La seguridad en los colegios frente a la pandemia es un asunto sobre el que ha habido polémica, y más con el azote de la tercera ola multiplicando los contagios. El Ministerio de Educación reitera que los centros educativos deben permanecer abiertos, y Sanidad ha actualizado su estrategia de prevención ante el virus, en la que la ventilación es un pilar fundamental. Ventilar, sí, pero ¿cómo? Mantener las ventanas abiertas constantemente en las aulas –y no de forma intermitente– es la mejor opción para evitar contagios de COVID-19, concluye un reciente trabajo del Laboratorio de Investigación en Fluidodinámica y Tecnologías de la Combustión de la Universidad de Zaragoza (Liftec) y el CSIC. Esta ventilación natural permanente renueva mejor el aire que abrir ventanales unos minutos entre clases, porque es más efectiva a la hora de evacuar los aerosoles exhalados por alumnos y docentes que puedan contener el virus.
“Todos los estudios, incluyendo muchas medidas reales en aulas, respaldan su mayor eficacia”, introduce esta investigación. Uno de sus autores, el catedrático en Mecánica de fluidos, Javier Ballester, cuenta a elDiario.es que “no se trata de abrir las ventanas de par en par a todas horas. Se trata de abrir lo justo. No tiene que haber una gran corriente para ventilar adecuadamente”.
Ballester se sorprende de que “en febrero todavía sea necesario recordar esto” y que “se siga recomendando desde muchas instancias la ventilación intermitente”. De hecho, en las directrices de prevención frente a la COVID-19 en centros escolares que acaba de actualizar el Ministerio de Sanidad ahora sí se incluye que “la ventilación natural es la opción preferente”. “Se recomienda ventilación cruzada y si es posible de forma permanente”, explica el texto. Si no fuera posible, apunta a abrir 15-10 minutos entre clases, en el recreo y al acabar y empezar la jornada.
El trabajo del Liftec pone datos a la comparación entre mantener corriendo el aire durante todo el rato y hacer una ventilación tras pasar un tiempo cerrado. Utiliza un aula de 50 metros cuadrados y 2,5 metros de altura. 125 m3 de volumen en total. Y con un grupo de 26 alumnos de Primaria o su equivalente de 20 alumnos de Secundaria con un profesor o profesora. “Los humanos tenemos una tasa de respiración parecida”, explica el ingeniero Ballester. El objetivo es mantener la concentración de COâ por debajo de las 700 partes por millón (ppm), considerado como un umbral de seguridad: a menor concentración de este gas, más renovado está el aire de la clase, es decir, el virus ha sido eliminado del ambiente. La concentración al aire libre ronda siempre las 425 ppm.
Los investigadores reproducen varias opciones: ventilación continua, apertura tras la clase de 10 minutos, de 15 minutos, apertura de cinco minutos varias veces a lo largo de la hora de clase e, incluso, una apertura continua con varias renovaciones más completas durante los 60 minutos al no tener certeza de cuánto se está renovando el aire interior.
Dejar que el aire fluya constantemente ofrece marcas imbatibles con una concentración media de COâ de 687 ppm, siempre por debajo del valor de seguridad. Ventilar ampliamente cada cuarto de hora hace que el promedio sea de 744 ppm, pero con oscilaciones que llegan al pico de 1.084 partes.
Abrir las ventanas durante 15 minutos al acabar la clase para renovar el aire no es una alternativa tan favorable. La media detectada es de 1.121 ppm, pero a base de máximos e 1.800 y caídas (al abrir) a 500 ppm. Si ese rato de apertura es más corto, la cosa empeora, pero, como avisaba el profesor y técnico en prevención de riesgos Francisco Javier Pérez Serrano en un pequeño trabajo que publicó en octubre de 2020: “15 minutos entre clases es un tiempo que no hay”.
El medidor de CO₂
“Acostumbrarse a las medidas de ventilación costó un poco, pero el alumnado y los profesores se han hecho a ello. Los estudiantes muy bien, casi diría que mejor que algunos profesores”, explica María Quintana, directora del Instituto Arca Real de Valladolid.
Quintana cuenta que “es duro los días que hace frío, que aquí en Castilla y León son bastantes, pero si queremos que haya seguridad y no haya contagios, hay que hacerlo. Los chicos ya vienen abrigados y lo han entendido perfectamente”, relata esta docente que es, además, presidenta de la Asociación de Directores de Instituto de Castilla y León. “Ellos han visto con el medidor cómo sube la concentración de COâ cuando no hay ventilación y lo han aceptado perfectamente. Y en otros centros igual, por lo que nos cuentan los directores”.
El medidor de COâ es un elemento crucial para el catedrático Ballester. “Es de gran utilidad para poder ajustar correctamente las aperturas parciales que aseguran una ventilación suficiente, además de mejorar el confort térmico y reducir el consumo de calefacción”. El ingeniero insiste en que ventilación permanente “no implica totalmente abierto y con una gran corriente de aire. Basta con que haya el flujo necesario para impedir que la concentración de COâ suba y ¿cómo puedes saber cuánto COâ hay? Con un medidor que es sencillo de usar y no muy caro”.
La directora Quintana le da la razón desde Valladolid. “Son muy útiles. Incluso con los chavales, didácticamente, han aprendido cómo sube y baja la concentración de COâ en el aula y por eso la actitud es tan buena. En cuanto se cierran las ventanas durante 15 minutos aquello sube muy rápido. No hay nada como la visualización”, comenta. Y desde el punto de vista práctico “los días que ha hecho frío hemos podido usarlo para que la ventilación no sea excesiva: cuando sube la concentración abrimos. Ahora nos turnamos con los que tenemos por las clases, estamos esperando a que nos lleguen todos”.
Sin embargo, la recién actualizada guía del Ministerio de Sanidad dice: “No se recomienda la compra generalizada de medidores de COâ por los centros educativos”, Y añade que “cuando existan dudas razonables sobre la eficacia de la ventilación, se puede recurrir al uso de estos equipos realizando mediciones puntuales o periódicas que ayuden a generar conocimiento y experiencia sobre las prácticas de ventilación que garantizan una buena renovación del aire”.
“Es algo que no alcanzo a comprender”, afirma Javier Ballester. “Lo analizo y solo le veo cosas positivas a tener un medidor, nada negativo, a menos que sea por costes”. Según este investigador, basta con aparatos de “entre 100 y 200 euros por infrarrojos que son muy fáciles de usar y se calibran automáticamente. Me parece increíble que hayamos llegado así a estas alturas del curso cuando esto se sabía ya desde octubre”.
La ministra de Educación, Isabel Celáa, ha contestado este miércoles sobre este asunto que “es una pregunta que se corresponde con Sanidad y con criterios sanitarios. Estamos siguiendo las directrices de Sanidad y Ciencia, y lo que nos dicen es ventilación natural en la medida de lo posible. Eso es lo que estamos haciendo y nos está yendo bien”. El Ministerio de Sanidad responde que “siempre que se garantice la eficacia de la ventilación, no es necesario. Por lo tanto, no se recomienda el uso generalizado”, zanja.