 60%- en prisión preventiva, y en ella trabajan 530 funcionarios. Cuenta con 14 módulos residenciales, otro de ingresos, la enfermería y el departamento de régimen cerrado, donde se encuentran los internos de primer grado.
“Entre todos los profesionales nos dimos cuenta de que había aumentado el colectivo homosexual y empezaron a entrar internas trans. En un medio hostil como este, notábamos que estaban un poquito no defendidas, siempre atacadas por el resto de los internos, entonces pensamos que este era el momento de intentar reivindicar que estas personas puedan defenderse por lo que son”, explica el director del centro penitenciario, Luis Carlos Antón, sobre una iniciativa en la que se han involucrado trabajadoras sociales, psicólogos y miembros de la Fundación 26 de diciembre. “Lo que hicimos fue juntarnos, hablar y compartir las experiencias que han tenido, porque muchas veces cuando entran no sabemos qué les pasa”, indica.
Cuando Ana puso en marcha Rejas Rojas, con el objetivo de “ser una red de apoyo dentro y fuera y que a medida que [los internos y las internas] vayan saliendo tengan referentes”, consideró que necesitaría ayuda. “Aquí tiene que venir una asociación y llevar este grupo”, pensó. Inmediatamente, envió correos a diferentes organizaciones. En menos de 24 horas ya había obtenido respuesta de una de ellas.
“Es maravilloso que estén abriendo tantas barreras y estén dando un ejemplo para la sociedad en un mundo que parece que es homófobo, pero no, siempre hay grises"
“Nosotros llevamos trabajando con Instituciones Penitenciarias más de ocho años y teníamos intención de poder entrar, así que cuando Ana nos dijo que había un grupo, nosotros dijimos: ¡Aquí estamos las abuelas!”, explica Federico Armenteros, 'la Antonia', que es el presidente de la Fundación 26 de diciembre, que lleva años trabajando por el bienestar de las personas mayores LGTBI. “Es maravilloso que estén abriendo tantas barreras y estén dando un ejemplo para la sociedad en un mundo que parece que es homófobo, pero no, siempre hay grises”, defiende sobre los Rejas Rosas. “Son ciudadanía, y nos olvidamos que tienen sus sentimientos y sus derechos. No quiero saber porqué están aquí, solo les pregunto cuál es su nombre. Ya está”, reclama.
“Su intervención es vital porque suponen un puente con la realidad y un apoyo en el sentido más amplio que se puede tener estando en prisión siendo un agente de reinserción social que les puede acompañar en los itinerarios vitales, sociales y laborales para su salida en libertad y su futuro”, le reconoce Ana desde el escenario. También se dirige a los miembros de Rejas Rosas, que han demostrado “que se pueden hacer cosas importantes para la institución penitenciaria durante la estancia en prisión”, y a sus mujeres. “Sois un referente para todas nosotras, porque habéis demostrado que se puede vivir en prisión y entre los hombres con gran dignidad, fortaleza y resistencia, consiguiendo el respeto a pesar de que sus historias de vida con respecto a su identidad de género son las más dificultosas y muchas veces las más terribles”.
La historia en Soto del Real de Salomé se remonta 42 meses atrás. “La edad de una mujer no se pregunta”, abronca a quien escribe estas líneas. Entre risas desliza un 29. “Mi entrada fue complicada. Nadie sabe lo que pasa una mujer trans cuando entra en la cárcel. Es el mismo abuso, rechazo y marginación que en la calle, pero triplicado”, explica. Durante ese tiempo ha notado un cambio positivo, del que se hace responsable: “Me tocó educar a muchas personas que desconocían lo que yo era, me di a conocer”. En sus palabras hay un claro tono de firmeza ante las dificultades, que por momentos trata de desdramatizar. “Es normal que una mujer tan guapa reciba muchas propuestas decentes e indecentes, pero el respeto me lo di yo, lo produje yo y así lo recibí”, explica.
Salomé tiene ahora pareja en prisión y no quiere ser trasladada a un módulo de mujeres en otro centro. Tampoco Catalina se lo ha planteado. “En la primera entrevista, cuando ingresan, nuestro cuerpo técnico habla con ellas. Primero, si quieren ir a una cárcel de mujeres, porque nuestra legislación nos lo permite, o si quieren quedarse en un módulo de hombres”, explica el director del centro. “Si deciden quedarse, lo que hacemos es conseguirles un trabajo, un destino, para que muchas de ellas, que no tienen otros medios, no se dediquen a la prostitución, que es lo que han hecho muchas veces en la calle”, continúa.
Ante el resto de internos que han asistido al acto de este jueves, Salomé recuerda a las personas trans con VIH y a “esa mayoría de transexuales que por exclusión social terminan en círculos de marginación, drogas y prostitución”. No en vano la 'T' es la sigla más maltratada del colectivo LGTBI. Son estas personas las que sufren mayores tasas de suicidio e ideación suicida. Según la 'Investigación: Personas trans y educación no formal', elaborado por la Federación Estatal de LGTBI (FELGTBI) en 2021, el 61,11% ha pensado en quitarse la vida y hasta un 16,6% lo ha intentado.
“Me siento muy orgullosa de ser quien soy y eso es lo que hace que yo me sienta más tranquila y más segura conmigo misma”. Salomé tiene que parar ante los aplausos. Después, continúa: “Si hubiese dejado que las personas que no entendieron mi situación desde un principio llevasen las riendas de mi vida, hoy me sentiría más humillada y no sería una mujer transexual”, explica tras relatar situaciones de bullying por parte de sus compañeros, que la agredían cuando iba al instituto según su expresión de género. Una violencia que, por suerte, no sufrió en casa. “Mis padres entendieron que tenían que apoyarme”.
Ariel nació en 1997. Lo cuenta, micro en mano, vestido con una camiseta de Rejas Rosas customizada, sombra de ojos de colores y brillos alrededor de los ojos. Ha titulado su relato: “Una vida oscura a pasos de brillo y luz. Por fin conseguí ser valiente”. Durante su testimonio, cuenta su paso por el psicólogo desde que era un niño por sus “comportamientos extraños” a vista de sus padres, una infancia “dura y llena de conflicto”, castigos, control y acoso escolar. “Mi padre era consciente de mi situación, pero nunca quiso aceptar mi forma de ser”, lamenta de aquella época de su vida.
“Gracias a mi tía, me vine a España. Mis padres no estuvieron de acuerdo con la noticia. Más mi madre, que éramos como mejores amigos”, explica para reivindicar “esa valentía de dejar todo atrás”. “Aproveché al máximo el tiempo perdido, gracias a Dios una diversión sana, alejado de todo tipo de dependencias y adicciones”, explica. Pero no todo fue fácil. “Nunca olvidaré entre lo más duro de mi vida, cuando tuve que pasar algunos días en el parque entre la lluvia y el frío, en época de invierno, pero lo más duro estuvo por llegar”, cuenta. “Abusaron de mi sexualmente, una mancha que a día de hoy me cuesta un poco, pero que gracias a Dios voy superando”, explica.
Ese fue el peor momento de su vida. Más, que su entrada en prisión, hace cinco meses. “Me costó mucho integrarme”, explica a este medio. En su caso, sí vivió episodios de rechazo en el centro, que le hicieron dudar cuando se enteró de que Ana se proponía crear un grupo de personas LGTBI. “Mi miedo era dar pasos, porque si había sufrido rechazo por parte de algunos compañeros antes de que me cambiaran de módulo, pero ahora estoy más suelto, no estoy atado a nada”, se alegra.
El proyecto, por el momento, se encuentra en una fase muy embrionaria, pero nadie oculta sus ganas de que florezca y pueda extenderse a otras prisiones. “La iniciativa tiene mucho valor por sí misma. Personas de estos perfiles las tenemos en todos los centros”, reconoce la coordinadora de tratamiento y gestión penitenciaria de la secretaría general de Instituciones Penitenciarias, Lourdes Gil. “Hay que contarlo bien, explicarlo bien y decirle a los profesionales qué significa generar grupos y espacios para estas personas. Lo que es importante es que encuentres alguien a favor que impulse los proyectos, por eso es muy importante que desde la secretaría general se implique a los equipos directivos, que hablen con Soto, que lo cuenten y que se vayan generando redes”, explica.
El acto lo cierra Isa. Enfundada en un top geométrico, sobre unos tacones brillantes, aparece en el escenario escoltada por Rafa y Alvin, vestidos con camiseta blanca y vaqueros ajustados. Un “let's go” da el pistoletazo de salida a Slomo y los tres arrancan a bailar. Las rejas son una ventana: es la primera vez que esta joven brasileña de 22 años, que lleva un mes y medio en Soto del Real, se presenta antes sus compañeros como lo que es: una mujer.