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Sí en el autobús, a veces en el avión, poco en el metro: decae el uso de la mascarilla y crece la presión para eliminarla

Decían que las mascarillas venían para quedarse. Sin embargo, después de casi tres años de pandemia, el uso del cubrebocas se ha relajado mucho en el transporte público, uno de los últimos lugares donde sigue siendo obligatorio viajar con la boca y la nariz cubiertas. Tras un recorrido en Metro, Cercanías y autobuses de Madrid a diferentes horas del día, este periódico ha comprobado que hay siempre menos gente que lleva la mascarilla para evitar contagiarse. “Paso mucho más tiempo en clase, con centenares de estudiantes sin mascarilla”, reconoce Marta Pérez, universitaria de 19 años que viaja sin el cubrebocas. “No va a hacer ninguna diferencia tenerla en el metro”. 

Son las 8.30 horas de la mañana, hora punta. “Atención, por favor, Metro de Madrid les recuerda que es obligatorio el uso de mascarilla dentro del vagón y recomendado en los andenes”, se escucha por megafonía. Sin embargo, menos del 60% de los viajeros en ese momento utiliza el cubrebocas, y solo la mitad lo hace correctamente. Los otros dejan la nariz descubierta o tienen la mascarilla directamente por debajo de la barbilla, preparados para subirla si alguien en el tren se lo pide. 

La mayoría de los usuarios que siguen utilizando la mascarilla lo hacen por costumbre, o por el temor a que alguien le pueda exigir respetar las indicaciones del Gobierno. También empieza a haber confusión sobre su obligatoriedad en los medios de transporte. “A mí me han dicho que no es necesario. Lo escuché en la televisión y me lo han confirmado otros usuarios”, afirma Marisela López (47 años), recién llegada a Madrid desde México para participar en Fitur. Tiene la mascarilla en el bolsillo, pero no pensaba ponérsela para subir al tren. Incluso después de enterarse de que es obligatoria, decide ignorar la norma. “Hay tanta gente esperando en los andenes sin el cubrebocas, que qué más da si me lo pongo o no en el tren”, dice. 

“Yo la llevo puesta siempre, sin ninguna excepción. Hoy con más razones, porque tengo un catarro y no me parece correcto estar difundiendo por allí mi resfriado”, explica Chafik Hakachaf (51 años), un viajero que usa el metro todos los días para ir a trabajar. Deja pasar los trenes mientras espera sentado en un banco, porque salió de casa demasiado temprano. Lleva la mascarilla perfectamente colocada a pesar de estar en el andén, donde su uso no es obligatorio. “Hay cada vez menos gente que lo hace, yo diría un 50 y 50. Y no es cuestión de edad, cada uno hace lo que cree. Hay jóvenes que la llevan siempre y gente mayor que ya se siente segura de ir sin ella”, añade. 

El epidemiólogo y exdirectivo de la OMS Daniel López Acuña está rotundamente en contra de retirar las mascarillas. “Hacerlo en plena temporada invernal, con las temperaturas bajas que estamos teniendo, la actividad intensa en interiores y el incremento de contagios de infección respiratorias agudas, es una verdadera insensatez. No muestra más que una premura por querer pasar página, sin poder pasar página”, explica.

Asimismo, recuerda que la mascarilla es una medida de protección efectiva que no se debería limitar a lo que queda de la pandemia. Al contrario, según el experto habría que implementar su uso de forma estacional para protegerse de todos tipos de infecciones respiratorias, así como es costumbre en los países de Oriente desde hace mucho tiempo. “Es la mejor manera que tenemos para protegernos del contagio. Independientemente de si estamos o no vacunados. El uso de la mascarilla sigue siendo una de las mejores armas que tenemos, complementaria a la vacuna, para protegernos”, afirma.

Javier Segura del Pozo, presidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública, no opina igual. Según el experto, la mascarilla tenía que dejar de ser obligatoria en el transporte público ya en abril, al mismo tiempo que se quitó la imposición en interiores. “En este momento se incurrió en una contradicción. Si tenemos en cuenta los factores de transmisión, se pasa mucho más tiempo en el trabajo que en el transporte público, sobre todo si es urbano. Al mismo tiempo, hay lugares de ocio donde es imposible guardar la distancia de seguridad. Y el sistema de ventilación del transporte público es mejor a lo que tienen la mayoría de locales u oficinas”, explica.  

Según el especialista, el escaso uso de la mascarilla en el transporte público es una consecuencia de esta contradicción. “La población lo ha notado, y ha expresado su disenso dejando de usarla. Es un patrón común durante la pandemia: cada vez que se han aplicado medidas contradictorias, ha sido más difícil imponerlas”, añade.

Cercanías, menos

Para Ivana Charcón (23 años) es sobre todo una cuestión de respeto. Tiene la mascarilla en la muñeca mientras espera a que pase el tren, pero se la coloca rápido antes de subir. “Hay mucha gente mayor que viaja en el transporte público, me parece importante seguir cuidando a los demás. Yo voy a seguir con ella hasta que escuche que los casos de COVID son cero”, asegura. 

Sin embargo, está convencida de que si el Gobierno decidiera finalmente quitar la obligación, las mascarillas irán desapareciendo del transporte público. “Creo que la gente la usa más por obligación que por precaución. Lo noto sobre todo en los trenes de media distancia. Allí los pasajeros están todo el rato sin mascarilla hasta que llega un monitor a controlar”, señala. 

Efectivamente, en los trenes de Cercanías el porcentaje de viajeros que respetan la obligación de la mascarilla se reduce drásticamente. En el tren de las 14.00 horas que va desde Atocha a Colmenar Viejo, seis de cada diez personas no llevan el cubrebocas. 

Entre ellos hay una pareja de mediana edad que se baja en Nuevos Ministerios. “El tren va medio vacío, es más peligroso entrar sin mascarilla en El Corte Inglés un sábado por la tarde que estar aquí”, dice la mujer, que reconoce que cuando viaja en metro o en trenes más concurridos, prefiere respetar la obligación de ir con boca y nariz tapadas. 

Su marido comparte su opinión, aunque asegura que ya se ha separado definitivamente de las mascarillas. “La gente la mantiene porque el Gobierno lo impone, pero estamos ya todos con mil vacunas puestas. La llevo en el bolsillo del abrigo solo por si alguien me dice algo”, indica. 

En el mismo tren viaja María Valencio (27 años), que se desplaza en cercanías todos los días para ir al trabajo. Está sentada cerca de la puerta, con un libro entre las manos y la mascarilla en la barbilla. “Es una casualidad, me la bajé para enviar un mensaje de voz. Sé que es una tontería, no es que se escuche mejor, pero es un gesto automático”, se justifica. Vuelve a colocarla bien en cuanto termina de hablar, y asegura que la lleva siempre durante sus trayectos en transporte público. “Cercanías, metro, autobús… Me muevo mucho por la ciudad. Cada vez hay menos gente con la mascarilla. Pero sobre todo es prácticamente imposible encontrar alguien que te llame la atención cuando no la tienes”, añade. 

El único medio de transporte donde es imposible ver el rostro completo de los pasajeros es el autobús. Para los conductores es más fácil controlar que los viajeros respeten la norma: cada vez que alguien intenta subir sin ella, le llaman la atención. Y si no se la ponen porque no la tienen consigo, les impiden el acceso. “Viaja mucha gente mayor en los autobuses, y en algunos momentos del día van muy llenos. Me parece oportuno que al menos aquí se le garantice seguridad”, explica un conductor. 

María González, pensionista de 75 años, afirma que ha dejado de tomar el metro por esta razón. “Demasiada gente sin mascarilla por allí. Yo no uso mucho el transporte público, pero las pocas veces que lo hago prefiero el autobús, porque aquí todos respetan las normas”, afirma. 

Aviones 

También en el transporte aéreo se empieza a pedir relajar las restricciones. El CEO de Iberia, Juan Cierco, reclamó al Gobierno ya en noviembre del año pasado eliminar la obligatoriedad de llevar la mascarilla a bordo de los aviones. Según el director corporativo de la aerolínea bandera de España, la medida carece de sentido, ya que “España es el único país del mundo, además de China y alguno más, que mantiene esta normativa”. 

Por ahora, la norma se sigue cumpliendo “a rajatabla” a bordo de los aviones y se seguirá haciéndolo hasta que el Gobierno diga lo contrario, así como ha asegurado una portavoz de Iberia a este periódico. “Los pasajeros protestan mucho. Incluso nos han llegado a decir que eligen otras rutas para no llevarla, como ir por París para llegar a América Latina”, añade. “La verdad es que la gente ya no lo asume como una medida necesaria. Y pesa más la molestia de llevarla puesta todo el tiempo en un vuelo transatlántico de 12 horas. Los azafatos pasaban cada cierto tiempo recordándole a los pasajeros que debían tenerla puesta correctamente, sin dejar la nariz descubierta”, explica Paola, que ha hecho la ruta Buenos Aires-Madrid por Iberia hace unos días.

La multinacional Ryanair también sigue exigiendo el uso de la mascarilla en los vuelos de salida y de llegada a España. La compañía irlandesa cambió su directivas en mayo del 2022, pero solamente en los países de la Unión Europea donde ya no existe la obligación de mascarillas en el transporte público. “Es responsabilidad de cada pasajero comprobar los requisitos locales antes de viajar”, añade un portavoz de la empresa. El control del personal de cabina es fundamental en estos casos: “La tripulación no dio ninguna indicación a pesar de que nadie llevaba la mascarilla, salvo alguna excepción”, describe una pasajera reciente del vuelo entre España y Marruecos. “Al final acabamos quitándonosla; nos sentíamos ridículos”, remata.